"Pero quién inspiró al gran poeta y novelista ruso, Premio Nobel en 1958..."
Lola
Benítez Molina Málaga (España)
“No rechaces tus sueños. ¿Sin la ilusión el mundo que sería?”
Pura inocencia, de delicada y frágil
belleza, un sol para el mundo… La maldad sempiterna te hizo perder ese candor
en una época convulsa. Lara, la de los ojos tristes y una deplorable historia
que contar. Borís Pasternak te inmortalizó, llevado por esa sensibilidad que
parece ser que sólo los poetas albergan, y aquellos que con su mano plasman la
belleza impoluta del momento, quedando detenido en el lienzo con su paleta de
colores o que con su batuta dirige un concierto. Estas genialidades despiertan
los más sublimes sueños y deseos. Instantes tan excelsos, pocas veces
alcanzados, como lo hicieron los valses de Strauss, con los que da comienzo
cada nuevo año en un intento de alcanzar lo extraordinario.
Pero ¿quién
inspiró al gran poeta y novelista ruso, Premio Nobel en 1958, a realizar su
obra estrella: El Doctor Zhivago?
Perpleja me quedé al conocer que tal musa, de ojos del color del mar, existió.
Su nombre: Olga Ivínskaia, quien, desde su adolescencia, se sabía sus poemas de
memoria y que se convertiría en la amante del escritor. Puro flechazo al
coincidir ambos en la sede de una revista literaria de Moscú. Un cruce de
miradas penetrantes, cautivadoras y de admiración, fue el detonante de unión
para esas dos almas gemelas, pero como los entresijos de la realidad nunca son
tan perfectos, la situación personal de cada uno y los momentos históricos, que
son imborrables, los sometió a la lucha incesante, que no hizo sino acrecentar
su amor. Borís, casado, nunca dejaría a su segunda esposa, Zinaída que, en su
juventud, vivió una escena parecida a la que inspiró al poeta en su novela.
Es bien sabido que
aquello que dicta el corazón no hay batalla que lo aniquile. Tan grande es su
fuerza y su latido y, por más que la razón actúe, llevará las de perder porque
acrecentará el fuego de la pasión prohibida. Tal vez esto agrandó su amor e
inspiró a Pasternak para escribir su genial obra maestra. Para Calvino, Doctor Zhivago, fue la gran novela rusa
del siglo XX.
Pasternak tuvo que
rechazar el Premio Nobel, pero gozó de cierta inmunidad por ser el traductor de
poetas de Georgia, la tierra de Stalin, y tradujo la segunda parte de Fausto.
Con los años, Olga
se convertiría, además de amante, en su secretaria y su correctora, como lo
fueron otras esposas de escritores rusos: las de Tolstói, Dostoievski o
Nabokov.
El famoso escritor
nos dejaría esta hermosa frase: “Aunque el artista es mortal como el resto de
sus congéneres, la alegría de vivir que ha conocido es imperecedera un siglo
después”.
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