"Que cerraríamos el programa nuclear de Iran sin disparar un tiro"
En su
discurso de despedida de la presidencia el 10 de enero, Obama ofreció una
oportunidad como pocas para hacer una condensada interpretación de contenido de
la retórica izquierdista que es parte indisoluble de su mensaje.
En general, el común denominador es
la incongruencia entre la proclamada adhesión a una tradición fundamentada en
“los principios de quienes crearon esta gran nación” y las proclamas
revolucionarias, clasistas y racistas, que obviamente no tienen nada que ver
con los “Padres Fundadores”, blancos, anglosajones, protestantes.
En particular, habría que ir
desgranando las frases dejadas caer aquí y allá como al pasar que son
groseramente ambiguas y vagas, que no dicen lo que dicen, de manera que cada
quien puede interpretarlas como convenga o según se ajusten a sus prejuicios,
mezcladas con medias verdades y francas mentiras.
Valgan unos pocos ejemplos: Si les hubiera dicho hace ocho años “que abriríamos un nuevo capítulo con el pueblo cubano”. ¿Qué significa eso? No parece ni bueno ni malo “un nuevo capítulo”; pero, ¿con el pueblo cubano? Es una flagrante falsedad. Obama nunca se reunió ni pactó nada con el pueblo cubano sino con Raúl Castro. Los afiches con los que empapelaron La Habana lo exhiben con el tirano, respaldándolo, ante ese pueblo oprimido que quizás haya sentido tanto o más desencanto que el venezolano.
Valgan unos pocos ejemplos: Si les hubiera dicho hace ocho años “que abriríamos un nuevo capítulo con el pueblo cubano”. ¿Qué significa eso? No parece ni bueno ni malo “un nuevo capítulo”; pero, ¿con el pueblo cubano? Es una flagrante falsedad. Obama nunca se reunió ni pactó nada con el pueblo cubano sino con Raúl Castro. Los afiches con los que empapelaron La Habana lo exhiben con el tirano, respaldándolo, ante ese pueblo oprimido que quizás haya sentido tanto o más desencanto que el venezolano.
Y continúa: “que cerraríamos el
programa nuclear de Irán sin disparar un tiro”. Esta sí que es una mentira
escalofriante. El programa nuclear de Irán nunca ha sido cerrado, ni siquiera
suspendido. Si acaso recibió una tregua por diez años, lo que es significativo
porque como se han cansado de advertir los expertos israelíes, sin que nadie escuche,
es exactamente lo que hizo Mahoma en su canónica “tregua con la tribu de
Quraish”.
Un hecho histórico que se remonta al
año 628, conocido como Tratado de Hudaybiyyah, que estableció una tregua por
diez años entre Medina y Quraish y que Mahoma rompió tan pronto como tuvo la
fuerza suficiente para aplastar a los infieles. Desde entonces los musulmanes
hacen rutinariamente lo mismo “cuando el enemigo es duro y fuerte”, sólo
mientras no puedan vencerlo.
“Que íbamos a conseguir la igualdad
en el matrimonio”. ¿Y esto qué es? ¿La igualdad entre marido y mujer? No puede
ser que Obama consiguió eso. ¿O será su respaldo al llamado matrimonio Gay?
Pero no lo dice claramente, sino que suelta algo de contenido difuso, muy
propio de su estilo pero para nada puritano.
Si al principio dijo que el país se
basa en “la idea de abrazarlos a todos y no sólo a unos pocos”, reitera que
“unos pocos prosperan a costa de la clase media”, y que “nuestro comercio debe
ser justo y no sólo libre”, deslizando la vieja contraposición socialista entre
justicia y libertad, olvidando que quien sacrifica la libertad en aras de la
justicia se queda sin ninguna de las dos.
“Darle a los trabajadores el poder
de fundar sindicatos para tener mejores salarios” es una posición ideológica
que presupone que el nivel salarial es un problema político, de poder, y no
económico, de productividad, que haya más torta que repartir y no más poder
para quedarse con un pedazo mayor de la misma torta e incluso de una menor, que
es lo que ocurre cuando se grava excesivamente la actividad productiva.
Pero la verdad histórica es que los
capitanes de empresa que “hicieron la grandeza de este país” tuvieron que
luchar contra los sindicatos y derrotarlos a veces a sangre y fuego, porque la
mentalidad sindicalista gira sólo en un ritornelo: reducir la jornada laboral
(trabajar menos) y aumentar el salario (ganar más); y esto ha sido denunciado
por los mismos marxistas: no en balde lo primero que hacen los comunistas
cuando llegan al poder es desmembrar los sindicatos e imponer los propios.
Si el clasismo de Obama es
repugnante, su racismo es una burda impostura. No sólo porque sea hijo de mujer
blanca y padre transeúnte que volvió a Kenya sin mayor nexo con EEUU, sin
antecedentes de esclavitud, discriminación, participación en luchas por los
derechos civiles o que haya nacido en Hawái, donde jamás hubo segregación
racial o educado en Chicago, muy lejos del Sur y de plantación alguna; sino
porque es el niño mimado de Harvard, que goza del favoritismo de la élite y del
aplauso clamoroso y sostenido de la izquierda más exquisita, sofisticada,
frívola e irresponsable del planeta.
No obstante, puede articular su
diatriba contra “los poderosos” desde el podio de la Presidencia, decir que
después de su elección “se hablaba de una nación post racial. Esa visión,
por bien intencionada que haya sido, nunca fue realista”.
“Si cada cuestión económica se
enmarca como una lucha entre una clase media blanca trabajadora y las minorías
indignas, entonces los trabajadores de la más diversa índole terminarán
luchando por migajas mientras los ricos se retiran aún más en sus enclaves
privados”. “Para los norteamericanos blancos significa reconocer que los
efectos de la esclavitud y (las leyes) Jim Crow no desaparecieron
repentinamente en los años 60”.
El espíritu americano, la fe en la
Razón y en la empresa, la primacía del Derecho sobre la fuerza, es “lo que nos
permitió derrotar al fascismo y la tiranía durante la
Gran Depresión y construir un orden posterior a la Segunda Guerra
Mundial”. Es inevitable observar aquí un salto histórico interesado: lo
que se conoce como Gran Depresión fue el crack económico de 1929 y entonces el
desafío a la democracia lo planteaban el comunismo y el anarcosindicalismo.
EEUU no entró en la II GM sino en diciembre de 1941, bien lejos de la Gran
Depresión; pero el antifascismo es una obsesión izquierdista.
En la actualidad el reto está
planteado primero “por violentos fanáticos que dicen actuar
en nombre del Islam” (sólo lo dicen), a los que habría que combatir desde una
posición de principios, para no dejar de ser lo que somos.
“Por eso hemos terminado con la
tortura, trabajado para cerrar Guantánamo, es por eso que rechazo la
discriminación contra los musulmanes estadounidenses (ovación, la más larga de
todas). Aquí, a punto de extenuación, cabe advertir que no son los musulmanes
quienes discriminan a los que llaman infieles, degüellan cristianos, ejecutan
atentados suicidas, dicen que los judíos no pueden profanar el Monte del Templo
“con sus sucios pies”, ni permiten a nadie siquiera pisar en Tierra Santa, que
es toda Arabia, no, éstas son invenciones islamófobas: La verdad, de Obama, es
que los musulmanes son los discriminados, doblemente, si son musulmanes negros.
El
discurso de Obama es el exacto retrato de sí mismo.
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