"Esta incomprensible situación se presenta constantemente en el mundo real..."
Por Pedro Corzo.
Algunas
personas tienden a decir cuando un individuo incurre en malas
acciones de forma continuada y aun así goza de cierto favor popular y los
medios de información tampoco le arremeten, que el sujeto está cubierto de
teflón, una protección que palpablemente se extiende a propuestas
políticas e ideológicas de carácter y conducta criminal como son el marxismo y
sus muchas derivaciones, todas tan horrendas como el original.
Las evidencias que demuestran la crueldad de las propuestas
comunistas deberían ser suficientes para que la sociedad las execrara con igual
devoción y compromiso que mayoritariamente se hace con los planteamientos y
actuaciones del nazi-fascismo.
Desgraciadamente no es así. Sobrevive una doble moral que exculpa
injustificadamente a los comunistas de sus depredaciones y culpa merecidamente
a los nazis de las suyas. Es edificante que los partidos políticos que reflejan
ideológicamente propuestas similares a las de Adolfo Hitler y Benito Mussolini
estén prohibidos en varios países, decisión que debería ser universal y
extendida a las formaciones que respondan al marxismo leninismo y al socialismo
real.
Es muy satisfactorio y estimulante que una
empresa comercial haya decidido retirar los símbolos nazis y
aquellos relacionados con los supremacistas blanco porque representan odio e
intolerancia, sin embargo, siguen ofreciendo insignias comunistas que
representan los mismos valores mezquinos que los nazis o el supremacismo de
cualquier raza.
Esta incomprensible situación se
presenta constantemente en el mundo real. Las dictaduras que se originan en los
cuarteles o parten de propuestas conservadoras, son rápidamente repudiadas por
la mayoría de los medios e instituciones comprometidas con la defensa de la
libertad y los derechos ciudadanos, pero desgraciadamente esas reacciones no
suelen ser las mismas cuando la dictadura se suscita en sectores populistas,
particularmente los identificados con el marxismo.
Aún más lamentable es lo que
acontece con las víctimas de las autocracias de corte marxista.
Estas personas suelen ser olvidadas, echadas a un lado de la historia en aras
de la reconciliación y el perdón, si insisten en sus reclamos serán acusadas de
extremistas y de favorecer el odio y la venganza, lo que no ocurre con las
víctimas de las dictaduras castrenses.
Esos individuos tienden a ser
venerados y admirados. Se generan condiciones para que reclamen
justicia y para que sus victimarios reciban el castigo merecido
por los abusos en que incurrieron. El severo correctivo a los
verdugos es auspiciado en muchas ocasiones por quienes también recurrieron a la
violencia contra los cuarteles, solo que ahora las siglas de los grupos
irregulares mutan a flamantes Comisiones de Verdad y Justicia, entes que no
concurren cuando son los “progres” los depredadores.
Es indiscutible que amplios sectores de la sociedad,
particularmente en el ámbito cultural, consideran que las propuestas populista
ceñidas al marxismo son justas y beneficiosas, tal y como dice una amiga de la
familia, la señora Consuelo, que afirma "lo que es bonito es bonito y no
hace falta más explicación".
Esa
miopía por elección que practican muchos bonzos de la cultura con particular
vehemencia, se manifiesta ampliamente en numerosos medios de prensa
y en los altos centros de estudios donde muchos profesores imparten a los
educandos su ideología más que la materia académica que deberían enseñar.
Esos
individuos que afirman estar identificados
con el pluralismo y el dialogo, dicen ser partidarios de la tolerancia y la
conciliación de las diferencias, recurren a propuestas sectarias y
discriminatorias, a la vez que promueven el odio de clase como
fórmula para el progreso social.
La
rotunda realidad es que frecuentemente se aprecia más sentido común, una visión
más seria de la vida, en sectores más desfavorecidos económica y
culturalmente. Muchos profesionales se inclinan a creer en utopías
que prometen una justicia social masiva y un igualitarismo contrario a la
naturaleza humana. Creen absurdamente en promesas de magias sociales sin
viabilidad alguna, y en la conquista de esa quimera se convierten en
verdugos de lo que dicen defender. Se transforman en policías del pensamiento
ajeno a pesar que se formaron en un ambiente permisivo en el que
cada quien era dueño de sus sueños y voluntad.
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