sábado, 28 de abril de 2018

LA TRADICION RAULISTA


"La dinastia Castro y sus sicarios intentan blindarse dejando en el poder a dirigentes jovenes en edad, pero tan seniles en pensamiento como sus mentores.."


Por Pedro Corzo.
El proceso de Sucesión en Cuba fue un éxito, de Fidel a Raúl hubo continuidad sin alteraciones importantes, ahora se inicia el proceso de sucesión-transición, mucho más complejo que el anterior, porque participan actores diferentes en un contexto sin precedentes en los últimos sesenta años.
 La convicción de la nomenclatura  de que las nuevas generaciones, en particular los que ocupan posiciones claves en las instituciones del estado  compartan su visión e intereses, ha sido frustrada en numerosas ocasiones sin embargo, no tienen otra alternativa que seguir procurando, en el marco del Gobierno y del Partido, el imprescindible relevo que les garantice en alguna medida la supervivencia de un régimen putrefacto que solo sirve para alimentar con carroña a sus buitres.

 Los Castro dispusieron hace años medidas para iniciar un proceso de relevo dentro del sistema que lo garantizara a largo plazo para asegurar, tanto a generales como a doctores, impunidad para sus crímenes y la conservación de las riquezas asaltadas a la nación cubana. La gerontocracia cubana no dispuso ese relevo por convicción ni por conciencia del fracaso del modelo que impusieron, fue el espíritu de mafia, de agrupación delincuencial, que planea sobrevivir a los fundadores del clan.
 La dinastía Castro y sus sicarios intentan blindarse dejando en el poder a dirigentes jóvenes en edad, pero tan seniles  en pensamiento como sus mentores. Ese objetivo  exige ser muy cuidadosos en la elección porque designar erradamente a un genuino representante de la obra más acabada del régimen: sujetos con doble moral, que piensan en si diciendo no o viceversa, puede resultar desastroso para la sobrevivencia del Reich castrista.
 Tal contexto requiere designar un jefe de gobierno ampliamente probado en su fidelidad y comprometido con la obediencia absoluta a sus amos, aunque, siempre precavidos, y cautelosos con los demonios que puedan andar sueltos, las escopetas y las bayonetas siguen bajo el control de los jerarcas históricos.
 El ungido fue Miguel Díaz Canel, mucho más joven que la mayoría de la cúpula gobernante. Fue sometido a numerosas pruebas de fe y evidentemente las satisfizo todas, lo que no lograron sus pares defenestrados  Carlos Aldana, Roberto Robaina, Felipe Pérez Roque y Carlos Lage,  sujetos que en su momento de esplendor se presentaban tan inflexibles e intolerantes como sus jefes, pero que por diferentes causas  perdieron el favor de los caudillos y resultaron defenestrados.
 De ese conjunto de cortesanos solo sobrevivió   Miguel Díaz Canel, quien evidentemente demostró ser el siervo más fiel y confiable de los amos de Cuba, situación que certifica su discurso de investidura y reiterada sumisión a Raúl Castro quien reiteró, sin empacho, su máxima autoridad aun después de haber dejado la jefatura de gobierno.
 Los Castro -la dinastía y sus acólitos controla las bayonetas y seguirán reprimiendo al pueblo a su antojo- al comandar la transición pretenden impedir que se desvíe a trapicheos políticos o ideológicos que afecten el sistema, aunque es de suponer que hayan previsto que las nuevas autoridades van a tener que realizar ajustes y reformulaciones propias de la interpretación que haga de la realidad el nuevo liderazgo.
 Por supuesto que el nuevo jefe y sus aliados no contaran con la autoridad y menos con la capacidad de intimidación de sus predecesores. Están obligados a negociar con sus menos iguales en el gobierno, a la vez que el control que ejerzan sobre  la población será mucho menor. El ciudadano  no percibirá más el sortilegio de un apellido capaz de infundir pavor a las mayorías y admiración y obediencia ciega  a sus incondicionales.
 A pesar de que los Castro siguen al mando su autoridad y dominio han sido matizados, así que sin pecar de optimista,  es razonable la aparición de nuevos favoritos ávidos  de protagonismo y poder que derivaría en un incremento de las fricciones y contradicciones en el marco de la clase gobernante. Esas ansias de poder y riquezas son ingredientes que estimulan quebraduras y desavenencias intestinas, una situación para la que deben estar preparados los sectores de la sociedad que están por la ruptura o el fin de la dictadura.   






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