“Hemos adoptado un
Plan de Acción para fortalecer la democracia representativa, promover una
eficiente gestión de gobierno y proteger los derechos humanos y las libertades
fundamentales…”
Declaración de Quebec 2001.
Por Pedro Corzo.
Que hacen los gobiernos de Cuba,
Nicaragua y Bolivia en la cita de la capital peruana para celebrar la Octava
Cumbre de Las Américas, si los promotores de estos acuerdos ratificaron el
compromiso antes expuesto en encuentros sucesivos.
Este selecto club hemisférico,
Presidentes y altos funcionarios gubernamentales, se reúnen periódicamente para
coordinar actividades y contraer compromisos en los que se promueven
derechos, oportunidades de desarrollo y
justicia, enunciados que muy pocas veces son
observados por los propios firmantes.
Al parecer algunos de los que
suscriben esos acuerdos suelen tener mala memoria, que junto a la trama de
intereses compartidos y la convivencia gubernamental, hace que en muchos de
ellos, los principios y valores que proclaman, sean ocultados en el rincón más
oscuro de sus respectivos despachos.
Hay un sinnúmero de acuerdos y
declaraciones altisonantes producidas en estas Cumbres como fue la
Carta Democrática Interamericana, aprobada precisamente en Lima en el 2001, y
obviada por muchos de los signatarios como hizo José Miguel Insulza cuando con
la complicidad de los gobiernos del hemisferio violaron principios de la OEA al
aprobar el reingreso de Cuba a la entidad en el 2009, situación que
se repitió el pasado año cuando la mayoría de los países miembros de
esa entidad se negaron a reconocer la realidad venezolana, pese a que la
situación de ese país se expuso ampliamente y que muchos ex presidentes y
varios en ejercicio, una actitud con muy pocos precedentes, condenaban
severamente lo que ocurre en el país sudamericano.
El texto de la
Declaración de Principios suscrito por los Jefes de Estado y de Gobierno,
presentes en la Primera Cumbre de las Américas, 1994, refería “Los Jefes de Estado y de Gobierno elegidos de las Américas estamos
comprometidos a fomentar la prosperidad, los valores y las instituciones
democráticas y la seguridad de nuestro Hemisferio”, un compromiso negado cuando
la dictadura castrista fue invitada a participar en la Séptima Cumbre de Panamá
donde el presidente Barack Obama se reunió con el déspota dinástico Raúl Castro
a pesar que enfurecidos paramilitares de la dictadura insular agredieron
violentamente a quienes protestaban pacíficamente por la participación del
cacique castristas en el encuentro.
Los sucesos de
Panamá es posible que se repitan en Lima si las autoridades peruanas no actúan
firmemente contra los sicarios del régimen de La Habana que ha prohibido
la salida de la isla de activistas pro democracia que fueron
invitados a participar en foros paralelos, aunque no pueden hacer lo mismo con
esa pléyade de cubanos exiliados que viajaran desde diferentes lugares para denunciar
los abusos de la dictadura y para expresar su solidaridad con los demócratas
venezolanos.
En verdad la cumbre
partió con un paso en falso cuando en uno de sus documentos se señaló, “Por
primera vez en la historia, las Américas son una comunidad de sociedades
democráticas”, una bochornosa mentira porque Cuba estaba sometida a la
dictadura de los Castro hacía 35 años y Haití era el escenario de la
Operación Defender la Democracia, una intervención militar que procuraba sacar
el país del caos que enfrentaba.
Las Cumbres de las
Américas al igual que las Cumbres Iberoamericanas de Jefes de Estado y de
Gobierno han aportado muy poco al desarrollo económico, pero todavía menos al
fortalecimiento de la democracia y la justicia que merece todo ser humano, en realidad
son espectáculos de los soberanos
de la democracia, porque aunque resulten electos por el voto popular, la
mayoría cuando accede al poder se comporta como monarcas todopoderosos que
buscan perpetuarse en sus respectivos gobiernos y tomar decisiones
que le favorezcan a ellos y sus partidarios.
Sin embargo se debe reconocer que esta Cumbre tiene
una diferencia importante con las anteriores al no invitar a Nicolás Maduro.
Impugnar al autócrata venezolano es una muestra de hidalguía sin precedentes en
un ámbito en el que prima la doble moral, la que persistirá mientras los
dictadores, sin importar ideologías, participen en estos conclaves.
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