Por Jose Azel
Contemplando
el futuro político de Cuba, a la luz de la nueva política EEUU-Cuba, puede
resultar esclarecedor para todas las partes describir su lista de deseos para
la nación cubana. Esta es la mía:
Aprender
a amar y defender los derechos naturales individuales a la vida, la libertad y
la propiedad.
Asegurar
el derecho a elegir libremente, en un entorno democrático competitivo, a
quienes dirigirán la nación.
Buscar
las enseñanzas de la libertad y la visión para seleccionar inteligentemente a
los líderes.
Comportarse
como los ciudadanos soberanos que son. Insistir en que todos los funcionarios
del gobierno respeten las leyes con honestidad y transparencia.
Recuperar
los valores espirituales, la dignidad y urbanidad necesarios para una vida
virtuosa.
Utilizar
esa virtud para erigir instituciones democráticas incorruptibles que protejan
las libertades.
Disfrutar,
como ciudadanos respetuosos de las leyes, las protecciones del Estado de
derecho, que es el fundamento legal para la libertad.
Aspirar
a disfrutar la prosperidad obtenible contribuyendo con sus talentos en una
economía de libre Mercado.
Ver
a la patria integrar la familia de naciones democráticas y prósperas.
Construir
orgullosamente un futuro en libertad, y de libertad, para hijos y nietos.
Recordar:
“Somos criaturas del universo, tanto como los árboles y las estrellas”.
Tenemos
derecho a ser libres.
Mi Desiderata es
un esfuerzo para retornar la lucha cubana a sus principios medulares. Es un
regreso necesario, porque parece que la conciencia de los principios de
libertad se ha perdido en la ambigua fantasía de algunos.
Max Weber, el erudito
alemán cuyas ideas influenciaron profundamente la teoría social, acuñó el
término “ética de las intenciones” para describir la noción de que moralmente,
si un proyecto tiene la intención correcta, no importan sus consecuencias.
Bajo la absurda “ética de
las intenciones” las acciones no deberían evaluarse de acuerdo a sus
consecuencias, sino solamente con relación a los resultados esperados. Esta
tesis plantea que las buenas intenciones contienen su propia justificación,
independientemente de las consecuencias. Esa ética de intenciones –la intención
anunciada es ayudar al pueblo cubano– parece prevalecer sobre la fantasía
inarmónica de que abrazar a los opresores ayuda a los oprimidos.
Pero como aclara el viejo
proverbio, “el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones”. Todos
debemos abrazar una “ética de responsabilidad”. Es decir, entender e
interiorizar que abrazarse a la opresión tendrá consecuencias imprevistas e
indeseables para el oprimido.
Abogar por la libertad,
como en mi Desiderata para la nación cubana, es inherentemente
moral. Posicionarse con los opresores, independientemente de las buenas
intenciones, no es intrínsecamente bueno. ¿Cuáles son, entonces, las “cosas
deseadas” cuando se abraza a los opresores?
Investigador Senior en
ICCAS de UM, y autor del libro Mañana in Cuba.
Se trata de una fantasía
que pretende que la libertad en Cuba se alcanza mejor si no se habla sobre
libertad. Fantasía que opera bajo el defectuoso principio especulativo de que
el compromiso político y económico con un régimen totalitario ayuda a facilitar
la desaparición de ese régimen. Fantasía derivada de preferencias políticas o
idiosincrasias personales y no de relevantes fundamentos teóricos o
experimentales. Fantasía que yerra al no considerar las destructivas
consecuencias de trasladar a la práctica política preceptos de conformismo y
consonancia con el autoritarismo.
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