La humanidad se ha acostumbrado a simplificar razonamientos y
obtener conclusiones sin evaluar demasiado el contexto. Intentar abreviar pasos
y omitir procesos intermedios siempre ayuda a comprender ciertos complejos
hechos y de ese modo explicarlos, sin rodeos, de un modo sencillo.
No es una metodología necesariamente errónea, salvo cuando esa modalidad se exacerba al extremo y se pretende, desde allí, establecer conclusiones definitivas, totalmente absolutas e irrefutables.
El comportamiento humano no es una ciencia exacta. La actitud de la sociedad frente a cada hecho es habitualmente difusa, diversa y puede identificarse, en ocasiones, alguna tendencia general cuando se analiza la sumatoria de decisiones individuales. Es justamente eso, una matriz global, un resumen imperfecto de las determinaciones de muchos que coinciden mayoritariamente en alguna dirección.
No es una metodología necesariamente errónea, salvo cuando esa modalidad se exacerba al extremo y se pretende, desde allí, establecer conclusiones definitivas, totalmente absolutas e irrefutables.
El comportamiento humano no es una ciencia exacta. La actitud de la sociedad frente a cada hecho es habitualmente difusa, diversa y puede identificarse, en ocasiones, alguna tendencia general cuando se analiza la sumatoria de decisiones individuales. Es justamente eso, una matriz global, un resumen imperfecto de las determinaciones de muchos que coinciden mayoritariamente en alguna dirección.
Si bien la generalización es una práctica muy difundida que ayuda a explicitar en pocas palabras conductas sociales, cuando se trata de la política, el riesgo de que la misma caiga en la inexactitud es permanente.
Por eso cuando se dice que una sociedad ha elegido tal o cual sistema político, ha apoyado a un sector partidario o a otro, hay que tener siempre en claro que dicho acompañamiento es, en el mejor de los casos, es relativo y solo una foto del momento en el que se produjo esa votación ciudadana.
Los electores se inclinarán en un sentido definido pero esa decisión la toman evaluando una larga lista de incidentes aislados que fueron sopesados por los votantes y que influyeron, cada uno de ellos marginalmente en esa determinación que solo expresa su apreciación en ese instante específico.
Si esa compulsa se hiciera nuevamente unos pocos meses después, el resultado podría ser bien diferente. Inclusive pudo ser diametralmente opuesto si los candidatos ofrecidos a la ciudadanía hubieran sido otros, o si el régimen eleccionario utilizado no fuera el oportunamente vigente.
Una característica invariablemente ignorada es la eterna dinámica de las sociedades. Las percepciones se modifican, a veces lentamente y otras a un ritmo más vertiginoso. Nada es definitivo, todo está en movimiento, sujeto a observación constante y cualquier creencia asumida puede modificarse muy pronto. Si no se comprende esta descripción, se pueden sacar conclusiones equivocadas que empujan a tomar decisiones también fallidas.
Los que ganaron lo han logrado en esa ocasión. Eso no implica que repetirán sus éxitos electorales en el futuro. La gente los apoyó en esa coyuntura y no tienen asegurado respaldo infinito. Ni siquiera saben si en este mismo momento cuentan con idéntico sustento electoral.
Ni las encuestas de opinión más afinadas pueden dar fe de ello. En todo caso sirven como un parámetro, incompleto, imperfecto, pero siempre mucho mejor que la instintiva intuición utilizada como única referencia.
Los que comprenden profundamente esta realidad saben que en política siempre se transita por terreno fangoso, que nada es seguro, que hay que hacer las cosas bien, explicarlas con dedicación y cometer el mínimo número de errores posibles.
Nadie puede dar por sentado que ese respaldo obtenido gracias a un clima favorable se sostendrá en el tiempo por arte de magia. Muy por el contrario, las condiciones se modifican, las realidades percibidas subjetivamente por la gente van mutando y lo que antes era bueno, ahora puede dejar de serlo.
En este juego no hay lugar para la soberbia. Quienes caen en las mieles del poder, suelen tener la sensación de que los triunfos son eternos y que nadie podrá sacarlos de su pedestal porque ellos ya han conseguido esa victoria anhelada por tantos, sin advertir que todo está en constante desequilibrio.
Suele pasar que quienes aterrizan allí prefieren ignorar cualquier síntoma de que algo está mal. Filtran intencionalmente todo lo que no encaja en sus paradigmas para sostener la ilusión de que los que lo apoyaron siguen allí, siendo los mismos y que los críticos son solo sus acérrimos adversarios.
La inmensa mayoría de las veces se gana por muy poco y también se pierde por escaso margen. Los fanáticos de un lado y del otro pueden mantenerse inmóviles por un largo tiempo, pero son muchos más los que se replantean a diario su adhesión a un sector concreto o al exactamente opuesto.
Cada vez más gente se declara independiente. Ni siquiera el clientelismo ha logrado retener voluntades a cualquier precio. Todos en algún momento se cansan, se saturan, se agotan y esto sucede ya no por coincidencias o discrepancias ideológicas, sino por posturas personales, actitudes inadecuadas, por las formas, por esa arrogancia que molesta a cualquiera.
No se trata de ser humilde por conveniencia. Eso también se percibe fácilmente, más tarde o más temprano. En todo caso tiene que ver con conservar la claridad suficiente para no perder el norte en ningún momento.
En la historia abundan ejemplos en el que pequeños hechos, meras casualidades y errores aparentemente insignificantes cambiaron el curso de los acontecimientos, inclusive en algunos casos para siempre.
Por eso importa entender como se construye esa secuencia de sucesos y trabajar fuertemente en tener los pies sobre la tierra asimilando que todo es coyuntural, que los apoyos o rechazos en política se corresponden con un instante puntual y que cualquier hecho aislado puede romper el aparente equilibrio y llevar desde la situación actual a una nueva totalmente diferente. En definitiva solo se trata de la política y sus circunstancias.
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