"La dinastia Castro y sus sicarios intentan blindarse dejando en el poder a dirigentes jovenes en edad, pero tan seniles en pensamiento como sus mentores.."
El proceso de Sucesión en Cuba fue un
éxito, de Fidel a Raúl hubo continuidad sin alteraciones importantes, ahora se
inicia el proceso de sucesión-transición, mucho más complejo que el anterior,
porque participan actores diferentes en un contexto sin precedentes en los
últimos sesenta años.
La convicción de la nomenclatura de
que las nuevas generaciones, en particular los que ocupan posiciones claves en
las instituciones del estado compartan su visión e intereses, ha
sido frustrada en numerosas ocasiones sin embargo, no tienen otra alternativa
que seguir procurando, en el marco del Gobierno y del Partido, el
imprescindible relevo que les garantice en alguna medida la supervivencia de un
régimen putrefacto que solo sirve para alimentar con carroña a sus buitres.
Los Castro dispusieron hace años
medidas para iniciar un proceso de relevo dentro del sistema que lo garantizara
a largo plazo para asegurar, tanto a generales como a doctores, impunidad para
sus crímenes y la conservación de las riquezas asaltadas a la nación cubana. La
gerontocracia cubana no dispuso ese relevo por convicción ni por conciencia del
fracaso del modelo que impusieron, fue el espíritu de mafia, de agrupación
delincuencial, que planea sobrevivir a los fundadores del clan.
La dinastía Castro y sus sicarios
intentan blindarse dejando en el poder a dirigentes jóvenes en edad, pero tan
seniles en pensamiento como sus mentores. Ese
objetivo exige ser muy cuidadosos en la elección porque designar
erradamente a un genuino representante de la obra más acabada del régimen:
sujetos con doble moral, que piensan en si diciendo no o viceversa, puede
resultar desastroso para la sobrevivencia del Reich castrista.
Tal contexto requiere designar un
jefe de gobierno ampliamente probado en su fidelidad y comprometido con la
obediencia absoluta a sus amos, aunque, siempre precavidos, y cautelosos con
los demonios que puedan andar sueltos, las escopetas y las bayonetas siguen
bajo el control de los jerarcas históricos.
El ungido fue Miguel Díaz Canel,
mucho más joven que la mayoría de la cúpula gobernante. Fue sometido a
numerosas pruebas de fe y evidentemente las satisfizo todas, lo que no lograron
sus pares defenestrados Carlos Aldana, Roberto Robaina, Felipe Pérez
Roque y Carlos Lage, sujetos que en su momento de esplendor se
presentaban tan inflexibles e intolerantes como sus jefes, pero que por
diferentes causas perdieron el favor de los caudillos y resultaron
defenestrados.
De ese conjunto de cortesanos solo
sobrevivió Miguel Díaz Canel, quien evidentemente demostró ser
el siervo más fiel y confiable de los amos de Cuba, situación que certifica su
discurso de investidura y reiterada sumisión a Raúl Castro quien reiteró, sin
empacho, su máxima autoridad aun después de haber dejado la jefatura de
gobierno.
Los Castro -la dinastía y sus
acólitos controla las bayonetas y seguirán reprimiendo al pueblo a su antojo-
al comandar la transición pretenden impedir que se desvíe a trapicheos
políticos o ideológicos que afecten el sistema, aunque es de suponer que hayan
previsto que las nuevas autoridades van a tener que realizar ajustes y
reformulaciones propias de la interpretación que haga de la realidad el nuevo
liderazgo.
Por supuesto que el nuevo jefe y
sus aliados no contaran con la autoridad y menos con la capacidad de
intimidación de sus predecesores. Están obligados a negociar con sus menos
iguales en el gobierno, a la vez que el control que ejerzan
sobre la población será mucho menor. El ciudadano no
percibirá más el sortilegio de un apellido capaz de infundir pavor a las mayorías
y admiración y obediencia ciega a sus incondicionales.
A pesar de que los Castro siguen
al mando su autoridad y dominio han sido matizados, así que sin pecar de
optimista, es razonable la aparición de nuevos favoritos
ávidos de protagonismo y poder que derivaría en un incremento de las
fricciones y contradicciones en el marco de la clase gobernante. Esas ansias de
poder y riquezas son ingredientes que estimulan quebraduras y desavenencias
intestinas, una situación para la que deben estar preparados los sectores de la
sociedad que están por la ruptura o el fin de la dictadura.
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