"No cabe dudas que el sometimiento a las corrientes de opinión mayoritarias aunque no se compartan..."
Alfredo, soy yo, Andreína… aquí nos agarraron con Jairo…
Los amo, los amo mucho;
dile a mami que me perdone,
y a mi papá que me perdone por todo.
Los amo, Perdónenme por favor.
Lisbeth Andreina Ramírez Montilla
Por Pedro Corzo.
En estos tiempos
sobran defensores de componendas particularmente aborrecibles. Muchos
políticos e intelectuales a costa de no perder influencia o poder, procuran
evadir todo tipo de confrontación, hipotecan principios y destrozan
compromisos, coadyuvando a la desorientación de las mayorías, haciendo muy
difícil coincidir con personas que defienden sus convicciones porque cuando lo
hacen solo ganan vituperios y descalificaciones al no ser políticamente
correctos.
Son
dificultosos esos encuentros no porque falten personas con valores e
integridad, sino porque un número importante de sujetos, consciente de
que no tienen fortaleza suficiente para correr los riesgos que demandan la
defensa de sus opiniones, buscan descalificar con cualquier argumento a
los que están dispuestos a arriesgarlo todo por sus convicciones.
No cabe
dudas que el sometimiento a las corrientes de opinión mayoritarias aunque no se
compartan, otorga beneficios, solo que a la postre se están hipotecando los
derechos de actuar en base a convicciones propias y se empieza a vivir en un
entramado de mentiras y medias verdades
El sociólogo argentino José
Ingenieros a principios del pasado siglo XX consideró que había tres tipos de
hombre, uno de los cuales se ajusta perfectamente a estos tiempos en los que la
masificación y el acceso a la información generan ciudadanos desinteresados en
sucesos trascendentes y que solo muestran interés en lo superfluo.
Ingeniero definió a este hombre
que pulula hoy, a pesar de que cuenta con la posibilidad de acceder a recursos
y medios sin precedentes, "el hombre mediocre" un sujeto “incapaz de
usar su imaginación para concebir ideales que le propongan un futuro por el
cual luchar” lo que determina su sumisión a la rutina, a los perjuicios, hasta
convertirse en siervo de cualquier amo, puesto que su objetivo es vivir de la
mejor manera posible sin generar conflictos que pongan en riesgo su
sobrevivencia.
Estas consideraciones se
originan por la muerte del inspector de policías de Venezuela, Oscar Pérez,
quien fue acusado de ser un agente provocador al servicio de Nicolás Maduro, y
es que vituperar a los otros para algunos individuos sirve para encubrir
debilidades propias.
Vale apuntar que algo similar
ocurre en Cuba, donde cuando alguien plantea posiciones consideradas
extremistas para enfrentar la dictadura son sindicados de inmediato de
provocadores o infiltrados y aunque en la lucha contra las dictaduras
ideológicas o del crimen organizado el espionaje es una realidad cotidiana, aun
así, el primer deber de un hombre libre es respetar las propuestas de otro
hombre libre aunque las refute.
Ese hombre mediocre,
esencialmente cobarde, fue el que acusó a Oscar Pérez de terrorista sin que
hubiera cometido un asesinato porque en su mente no había espacios para entender
que otras personas estuviesen dispuestas a correr peligros que pudieran
terminar con su vida.
La masacre del
Junquito en Caracas que elevó a la condición de héroe y mártir al
inspector de policía de Venezuela, Oscar Pérez, a seis de sus compañeros y una
mujer, ha sacudido a la sociedad venezolana y a amplios sectores de la opinión
pública internacional, en particular, aquellos que tienen confianza de que un
dialogo político entre los escorpiones del chavismo y la oposición era posible,
un síndrome que se extiende a Cuba donde una corriente de la oposición confía,
casi sesenta años después, que el castrismo va a respetar las reglas de una
contienda democrática.
La muerte de
Pérez y sus compañeros se suman al largo prontuario criminal del castro chavismo
en Venezuela, pero es una tragedia que aporta nuevos ángulos ya que la
manera en que atacó el régimen a los rebeldes es una copia fiel de los métodos
aplicados por el castrismo contra la oposición porque como refiere la destacada
periodista Eleonora Bruzual el régimen desplegó más de mil efectivos contra 7
hombres y recurrió al uso de armas antitanques para eliminarlos.
Cierto que estos
hombres estaban armados pero habían decidido entregarse, aun así, después de
esa propuesta, fueron asesinados, y para asegurar la muerte el sicariato,
copiando el estilo castristas, incluida la estudiante Lisbeth Andreína Ramírez
Montilla, le dieron un tiro de gracias en la cabeza a todos los abatidos.
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