"Los pasos errantes sucumben en el mar..."
Lola
Benítez Molina
Málaga
Dice un proverbio chino: “Jamás desesperes, aún
estando en las más sombrías aflicciones, pues de las nubes negras cae agua
limpia y fecundante”.
Sin
embargo, llamó poderosamente mi atención al conocer la biografía de algunos
escritores que, en algún momento de sus vidas, no supieron afrontar lo que el
porvenir les deparó. Su talento incuestionable no fue suficiente para continuar
el que debería haber sido su camino.
Los
pasos errantes sucumben en el mar. ¿Quién os acogiera en su seno para quitaros
esa congoja, que al abismo os lleva? No dudéis de vuestra fortaleza, que
inmortal se ha hecho. Quien no os amó…, su castigo llevó implícito.
Inquietudes, anhelos, zozobra… Queríais un poco de paz y encontrasteis la
eternidad. No fue suficiente la fragancia de vuestros éxitos. Preferisteis
imitar a las alondras al emprender el vuelo. Yo quiero ofreceros mi humilde
regazo y, en las cálidas noches estivales, encontrar el consuelo.
Juego
de palabras, silencios ocultos, vanidades rotas, fuego incandescente que os
llevó a huir a un destino incierto. El murmullo de las olas os envolvió y
entrasteis en el paradigma de lo desconocido. Ni el Fuego Fatuo de Manuel de
Falla puede ya despertar vuestro dulce sueño.
Encontramos
ejemplo de ello en la vida de Alfonsina Storni, poetisa argentina de origen
suizo (1892-1938) y considerada una de las grandes poetas de América.
Evolucionó desde el Romanticismo hasta el intimismo del Modernismo. Su vida no
fue afortunada y eso se refleja en sus poemas, que recogen una visión
angustiosa debido a difíciles relaciones con el hombre y, a eso se añade, que
fue madre soltera, lo cual no estaba bien visto en su época. Tras una
enfermedad terminal, terminó suicidándose en Mar del Plata. Cabe destacar esta
frase: “Se me va de los dedos la caricia sin causa. Se me va de los dedos… En
el viento, al rodar”. Destaca cierta idealización del amor.
Otra
vida nada fácil fue la del escritor y diplomático granadino Ángel Ganivet
(1865-1898). Para algunos, precursor de la llamada “Generación del 98” y, para
otros, un reconocido miembro de ésta. Su valía es incuestionable, pero ello no
le impidió caer en una profunda depresión al verse solo en Riga, donde ejercía
de cónsul, sin su mujer y tras perder a una hija al poco de nacer, entristecido
por la pérdida de las últimas colonias de España y enfermo de sífilis. Se
suicidó tirándose desde un barco al río Dvina, de Riga, tras haber sido salvado
tras un primer intento.
Otra
escritora, de ascendencia británica, que cabe mencionar es Virginia Woolf
(1882-1941). Comenzó con depresiones tras la repentina muerte de su madre
cuando ella tenía trece años. Posteriormente, con la de su padre, tras lo cual
se trasladó con sus hermanos al bohemio barrio Blomsburry, que dio nombre a un
extravagante grupo de poetas, novelistas y pintores que se formó a su alrededor
y que estaba integrado, entre otros, por T.S. Eliot, el filósofo Bertrand
Russell, Vita Sackville-Wets y el escritor Leonard Woolf, quien sería su
marido. Virginia Woolf se suicidó rellenándose los bolsillos del abrigo con
piedras y zambulléndose en el río Ouse, Lewes, Sussex.
No
podemos olvidar al egregio escritor norteamericano Ernest Hemingway, Premio
Nobel de Literatura 1954. El autor de “El viejo y el mar” compró en 1959 una
casa en Ketchum (Idaho), donde se suicidó el 2 de julio de 1961.
Todos
ellos y muchos otros, genios de las Letras, no supieron lidiar con un mundo
hostil.
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