"EN LA EUROPA DE LAS CONVULCIONES INEXPLICABLE DEL SIGLO XX.."
Por Carlos Herreras
En lo más profundo del interior de la
mayoría de los europeos vive una curiosa contradicción que marca de manera
extraordinaria su interpretación de los Estados Unidos: muchos se declaran
aparentemente antiamericanos en sus discursos trasnochados, pero siguen de
manera conmovedora todas las tendencias llegadas de ese país: comen
hamburguesa, celebran Halloween y no se pierden un partido de la NBA o una
Super Bowl por intempestivo que sea el horario. Son los europeos que hubieran
querido que McGovern venciera a Nixon, Dukakis a Bush Sr. o Kerry a Bush jr.
Son los europeos que creen que Estados Unidos está fielmente representado por
los actores de California o los intelectuales de Nueva York, por los profesores
de Berkeley o los funcionarios de Washington. Son los mismos que jamás han
viajado a Kansas, a Montana, a Ohio o a Dakota del Sur. Son los que sueñan
recorrer la Ruta 66, pero se declaran objetores de la política exterior
norteamericana o censuran con suficiencia su modo festivo de expresarse. Son
los que se sienten escépticamente europeos, pero son incapaces de reconocer que
gracias a millares de jóvenes norteamericanos sus territorios no han estado
sometidos a dictaduras pavorosas como la nazi o la comunista. Son los que
elevan la voz cuando Estados Unidos interviene como gendarme en conflictos
bélicos mundiales, pero le reprochan que no lo haga en escenarios que le son
próximos como el de los Balcanes. Son los que no agradecen de rodillas, como
debieran, toda la sangre norteamericana derramada en dos guerras mundiales
vividas en escenario europeo.
Esa opinión publicada en Europa es
la que se rasga las vestiduras con la elección de Donald Trump. En la Europa de
las convulsiones inexplicables del siglo XX, vuelven a la primera línea de
salida formaciones políticas que, cuando menos, abochornarían a cualquiera de
los votantes políticamente incorrectos en Estados Unidos. En Europa está a
punto de ganar la ultraderecha en Francia, Holanda o en los países del Este. Ha
ganado la ultraizquierda populista en Grecia, progresa en España la de Podemos,
rompe la reforma constitucional en Italia y saca al Reino Unido de la Unión
Europea. Esa misma Europa es incapaz de entender que los norteamericanos hayan
querido acabar con el establishment de Washington y que, en proporción exacta a
la característica electoral norteamericana, hayan elegido a un tipo que les ha
prometido a todos aquellos que no forman parte del estereotipo USA manejado en
Europa hacer de su país lo que su país era hace unos años, un lugar donde la
clase media vivía acorde a sus valores tradicionales y ganaba más del que gana
ahora mismo. Escapa a las antenas
europeas de corto alcance. Todas las inmaduras decisiones que ha tomado el
nuevo presidente, tan asombrosas como arriesgadas, tan criticables como
extravagantes, han mostrado la división existente en los norteamericanos, pero
no han causado decepción en sus votantes. Parece como si los europeos hubiesen
tomado como suyas las reivindicaciones de todos los manifestantes anti-Trump,
pero sin hacer ningún examen de conciencia acerca de las dolencias de las
políticas continentales en ámbitos tan delicados como los que ocupan las
primeras acciones de la nueva administración republicana. Europa, conviene
recordarlo, también tiene muros con África (las vallas de Ceuta y Melilla),
políticas. Proteccionistas y decisiones populistas inexplicables. Habrá que ver
hasta dónde pueden llegar las osadías de Trump y hasta dónde la capacidad
limitada de análisis de los europeos cuando miran más allá de todas las
inmaduras decisiones que ha tomado el nuevo presidente, tan asombrosas como
arriesgadas, no han decepcionado a sus votantes valores tradicionales y ganaba
más dinero del que gana ahora mismo.
Se equivocan los que creen que todas
las excentricidades de Trump le están costando un precio en popularidad o
apoyo. Los que han elegido a Trump, en su inmensa mayoría, están encantados con
las cosas que hace el nuevo presidente, y sus reacciones no son entendidas ni
por asomo por los exquisitos europeos que se manifiestan en las calles como si
hubieran votado en Denver o en Miami. Los votantes Atlántico, pero da la
impresión de que es preciso enfriar un tanto el escenario antes de analizar la
realidad mediante la fiebre de la ideología y la costumbre. Después de Trump,
los Estados Unidos seguirán grandes y admirables, por más que quieran marcharse
los que dijeron que se marcharían y aún no lo han hecho, y Europa seguirá
construyéndose en medio de tormentas de incierto pronostico.
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