viernes, 29 de diciembre de 2017

LA ANTI LEYENDA JESUITA DE LAS MISIONES EN PARAGUAY

La misión de Jesús de Tavarangue en Paraguay
La anti leyenda negra resurge en las misiones de Paraguay. 

"Tras ser reconstruidas y declaradas patrimonio cultural de la humanidad, las Reducciones se han convertido en un reclamo turístico."


Por Romualdo Maestre.
La Unesco las calificó como «una experiencia económica y socio-cultural sin precedentes en la historia de los pueblos», cuando las declaró patrimonio cultural de la humanidad. Las misiones jesuitas o reducciones son la anti leyenda negra de España, la constatación del respeto y la protección del indio nativo frente a la desmesura de la conquista y sus ansias de una rentabilidad económica inmediata.
La Compañía de Jesús fundó hasta 30 pueblos o misiones a partir del año 1607 cuando eligió Paraguay como su provincia religiosa, que incluía Tucumán, Chile, Bolivia y partes de Brasil. Su principal misión era la evangelización y la protección de los indios guaraníes. Aunque el Papa Paulo III en 1537 condenó la esclavitud de los pueblos indígenas por las potencias europeas y los Reyes de España promulgaron leyes humanitarias en defensa del indio, en un imperio tan vasto donde nunca se ponía el sol las cédulas reales relativas a la trata de seres humanos se acataban pero no se cumplían.
Dos eran los principales enemigos de la libertad de los indios: los colonos españoles que ansiaban «encomendar» a todo aquel que se encontrara en su camino para las explotaciones y los «bandeirantes». Estos últimos eran también conocidos como paulistas, dado que su cuartel general estaba en San Pablo, en Brasil. Sin respetar el tratado de Tordesillas entre Portugal y España, se adentraban, con grandes banderas y banderolas –de ahí el nombre–, en territorios más allá de sus fronteras lusitanas a la búsqueda de esclavos indios y negros, como explica el historiador Oscar Pineda en su libro «Los guaraníes, los jesuitas y las misiones en el Paraguay».
Primeras expediciones
Las primeras expediciones en busca de esclavos comenzaron en 1614, sólo cinco años después de la instalación de las reducciones. Según explica el misionero Francisco Díaz Taño, sus integrantes, bien armados y pertrechados, llegaron a imponer el terror y en su época de máximo desarrollo tuvieron hasta 300.000 miembros. En San Pablo se vendían los esclavos negros e indios de la misma manera que se comercializaba el ganado. Hasta tal punto llegaron las incursiones que en 1640 el Rey de España firmó una cédula real por la que se autorizaba a los guaraníes de las reducciones el excepcional permiso de que se armaran y defendieran por sí mismos. Las misiones de los jesuitas se convirtieron en «guarniciones de frontera».
El idioma oficial en las reducciones era el guaraní. Los jesuitas que partían para las misiones empleaban mucho tiempo en aprenderlo. Sabían que era la forma más directa de entenderse con los indios, ganar su confianza y por ende para su causa: la cristianización. Por parte de los indígenas no hubo esa reciprocidad, probablemente porque no eran los que catequizaban sino los receptores de los mensajes de la buena nueva. De la imprenta de los jesuitas salieron libros escritos en guaraní, lengua cooficial hoy del Paraguay y que la mayoría de sus habitantes habla y entiende. «Gracias a los jesuitas tenemos la única lengua india con transcripción escrita desde el 17 en Iberoamérica», señala con orgullo la guía de la misión de Jesús de Tavarangue en Paraguay, cuya iglesia inacabada estaba destinada a ser una de las más grandes de todas las misiones.
           Visitar Jesús de Tavarangue es una experiencia inolvidable. Son las ruinas de un barroco autóctono, el hispano-guaraní, donde la mano del indio ha dejado su huella, con representaciones de sus deidades, casi siempre animales, a lo que los jesuitas no se oponían. Todas las misiones tenían una planimetría similar, patrones rectilíneos para sus calles y casas y muy curvado para sus adornos, según la moda europea de la época. La iglesia era el eje central, en época de esplendor llegó a tener hasta cinco naves. Al lado, la casa de los misioneros. A continuación el colegio, los diversos talleres, el almacén o el depósito. Al otro lado del templo el cementerio y alejado de este, el «coty guazú», destinado a las viudas, jóvenes huérfanas y demás desamparados. Existía una huerta jardín y una gran plaza, limpia, sin ornamentaciones, donde en uno de los lados se encontraban las casas de los indios, todas en línea recta, con corredores bien ventilados y muchas de sus calles incluso techadas para protegerse del sol y las fuertes lluvias. En estas pequeñas ciudades se plantaban árboles frutales, naranjos, aunque también cipreses y nardos. La plaza se usaba para festivales musicales y representaciones teatrales, generalmente sacras.
Pilares del país
Para la ministra de Turismo de Paraguay, Marcela Bacigalupo, las misiones de los jesuitas (ocho en su nación) son «junto con el turismo de naturaleza los dos pilares fundamentales de un país que ofrece al extranjero estabilidad y precios competitivos, y más ahora que se van a incrementar los vuelos directos Madrid-Asunción de cuatro a seis a partir de junio del año que viene», señaló a este periódico. «En la misión de Trinidad hemos creado un espectáculo de luces y sonidos para verla de noche y junto con la de Jesús de Tavarangue ya cuenta con una cartelería en tres idiomas, incluido el braille», señala. En este punto fue el recién nombrado embajador de España en Paraguay, Javier Hernández Peña, el que se mostró orgulloso de la ayuda española aportada para este fin en una recepción en la Embajada española en Asunción.
Las cifras que se barajan sobre el número total de indios en las misiones serían para su época de esplendor 150.000. Los jesuitas fueron expulsados en 1767. Varias fueron las causas. En primer lugar, su sistema de aprovechamiento económico distaba mucho del régimen de semi esclavitud de las encomiendas. Las relaciones entre los jesuitas y las autoridades provinciales nunca fueron buenas. Había acusaciones contra la Compañía, como que tenían oculto un gran tesoro del que se aprovechaban y no tributaban al Rey de España lo suficiente; que entrometían a los indios con los españoles; que los indios habían sido convertidos por los jesuitas por la fuerza de las armas; que se oponían a que los obispos visitasen sus doctrinas, etc. Ninguna de ellas pudo ser demostrada. Lo que no pasaba desapercibido era la fuerte rivalidad con los franciscanos y lo mal visto que estaba la independencia conseguida en las misiones, lo que le dio a la congregación religiosa la primacía sobre cualquier otra orden. Además, hubo un alzamiento comunero en Paraguay en contra del sistema jesuita, una terrible sequía que dejó mucha hambruna y para colmo la epidemia de viruela de 1733 diezmó la población, que se vio reducida a 40.000 guaraníes.
Tras la expulsión las misiones fueron abandonadas y saqueadas. El 90% de los escritos y anotaciones sobre antropología, botánica, lengua, astronomía, historia y música se perdió para siempre. La búsqueda de un tesoro escondido, el oro de los sacerdotes, que nunca existió, contribuyó a la destrucción. Los indios volvieron a la selva y la maleza cubrió las misiones hasta que ahora se han vuelto a reconstruir para dejar constancia de un episodio único en la historia de Iberoamérica. Visitarlas es entender la huella de España en el Nuevo Mundo.
         Ni una sola revuelta, ni un solo jesuita asesinado
A diferencia de lo que ocurrió en las colonias portuguesas o españolas, en las reducciones jesuitas de los guaraníes no hubo ninguna sublevación ni muerte violenta de misioneros en los 160 años que duraron. Esto sólo se entiende por el respeto y la tolerancia con los indios. Los sacerdotes practicaban la autogestión. Respetaron la organización de los guaraníes, que de una forma bastante democrática elegían a sus caciques o jefes, se reunían en su consejo y dictaban sus propias leyes. En todo caso, supervisaban las penas impuestas para que no fueran demasiado severas. De hecho, se considera que la ley jesuítica guaraní fue la primera en eliminar la pena de muerte. La segunda fue la del gran ducado de Toscana en 1786, unos 20 años después de la expulsión de los jesuitas de América. Está demostrado que los jesuitas  se ganaban a los indios para su causa religiosa por la fuerza del amor. Si no, es difícil de entender que sólo entre dos y cuatro jesuitas estuvieran a cargo de una reducción con más de 7.000 indios.


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