"Los que cometen delitos deben responder ante la sociedad por sus decisiones, pero no solo algunos, sino todos,sin excepción..." |
Por, Alberto
Medina Méndez (albertomedinamendez@gmail.com)
Una parte
importante de la sociedad parece estar exultante y satisfecha con la
secuencia de hechos que derivaron en la aprehensión de una larga nómina de
indeseables personajes de la política nacional contemporánea.
Esto antes
no había ocurrido de modo alguno. Salvo casos aislados, la dinámica natural
era garantizar una impunidad a prueba de todo, esa que permitía que los
corruptos pudieran caminar por las calles sin ningún pudor.
Dice un
viejo refrán que “el que las hace las paga” y esta vez parece que muchos de
los que cometieron delitos en el pasado reciente tendrán que enfrentar las
más duras consecuencias directas de sus flagrantes actos.
En el
contexto actual, esto es muy positivo porque asoma tímidamente un cambio que
termina con la inercia habitual de un país que no tiene justicia. La historia
dice que en el pasado cualquier hecho podía quedar en el olvido.
Pero no
hay que engañarse. Esta señal es absolutamente incompleta y groseramente
sesgada. Esa burda característica y ciertas circunstancias la convierten en
un engendro que no merece ser identificado como “justicia”.
Ese
concepto debe ser sagrado. No es bueno confundirlo con el denominado “poder
judicial”. Ese espacio está plagado de funcionarios estatales en el que se
entremezclan los más honrados con los más perversos.
Una cosa
es el principio moral que asigna a cada uno lo que le corresponde y otra,
bien diferente, es el accionar de un conjunto de personas, que se atribuyen
la potestad de aplicar normas de un modo selectivo, siempre en sintonía con
sus eventuales y cuestionables conveniencias coyunturales.
Los que
cometen delitos deben responder ante la sociedad por sus decisiones, pero no
solo algunos, sino todos, sin excepción. Cuando los encarcelados pertenecen a
una única “banda” es inevitable pensar mal y concluir en que algo no está
funcionando adecuadamente.
Es difícil
imaginar que un grupo político ostente el monopolio de las ilegalidades y se
convierta en símbolo inequívoco de la corrupción, siendo este un fenómeno
presente, estructural y transversal a todos los gobiernos.
No es que
ahora deba darse marcha atrás y liberar a los inmorales criminales que se
apropiaron sin escrúpulos del dinero de la gente, sino más bien de no hacerse
los distraídos con el resto de la infinita lista de bandidos que se burlan a
diario de todos habiendo cometido idénticos atropellos.
Por
momentos, la sociedad puede parecer ignorante. Es posible que sea demasiado
mansa, pero sabe a ciencia cierta que el “sistema judicial” es tan objetable
como los mafiosos que ha detenido en esta nueva etapa.
En
cualquier encuesta sería el “Poder Judicial” aparece al final de la grilla en
el ranking de credibilidad de las instituciones, inclusive bastante por
debajo de los sindicatos y el Congreso, lo que es un record nada fácil de
superar.
No es que
no existan jueces probos y funcionarios honestos. Probablemente sean los más.
Pero también es inocultable que muchos de ellos manipulan los tiempos
procesales en función de como soplan los vientos políticos.
Cierta
actitud conservadora, sospechosamente prudente y hasta cobarde sobrevuela en
ese tipo de decisiones que involucran a dirigentes de peso. En esos casos
parece que la venda de la “justicia” se corre para dar paso a las
arbitrariedades y discrecionales inaceptables en hombres de bien.
Para que
el sistema recupere alguna dosis de confianza necesita mostrar otras
actitudes. Ocuparse con ensañamiento de los que cayeron en desgracia y
perdieron el poder no habla muy bien de sus protagonistas.
Si
realmente creyeran que lo que están haciendo ahora es lo correcto deberían
explicar entonces porque muchas de estas mismas resonantes causas estaban con
“freno de mano” en tiempos del apogeo del régimen.
Seguramente
explicitar los argumentos reales en profundidad sería muy inconveniente y
totalmente incómodo para los que ahora pretenden convertirse en modernos
paladines y valientes salvadores de la patria.
Hay que advertirle
a estas supuestas celebridades que el heroísmo es otra cosa. Requiere de
mucho coraje y osadía. Enfrentar a los poderosos es una hazaña. Hacerlo
cuando ya están en decadencia tiene otro nombre.
La ética
profesional no sabe de oportunismos. Los defensores seriales de posturas como
esas dicen que en aquel tiempo era imposible intentarlo. En realidad no era
inviable, sino en todo caso riesgoso para quienes decidieran encarar esa
embestida, pero eso merece ser blanqueado sin eufemismos.
En esta nación
habrá justicia el día que los tres poderes puedan funcionar de un modo
ecuánime, siendo contrapesos unos de otros. Lo será cuando las instituciones
de la sociedad civil puedan ocuparse de liderar los procesos políticos
fijando límites a los desmanes y despropósitos tan habituales.
Mientras
existan gobernadores y legisladores, intendentes y concejales, jueces y
fiscales, funcionarios de todas las jurisdicciones y niveles que admitan con
tanta naturalidad las eternas reglas de la corrupción, no habrá nada que se
parezca a la justicia, sino una mera parodia de ella.
Aplaudir
el hecho de que algunos corruptos vayan a la cárcel no está del todo mal, en
la medida que la ciudadanía no se estafe a sí misma y entienda que esto es
solo un hito en este largo camino hacia lo correcto.
La bendita
grieta no se cierra encerrando a unos y dejando sueltos al resto sino
depurando el sistema, procesando y condenando a los que saquean
cotidianamente a la gente sin descaro, sin importar si gobiernan ahora o
antes, sin tener en cuenta colores partidarios ni intereses sectoriales.
Para
recibirse de país hace falta mucho más que esta andanada de espectaculares
operativos repletos de bravuconadas que intentan simular la vigencia de una
república y del manoseado estado de derecho.
Por ahora
solo se ha logrado esto. Tal vez sea mucho más de lo imaginable. Pero cuidado
que conformarse puede ser un error letal que solo lleve a repetir errores
indefinidamente. Es momento de apretar el acelerador y exigir mucho más.
Mientras tanto habrá que asumir que esto no es justicia.
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