CENTRO DE ESTUDIOS Y DOCUMENTACIONES DE BARCELONA
El fallecimiento a los 90 años de Fidel
Castro, aunque previsible, ha dado la vuelta al planeta. Desaparece uno de los
líderes que han esculpido el siglo XX. Desde una pequeña isla del Caribe frente
a la costa de la primera potencia mundial, el carismático comandante de la
revolución construyó un relato épico de resistencia al imperialismo hegemónico
y quiso cambiar el rumbo de la historia. La experiencia de la revolución cubana
vino marcada por su lucha frente al Goliat de Estados Unidos, desde donde se
intentó derrocar el régimen y se impuso el embargo y otro sin número de
sanciones buscando el aislamiento político en el bloque occidental y
particularmente en América Latina, como medida terapéutica frente al virus del comunismo.
El bloqueo fue determinante de la alineación
del Gobierno de Fidel Castro con el bloque soviético opuesto al bloque
capitalista occidental. En el contexto de la guerra fría, la difusión
internacional de la revolución cubana y el sistema socialista fue una constante
de la política exterior cubana como parte del ADN revolucionario que se extendió
al apoyo de la liberación de los pueblos coloniales en África. Ello dio lugar a
la aparente paradoja de que, a pesar del intento de aislamiento político del
régimen revolucionario, Cuba adquirió un protagonismo internacional y regional
muy por encima de su peso económico y demográfico. También a un alto coste para
los cubanos.
En América Latina se dio en paralelo el
ascenso y la caída dramática de los gobiernos de Perón en Argentina y de
Allende en Chile y otras fracasadas experiencias de movimientos populares. Una
parte de la izquierda latinoamericana adoptó la forma de guerrilla miliciana frente
a gobiernos autocráticos de la región y recibió el apoyo de Cuba, como ocurrió
en África con las guerras de liberación. La herencia de esas experiencias de
lucha armada no fue exitosa. Si bien en África aún hoy se reconoce el apoyo
cubano a los movimientos de liberación, en América Latina, en cambio, tras el fin
de las dictaduras de los años setenta, la mayoría de los países transitaron
hacia democracias liberales. La excepción fue el triunfo de la revolución
sandinista en Nicaragua, que no llegó a consolidarse, en buena parte por la
intervención estadounidense.
Con la consolidación de la democracia en la región
vino el abandono paulatino de los grupos de lucha armada o su marginalización,
con excepción de las FARC en Colombia, que paradójicamente han negociando los
acuerdos de paz en La Habana. Cuba sufrió un doble aislamiento al caer el bloque
soviético y perder su apoyo, y un empobrecimiento debido a un modelo de desarrollo
dependiente de la financiación soviética. En lugar de transitar hacia una
reforma del modelo socialista, Fidel Castro se atrincheró y abocó a la isla al periodo
especial, con consecuencias dramáticas para la calidad de vida de la población y
con un endurecimiento de la persecución de la disidencia política que dañó la
imagen del país en los movimientos de izquierda en el mundo y especialmente en la
Europa post soviética.
Pero la llegada al poder de Hugo Chávez en Venezuela en 1998 y el
giro a la izquierda de varios países de la región (Argentina con Kirchner,
Brasil con Lula, Bolivia con Evo Morales, Ecuador con Correa o Daniel Ortega en
Nicaragua) dio nuevas alas al régimen. Gracias a la bonanza económica por el aumento
de los precios de las materias primas y sobre todo el petróleo de Venezuela,
Cuba pudo sustituir sus antiguos lazos económicos y políticos con nuevos
aliados estratégicos. El impulso de la agenda bolivariana por un grupo de
presión de gobiernos del socialismo del siglo XXI devolvió a Cuba a la primera
línea política en la región. Se trataba de difundir la idea de una nueva
revolución que construyera un nuevo socialismo alternativo a la
socialdemocracia liberal. El motor era el petróleo venezolano, que subvencionó
al país con 100.000 barriles diarios a cambio de servicios médicos. Eso se
acabó, y el régimen cubano de nuevo tiene que reinventarse. El relevo de Fidel
Castro por su hermano Raúl en el 2008 agilizó reformas económicas y políticas
eufemísticamente denominadas actualización del modelo. En plena crisis venezolana,
el inicio del desbloqueo con Estados Unidos pareció una tabla de salvación que
el régimen presentó como un triunfo del pueblo cubano y el reconocimiento del
error por parte de Washington.
Ciertamente, las medidas del presidente Obama no han supuesto concesiones aparentes del
régimen, pero la muerte de Fidel es un símbolo de un final de etapa en el que
la generación de los revolucionarios de Sierra Maestra deberá dar paso a una
nueva que debe buscar su legitimidad en el futuro y no en la historia. Para lo
bueno y para lo malo, el inmovilismo ya no es una opción. La muerte de Castro y
la elección de Trump en Estados Unidos abren una nueva etapa de incertidumbre
que no puede ser un regreso al pasado.
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