" Pues bien, esta señora fue la autora de una de las obras que mas prestigio tiene como fuente de consulta: el Diccionario de Uso del español..."
Roberto Soto Santana |
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María Moliner (1900-1981), una
bibliotecaria, filóloga y lexicógrafa española que, lamentablemente y por ser
mujer, fue discriminada por muchos intelectuales hombres que envidiaban su
talento, y hasta fue rechazada en los años setenta del pasado siglo la
propuesta que tres distinguidos miembros de la Real Academia Española
presentaron de asignarle un sillón en esa institución –por la oposición de la
mayoría de los demás académicos, que en ese momento eran todos hombres-. Como
sucede con tantas personas meritorias, en cuanto murieron todos, los amigos de
corazón y los enemigos gratuitos, se apresuraron a reconocer sus méritos.
Pues bien, esta señora fue la autora de una de las obras que más prestigio
tiene como fuente de consulta: el “Diccionario de Uso del español” –que tras
quince años de preparación dio a la luz en dos tomos con un total de tres mil
páginas y más de noventa mil entradas o apartados-. Yo tengo en las estanterías
de mi biblioteca la más reciente edición del Diccionario de la Real Academia
Española (es decir, la de la Lengua) y no tenía pero había visto algunas
páginas del Diccionario que escribió, ella sola, esta estudiosa del idioma
–quien, además, era modestísima, a pesar de que lo que había compilado sigue
teniendo gran valor a los treintisiete años de su fallecimiento-. A tal punto,
que los lingüistas hablan del “Diccionario de María Moliner” como el no va más
del estudio de cada palabra de la lengua española, de la que ofrece no solo la
etimología y sus distintos significados sino ejemplos de su uso en frases y
hasta la conjugación correcta de los verbos; es un libro francamente
monumental, que fue preparando –en las horas “libres” que tenía cada noche,
tras atender a su marido e hijos y trabajar como bibliotecaria de la Escuela de
Ingenieros Industriales sita en Madrid, de la que llegó a ser Directora-
mediante fichas de cartón escritas a mano por ella sola, sin colaboradores, y
notas hechas en una máquina de escribir portátil de los años cuarenta,
ocupándose a la hora de su publicación en imprenta de revisar ella misma las
pruebas a fin de corregirlas. En fin, que no podía hacerlo de otra manera
porque no existían los ordenadores en su época, y sin embargo ella tomaba notas
de tal manera que cuando preparaba el contenido de la entrada de una palabra,
ponía cuáles otras palabras estaban relacionadas a fin de que el lector o
el estudioso pudiese ir a otras partes de la obra e ilustrarse
complementariamente.
Pues bien, hoy me he excedido y he encargado por Internet a la librería ESPASA
CALPE de Madrid –que es la que vende la obra el mejor precio- que me envíe un
ejemplar por mensajería: esa librería ofrece el aliciente de no cobrar gastos
de envío cuando se trata de promocionar determinadas obras que no sean las que
devora el lector de novelas de moda y las dedicadas a la Política e incluso al
Arte. La demanda en el mercado no es muy grande para los Diccionarios –sobre
todo, para un mamotreto como el “Diccionario de María Moliner”, aunque su
título siempre haya sido el de “Diccionario de uso del español”-. El caso es
que hoy mismo he recibido un mensaje de correo electrónico de esa
librería, anunciándose que mañana me lo traerá en mano una empresa de
mensajería, sin costo adicional alguno (no porque yo sea un cliente especial,
sino porque esa es la política comercial de esa librería madrileña en relación
con esta clase de obras de contenidos especializados). ¿Es indispensable que
compre esos dos gruesos tomos, por motivos de trabajo u otro inevitable?
Realmente, no. Pero no hacerme con esta obra me privaría de uno de los pocos
gustos que para mi verdaderamente existen. Así es que me he dicho, “¡adelante
con los faroles!”
Roberto Soto Santana
Miembro de la Academia de la Historia
de Cuba (Exilio)
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