"Es por eso que artistas cubanos redactaron una carta a Diaz-Canel en la que rechazan ese decreto ley que "criminaliza el arte independiente..."
Por
Roberto Álvarez Quiñones
Habría
que ver la cara que pondría un suizo, un francés, un australiano, un
costarricense, un brasileño o un japonés, si le preguntasen cuál es la
política cultural de su país.
Creería que su interlocutor le está tomando el pelo. Es más,
nadie de la nomenklatura castrista haría esa pregunta fuera
de la Isla. Es un absurdo que ni a Kafka se le habría ocurrido. En las
sociedades libres no hay política cultural. La cultura es libre o no hay cultura.
Solo hay política cultural en las sociedades cautivas, como la cubana,
acogotada por un sistema político totalitario.
Por eso el reciente Decreto Ley 349 le da al Gobierno
cubano la potestad de decidir quién puede o no ser artista. Ahora el
Ministerio de Cultura designa inspectores para que suspendan espectáculos,
pongan multas, confisquen instrumentos musicales, cancelen licencias de
cuentapropistas, y expropien la vivienda de artistas que "no se porten
bien". ¿Hacen eso en Bélgica o en Chile?
Y algo fundamental y muy poco difundido. Detrás de este decreto
están las fuerzas armadas y su emporio GAESA. Al Estado ahora
le interesa impedir que los negocios privados contraten artistas por su
cuenta, y es obvio que se favorece a los militares, dueños de los hoteles y
demás instalaciones que generan divisas. No quieren competencia.
Es por ello que artistas cubanos redactaron una
carta a Díaz-Canel en la que rechazan ese decreto ley que
"criminaliza el arte independiente" y es una agresión a los
"valores éticos y culturales". Quieren un diálogo entre artistas y
autoridades para derogarlo.
Otros artistas e intelectuales dieron a conocer
el "Manifiesto de San Isidro", en la sede del
Museo de Arte Políticamente Incómodo, en el barrio de San Isidro, La Habana
Vieja, en el que llaman a presionar a fondo para que se elimine la funesta
medida anticultural.
Leer o no leer bien el Decreto Ley 349
Para empeorarlo todo, Granma se apareció con la
defensa de este atropello, en un artículo firmado por Pedro de la Hoz, sin duda
"orientado" por el Departamento Ideológico del Comité Central del
PCC, que dirige el Ministerio de Cultura y traza la política cultural en la
Isla. Según ese artículo, el decreto es una maravilla y arguye que quienes lo
critican no hicieron una "lectura razonada del documento original".
O sea, quien critica es porque no lo leyó bien, pues es
perfecto. El autor afirma que la libertad de creación es "uno de los
principios irreductibles de la política cultural de la Revolución". Y
agrega que esa política es la que trazó Fidel Castro en 1961 en sus
"Palabras a los intelectuales", que califica de una "política
abierta, plural, antidogmática, enemiga de todos los sectarismos".
Perecería que se burla de todos. Nadie en la burocracia del PCC
puede hacer creer que ignora el carácter fascista de aquella arenga
de Fidel Castro en junio de 1961 —a tres meses de proclamar el
carácter comunista de su revolución— en la Biblioteca Nacional, acuñada luego
como "Palabras a los intelectuales". Fue simplemente un plagio que
hizo Castro de una frase que Mussolini usaba para definir al
fascismo: "Todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el
Estado".
Fidel, admirador confeso de Mussolini en su juventud, adaptó la
frase: "Dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada". Fue
una amenaza a los creadores cubanos: "Conmigo, todo; contra mí,
nada".
Cómo puede hablar de "política abierta" y
"plural" ningún funcionario o vocero del régimen, si el propio
comandante la cercenó de cuajo en 1961. El colmo es que, con un nuevo
¿presidente?, en vez de dejar que al fin la cultura sea libre como en
cualquier país normal, se conviete en ley la asfixia de la cultura cubana, 57
años después.
Mientras se agrava la crisis social y económica en la Isla, la
dictadura, en vez de flexibilizar la camisa de fuerza que le tiene puesta a
la capacidad de los cubanos para crear riquezas, de cualquier índole, la
aprieta más.
Tal y como lo percibía Mussolini, ahora en Cuba ser músico,
pintor, escultor, actor, bailarín, escritor o periodista, fuera del Estado,
será un delito. Imaginémonos que Plácido Domingo, Celine Dion, Willy Chirino
o Carlos Vives están en la cárcel o reciben multas millonarias por actuar por
su cuenta.
Poco importa que el artículo 27 de la Declaración Universal
de los Derechos Humanos proclame que toda persona tiene derecho a
expresarse artísticamente libremente y a "la protección de los intereses
morales y materiales que le correspondan por razón de las producciones
científicas, literarias o artísticas de que sea autora".
En Cuba, ese artículo y los restantes 29, son "propaganda
enemiga" o "peligrosidad social predilictiva". Este último fue
inventado por los nazis en los años 30. En Cuba actuar a espaldas del Big
Brother, ese ojo omnipresente que todo lo ve, puede llevar a la
cárcel.
Someter políticamente a la cultura cubana
Una de las primeras cosas que hizo Castro I al asaltar el poder
fue estatizar los medios de comunicación y los artísticos, todo el sistema
nacional de educación, así como expulsar del país a sacerdotes y monjas, y
lanzar la mayor operación de lavado de cerebro realizada nunca en el
Hemisferio Occidental.
Quedó prohibido decir nada positivo de los 57 años de república
"neocolonial" y solo destacar bien la maldad de la
"burguesía" y la rapacidad del "imperialismo". Se
prohibió leer prensa y libros foráneos no socialistas, tener contacto con
extranjeros "no amigos de Cuba". Se silenció a los grandes artistas
cubanos que emigraban o eran "gusanos", como Ernesto Lecuona,
Osvaldo Farrés o Celia Cruz, por solo citar tres casos.
Fueron prohibidos The Beatles, Elvis Presley, The Platters y
toda la música "diversionista" occidental. Se internaron artistas e
intelectuales en campos de concentración (las UMAP). En fin, fue una
"revolución cultural" (no sangrienta) cinco años antes de la
maoísta.
Otra cosa muy importante. Fidel hizo lo que propugnaba Antonio
Gramsci. El fundador del Partido Comunista de Italia —más astuto y peligroso
que Marx y Lenin— sostenía que para implantar el comunismo y sostenerlo no
era necesario una revolución violenta, sino tomar el control de los medios de
comunicación, las escuelas y universidades, y acabar con la influencia
religiosa en la población. Así lo hizo el comandante.
El artículo de Granma afirma que el Decreto 349
actualiza las normas y preceptos que debe garantizar que el Estado (de nuevo
nos tropezamos con el "Gran Hermano" de Orwell) responda a
"los requerimientos y exigencias del desarrollo de la vida cultural y
social de la nación". ¿Es eso lo que hacen los gobiernos de
Austria o Nueva Zelanda, digamos?
Esos requerimientos constituyen, en forma no muy
bien disimulada, la vigencia en pleno siglo XXI, del principio,–fidelista
que somete a la cultura cubana. Paradójicamente, cuando ya el comandante está
petrificado en Santiago de Cuba y corren los tiempos del
"reformista" Raúl Castro, y de su administrador, Díaz-Canel.
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