"...Albertini entrega temas de significación no solo para si mismo..."
Por Waldo González.
Siempre en el entonces: dos
noveletas y ocho cuentos —publicado por
Alexandria Library Publishing House en febrero pasado— es el título más
reciente del narrador e historiador cubano José A. Albertini, quien aquí aborda
diez «historias de amor y memorias que cabalgan en corceles nocturnos», tal
escribiera el autor, con acento poético, en la dedicatoria del ejemplar enviado
a este crítico.
Tanto en las dos
novelas como en los ocho relatos, Albertini entrega temas de significación no
solo para sí mismo, sino también para los lectores cubanos e hispanoamericanos,
gracias a la lograda combinación de realismo y ficción, poesía y testimonio.
Tal consigue el
también miembro del Pen Club de Escritores Cubanos del Exilio y de la Academia
de Historia de Cuba en el Exilio tras haber atravesado la intensidad marcada a
fuego por la Isla, donde viviría hermosos instantes en su infancia, como
asimismo en su juventud sufriría las peores situaciones (sobre todo, las
mazmorras castristas) que, en lúcido ensamblaje, ahora regresan, batidas por el
oleaje de la memoria, en sugerentes relatos testimoniales, surgidos ‘en los
impredecibles pero siempre caminos coincidentes de la existencia’.
El volumen deviene
un haz de hermosas páginas trazadas desde la praxis real y la ficción, teñidas de poiesis, decisivo componente que las ennoblece y les otorga un genuino vuelo,
gracias igualmente a la arrasadora nostalgia que bucea en un fiero mar de
evocaciones. En consecuencia, sus amadas Cuba («La Isla Prodigiosa», tal la
llama en «Matrimonio invernal») y Santa Clara, su ciudad natal, aparecen y
reaparecen una y otra vez en sus textos, corroborando su cubanía.
De tal suerte, sus
novelas y relatos, al nutrirse de la realidad que lo circundara durante su
juventud y madurez, valiéndose de elementos ficcionales, ofrecen al lector
páginas pensadas y elaboradas con acierto sobre esa materia indeleble que
llamamos —así como jugando— la vida.
Otro rasgo que
favorece su escritura es su hondo conocimiento de la historia cubana, brindado
por su inveterada afición al decursar sociopolítico de la Isla, como a hondas
lecturas de prosa y poesía, rasgos consecuentes en este libro de Albertini,
según se advierte en las no pocas citas de versos de poetas que le sirven de
epígrafes en sus textos.
Y tal es su gusto
por la poesía, la narrativa y el arte, que en tres de sus relatos homenajea a
figuras que, de algún modo, han tocado su sensibilidad: la gran poetisa Dulce
María Loynaz («Horizontes de mar y cielo»), al narrador Ernest Hemingway («A
las puertas de la noche») y a la cantautora Ela O’Farrill —«una congoja de la
memoria descontenta que rebota en nosotros y en la carencia presente de sueños
reales»— en «La vida es un adiós», respectivamente.
Mas, resulta el
amor el motivo central que enlaza estas historias de vida, pasión y verdad, sin
que por ello el acendrado realismo subraye su prosa, porque ese tono poético
aludido por mí líneas atrás les otorga el necesario lirismo. De tal suerte, su
hermoso texto «Matrimonio invernal», deviene un canto a la alianza de una
pareja que, aun en la cercana muerte, siguen amándose.
Asimismo,
«Transitar sin adioses» configura una hermosa alegoría del extenso e intenso
viaje en esta larga tarea de aprender a morir (título
que revela la honda lectura e influjo del icónico cuento homónimo del relevante
narrador y poeta cubano Félix Pita Rodríguez), a partir de versos del texto
«Olvido», de la ya fallecida poeta y narradora cubana Rina Lastres, sobre uno
de cuyos libros, por cierto, este crítico escribiera tiempo atrás un
comentario.
De igual manera,
en «El estertor de la memoria» —dedicado al cubano desterrado Pablo Pastrana Bencomo— ya surge el nombre de Celso Trafid Zur,
seudónimo del dictador asesino, quien impusiera su loco desgobierno en la Isla
desde seis décadas atrás, ‘épocas que indigestaron la memoria y la escupieron
en tierra ajena’.
El seudónimo del
nefasto personaje reaparecerá en «Un viejo juramento», otro relato de corte
testimonial que combina con acierto realidad y ficción.
Cierra el conjunto
su segunda y hermosa noveleta que da título al volumen, cuyos hechos reales y
ficcionales narrados evidencian la insospechada pero contundente verdad del
amor perdurable, que ejemplifican quienes, por haber vivido intensamente su
juventud, deciden unir sus existencias.
En «Siempre en el
entonces», Albertini aúna narración y fragmentos de cartas enviadas entre sí
por una pareja de ancianos, quienes, al leerlas, respiran ‘los olores de antaño
que siguen siendo los de siempre’, evocando ‘la nostalgia de lo que fue o pudo
haber sido’, pues nunca olvidarían su tronchado pero firme amor que jamás
decayera, no obstante la imposibilidad de unirse en matrimonio durante su
lejana juventud.
Así, tal le
refiere la siempre amorosa Cenia, le sentencia en una de sus cartas a Rodolfo:
‘Las pasiones humanas, buenas o malas, son eternas e inmutables’. Acorde con
ello, se escucha la respuesta de él: ‘Las arrugas […], sobre todo las del alma,
consiguen avivar en la memoria recuerdos gratos’.
Otro rango del
amor en su más amplia acepción: la genuina amistad, se patentiza en la
noveleta, al mencionar Albertini —en justo homenaje— a un hombre ejemplar en
vida y obra: su ‘compañero de celda, poeta él’, en la prisión del Gulag
castrista: Ángel Cuadra, quien le prestara al autor un volumen de varios
narradores, entre los que se hallaba uno del icónico personaje Rip Van Winkle,
del ya legendario narrador Washington Irving, hecho que lo marcara para siempre
y quizás definiera su auténtica vocación literaria.
Pero hay más: en
esta noveleta —sin duda, la mejor pieza del conjunto— el narrador ofrece
momentos que catalizan su honda y convincente praxis humana, esa que ofrece a quienes han vivido intensamente y poseen
la suficiente madurez, justamente por haber experimentado tales instantes.
De ahí que, en no
pocas páginas, leamos tales trozos y trazos testimoniales, en tanto corroboran
su tránsito por el duro oficio de vivir. Leamos algunos: ‘el exceso de
proyectos fraguados desde la utopía ha sido el lastre que ha dañado, desde la
conquista, a los habitantes de la Isla, lastimado familias y esterilizado la
tierra’; ‘la felicidad, tal como la pensamos, es tan escurridiza como el
horizonte’, y ‘para seguir viviendo, cuando lo anhelado se desmorona, se impone
buscar paliativos en los senderos menos transitados de lo que llamamos
felicidad’.
A no dudarlo,
con Siempre en el entonces. Dos noveletas y ocho cuentos J. A. Albertini, valiéndose de su doble tarea de narrador e
historiador, continúa su rigurosa creación, cuya valía se corrobora una vez más
en éste, su más reciente libro.
Agradecido
por la reseña de Waldo y a Armando Añel por la publicación en NEO CLUB.
J.
A. Albertini
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