Por Santiago Cárdenas MD.
Ningún cristiano bautizado, medianamente informado, si busca coherencia
–aunque sea a tientas– en su fe, puede apoyar una huelga de hambre. No es
cuestión de dogmas de patriotismo, ni de política; es cuestión de información,
pero sobre todo, de sentido común. La huelga de hambre (y/o sed) es la
traspolación al exitoso occidente judeo-cristiano del hinduismo, una de las
tantas esotéricas filosofías con mezcla de religión, ética, gnosología y moral,
del oriente, tan ajenas a nuestra civilización de los noticieros y
comentaristas del prime time.
“Vuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo", nos recordaba San Pablo,
en una de sus epístolas. Pocos años antes, el cuerpo del Cristo era lavado,
ungido y perfumado por las mujeres en Getsemaní para librarlo esa misma noche
del canibalismo de los perros salvajes al acecho del cadáver de cualquier
crucificado. Al contrario de la cultura helénica, mayoritaria y dominante en
los años treinta, con su dualismo alma-cuerpo desde Sócrates, el judaísmo
consideraba al ser humano como un todo. El principio vital o "alma" estaba inserto en el corazón,
los riñones, los genitales o la garganta del hombre. Con la destrucción del physis, acababa todo. Jesucristo
era ciento por ciento judío y de ahí la
gran sorpresa de la resurección, a los tres días de su muerte real, en
un cuerpo animado que es la noticia fundamental,
la piedra angular, el súmmun, en la historia
de la humanidad.Hay que cuidar el cuerpo, como un tesoro. Un tesoro de los más altos kilates. No se puede violentar con abortos, suicidios, penas de muerte, eutanasia, enfermedades inducidas, guerras, traumas, huelgas, sado-masoquismos y un largo etc. Para un judío; para un cristiano, esa llamada al suicidio, (o un paripé de suicidio), implícita en una huelga de hambre, es un ataque directo a la integridad del ser humano como un todo. Nuestra civilización siempre ha cuidado al cuerpo con alimentación, atención de salud, mimos y confort como parte de la impronta cultural, desde y por los siglos de los siglos. Así sea.
El cuerpo de Cristo ¡Amén!; proclamamos los cristianos. Actualmente estas ideas se proponen en una nueva teología que recorre el mundo bajo la inspiración de San Juan Pablo II: la teología del cuerpo.
LAS HUELGAS DEL BAPU GHANDI.
El mas conocido de los huelguistas de la modernidad es el Bienaventurado Ghandi, que eso significa ser un Mahatma. Le son documentadas al menos tres grandes huelgas –curiosamente una de ellas después de la independencia de su patria– de las cuales salió con vida y pocos arañazos. Las huelgas no eran fenómenos aislados, sino que se inscribían dentro de una estrategia de lucha no violenta contra el colonialismo inglés en el marco religioso-místico-filosófico del hinduismo, la tercera religión (¿es una religión?) A escala planetaria. Ghandi ganó. ¿Por qué ganó?
Porque la democracia parlamentaria monárquica inglesa del siglo XIX era una niña de teta y calostro en comparación con la dictadura del proletariado marxista que se consolidó en la Rusia de Kiev, unos pocos años después, en 1917. Observe el lector que ninguna de las internacionales socialistas han propuesto ni llevado a cabo una huelga de hambre, en ningún país bajo ninguna circunstancia. Los comunistas han descartado definitivamente ese "método" de lucha. Medite Ud. Y saque sus conclusiones.
Además, porque la batalla del Bapu tenía un objetivo bien definido, nada nebuloso, fácilmente identificable: la independencia de la India. Por tanto, era muy simpática a las mayorías. Y esas mayorías que no conocían, ni remotamente al cristianismo, y su concepto de cuerpo. Una huelga de hambre en un continente donde morir de hambre –en medio de las hambrunas era lo habitual– podía ser en una noticia de primera magnitud, por lo insólito. La personalidad histeroide del ayunante, las habilidades del staff que lo rodea y el contorno de un gran espectáculo hacen lo demás." Llamar la atención”, diríamos ahora. Y ciertamente Ghandi la llamó
Lo de la no violencia fue un epifenómeno natural, una consecuencia natural no forzada en un inmenso país superpoblado donde no existía ni un cuchillo para matar una vaca sagrada, ni un fósforo para la mecha de una bomba terrorista. Eso frente a la poderosísima maquinaria de guerra del imperialismo inglés, considerado invencible para la época. En fin, en aquel contexto, no se podía aspirar a otra cosa que no fuera el pacifismo a ultranza. Cualquier otro atrevimiento era una locura.
Traspolar la experiencia.
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