"Aqui se jugaba a ser mas o menos liberal o conservador, y el concepto socialista, maltrecho y mentiroso..."
El más reciente
discurso de Trump, abre una interrogante, en nuestro caso, sorpresivo, y
altamente novedoso... Nosotros, no habíamos escuchado, desde que vivimos en
este país, –bastante más de la mitad de mi vida– declaraciones tan marcadamente
ideológicas en boca del presidente, y en mi caso, ni siquiera en otros miembros
de alto nivel en cualquiera de las administraciones, ya haya ésta sido demócrata
o republicana. Los discursos presidenciales, siempre han estado sólidamente
sujetos dentro de lo llamado,
“políticamente correcto”.
Se referían a
temas sociales, económicos enmarcados dentro de los valores de la política “americana”,
tradicional, que se va corrigiendo cíclicamente, sin separarse mucho, de la
ruta establecida y en la que se ha
vivido desde su fundación.
El concepto de
socialista, que ahora se pone, principalmente, de moda, entre algunos nuevos
aspirantes; a puestos políticos, mayoritariamente emigrantes de primera y
segunda generación, – y casualmente militantes del partido demócrata– era algo
de lo que “ningún” americanos “normal” se preocupaba. Con la excepción de
grupúsculos auto titulados: comunistas,
libertarios etc.…, que no pasaban de ser Clubes de melancólicos pensadores, venido a poco.
Aquí se jugaba a
ser más o menos liberal o conservador, y el concepto socialista, maltrecho y
mentiroso, como ha sido; alimentado con demagogia era algo que se concebía,
únicamente, a la sombra de dictaduras totalitarias,
retrogradas, populista, pero nunca se consideraba como algo de lo que había que
preocuparse más allá de las muestras del “snob”, de algún que otro artista,
plástico o histriónico, que chocaban estrepitosamente en la imagen de la ahora desarmada
Unión soviética; o China Popular, Corea del norte y algún que otro “satélite”,
como actualmente lo es Venezuela o Nicaragua.
Soñar con lo que
llaman socialismo, en la adolescencia, es lógico, comprensible y hasta
saludable, pero creer en ello al llegar a los treinta, demuestra una falta de
cerebro radical e inexplicable.
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