"SE TRATA PUES, DE UN PROBLEMA POLITICO.."
METRONEWS/EM3.
El lunes de esta semana, en un periódico de
ámbito nacional, Carlos Puigdemont Oriol Junqueras ha publicado un artículo en
el que se contiene un verdadero ultimátum. Los firmantes vienen a decir que
sería mejor que el Gobierno y las Cortes Españolas pactaran con ellos la
celebración de un referéndum para la secesión de Cataluña, pero que, aunque no
se pactase, el referéndum se va a celebrar de todas formas. O sea, por las
buenas o por las malas. O según el modelo escocés, o según el modelo de Kosovo,
con declaración unilateral de independencia. Curiosa forma de invitar a un
diálogo. Aunque la verdad es que todos sabemos que con este artículo, y con
otras iniciativas semejantes, los separatistas lo único que pretenden es
revestirse de la apariencia de gente dialogante, cuando en realidad lo que
están preparando es la declaración unilateral de la república independiente de
Cataluña, mediante esas leyes de 'desconexión', que quieren aprobar a toda
prisa, sin debate y con el mayor secretismo.
Hace muchos años que tendríamos que saber
todos que el conflicto separatista catalán no es un problema jurídico, sino
político. Ningún jurista serio puede defender la constitucionalidad de un
referéndum para romper la unidad de España, cuando es la propia Constitución la
que considera dlcha unidad indisoluble. Y ningún jurista serio puede defender
que el poder de decisión sobre el futuro de la integridad territorial de España
resida solo en la sociedad catalana, con exclusión del resto de los españoles.
Esto lo sabe hasta el más torpe de los dirigentes separatistas. Lo que ocurre
es que a ellos la Constitución y la legalidad española les traen absolutamente
sin cuidado, porque lo que quieren, y lo están haciendo continuamente, es colocarse
al margen de la Constitución y del ordenamiento jurídico español, creando su
propia 'legalidad' catalana. Teórica y prácticamente lo que los separatistas
plantean es una verdadera subversión del orden constituido, una desobediencia
total a las normas jurídicas, para alcanzar la independencia. Por eso hablarles
de legalidad a quienes voluntariamente se han colocado al margen de ella, es
como predicar las ventajas de la castidad en un prostíbulo.
Se trata, pues, de un problema político.
España, el Gobierno, las Cortes y todo el pueblo español tienen que responderse
a sí mismos a dos preguntas: ¿estamos dispuestos a consentir que Cataluña se
separe de España? Y, en segundo lugar, si no queremos que esto ocurra, ¿hasta
dónde estamos dispuestos a llegar para impedirlo?
En mi opinión, los españoles no deberíamos
permitir que se rompiese la unidad de España.
Decía Don José María Gil Robles que la unidad de España es un legado de
muchas generaciones anteriores que las generaciones actuales no tienen derecho
a dilapidar. El patriotismo es un sentimiento de orgullo por ser miembro de una
comunidad política determinada y por participar de los valores y principios que
la configuran. Nuestra patria es nuestra tierra, nuestra cultura y nuestra
historia. Pero también nuestras infraestructuras, nuestros hospitales, nuestras
escuelas, nuestras universidades, nuestro sistema de la Seguridad Social, e
incluso nuestro sistema tributario: todo lo que nuestros antepasados nos han
legado, y nosotros con nuestro esfuerzo y nuestros impuestos hemos ido
construyendo a lo largo de nuestra vida. Pues bien, ese sentimiento de orgullo
no se entiende sin Cataluña. España no se entiende sin Cataluña. Y Cataluña no
se entiende sin España. Afortunadamente, en esto parece que casi todos estamos
de acuerdo, independientemente de que nos consideremos de derechas, de
izquierdas e incluso de centro.
Ahora bien, ¿hasta dónde estamos dispuestos a
llegar? Las disparatadas propuestas de los separatistas catalanes están
produciendo en el resto de los españoles un efecto pernicioso: poco a poco, en
este asunto, vamos radicalizando nuestras posturas. El riesgo de que los
moderados nos radicalicemos es real. Y casi tan grave como si, llegado un
momento determinado, en las esferas de decisión, los moderados sean desplazados
y sustituidos por los radicales.
Todavía en la moderación, se afirma que
cualquier medida que se adopte frente a los desafíos separatistas ha de ser
ajustada a la ley. O sea, el Estado español no puede perder los papeles. Pero
¿qué hacer dentro de la legalidad? He contado alguna vez que en una visita a
Washington le pregunté a un senador norteamericano si tenían previsto algún
mecanismo constitucional para impedir que cualquier estado, por ejemplo Texas,
un día proclamara unilateralmente su independencia. El senador me respondió que
no tenían previsto ningún mecanismo constitucional, pero que una vez lo
intentaron y ya no lo han vuelto a intentar. En España tenemos el art. 155 de
la Constitución, que permite suspender el funcionamiento de una comunidad
autónoma por no cumplir la Constitución, las leyes, o atentar al interés
general de España. Ahora bien, si el Gobierno, con el apoyo del Senado,
adoptase las medidas necesarias para impedir la secesión de Cataluña, y los
separatistas se negasen a acatarlas, tenemos que saber que habrá que hacerlas
cumplir con la Guardia Civil y con el Ejército. Así de claro. Y que sería mejor
que estas decisiones las tomasen los moderados, antes de que las tengan que
tomar los radicales.
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