“La caída de la
URSS fue la mayor catástrofe geopolítica de todo el siglo XX”, ha repetido
Vladimir Putin en sus sucesivas investiduras como presidente de Rusia, que
viene de 1999 y pretende proyectarse hasta el 2024, previa reforma en 2008 que
llevó el período de 4 años sin más de una reelección inmediata a 6 años con
reelección, algo familiar en estas tierras.
Y este es el error
de principio porque más bien fue el establecimiento de la URSS de las mayores
catástrofes políticas del siglo XX, que fue prolijo en ellas, un Estado que
nunca debió existir y cuya desaparición fue apenas una pequeña corrección
histórica.
Por cierto que
Putin es inconsecuente con su materialismo vulgar al pretender que la URSS
podía ser reformada en lugar de echarla al traste, porque no vale la pena
perder el tiempo en eso una vez que, según este criterio, la historia ha
dictado ya su veredicto; lo que hace menos plausibles sus esfuerzos por
re-establecerla.
El hilo conductor
de la conducta política de Putin puede encontrarse en su empeño por retornar a
la magnificencia y poderío de la antigua Unión Soviética, al menos como él se
la imaginaba desde su oscura posición de teniente coronel del KGB; algo también
familiar en estas tierras de tenientes coroneles bregando por recuperar glorias
perdidas de un pasado completamente idealizado.
En el orden
interno la tarea está ampliamente cumplida: cada vez son más los ciudadanos que
sienten encontrarse en la repudiada era del totalitarismo que creían haber
superado, por la uniformidad de las informaciones en los medios y la idolatría
desembozada a la figura del líder, lo que antaño se llamaba “culto a la
personalidad”.
El slogan de Putin
no podía ser otro que la “unidad” y su partido “Rusia Unida”, por algo se fundó
en el 2001 con los movimientos Unidad, Patria y Toda Rusia. Su ideología es una
mezcolanza de nacionalismo, centralismo y conservadurismo ruso, que incluye
reivindicar al zarismo y las tradiciones de la Iglesia Ortodoxa Rusa.
En materia económica
la aspiración es convertir a Rusia en una de las cinco economías más grandes
del mundo, que justifique su presencia en el Club de las grandes potencias del
Consejo de Seguridad de la ONU, del que no forman parte Japón ni Alemania que
sería tercero y cuarto detrás de China; pero actualmente solo alcanzaría el
tamaño de Texas, uno entre cincuenta Estados de la Unión.
El problema del
capitalismo mafioso impuesto por Putin es lo improductivo que resulta, como no
puede ser de otra manera en un sistema no competitivo ni innovador, porque
ambas condiciones están reñidas con medrar a la sombra del Estado y poner la
obsecuencia política por encima de cualquier consideración estrictamente de
mercado. (Decía Gonzalo Barrios que Venezuela era un país de prósperos
empresarios con empresas arruinadas.)
Otro problema no
menor es el de la inseguridad jurídica en un país donde no existe la separación
e independencia de los poderes públicos y los jueces, si pueden llamarse así,
son heraldos de la administración central, léase, agentes de una justicia
partisana y corrupta.
Este contubernio
de jueces, fiscales, policías, pseudo empresarios, operando en un ambiente donde
no hay claras reglas de mercado ni una legislación respetada por todos,
constituye lo que Putin ha dado en llamar “la dictadura de la ley”, un
oxímoron con el que pretende hacer digerible lo que en realidad no es más que
su tiranía personal, como en los pasados tiempos del comunismo y mucho más
antaños del zarismo.
Teóricamente se
acepta que una de las diferencias del totalitarismo respecto de la dictadura
clásica es que la médula del poder se desplaza de las fuerzas armadas a la
policía política, lo que parece muy acorde con la mentalidad de Putin que se
apoya en su Servicio Federal de Seguridad (FSB), tan heredero del KGB que hasta
tiene su sede en la famosa Lubyanka.
Aunque cuenta con
otros servicios secretos para operaciones en el exterior, a los que se señala
por espectaculares atentados en diversas partes del mundo y dirigir las
numerosas guerras simultáneas en que se encuentra envuelta su administración,
desde Chechenia, Georgia, Ucrania, Siria hasta extender sus tentáculos a Cuba,
Nicaragua y Venezuela.
Parece excesivo
para una economía exhausta, con caída de los precios del petróleo y el gas,
elevadísimos costos operativos, sometida a las sanciones internacionales por
sus aventuras expansionistas, que nada ayudan a la activación de un aparato
productivo carcomido por la corrupción, lavado de dinero, tráfico de materiales
ilícitos peligrosos, como la chatarra nuclear postsoviética. El parasitismo y
la depredación no son buenos para la producción.
Meter baza en
Venezuela sólo tendría sentido para contar con un peón que sacrificar en una
negociación en otra parte del mundo, como el Cáucaso o el Medio Oriente, menos
que una ficha como lo fue Cuba durante la crisis de los cohetes de los años 60,
cuando si existía la URSS y el comunismo era un proyecto con pretensiones
universales. (Se cuenta que la pérdida del territorio Esequivo se debió a la
firma de un juez ruso, que debió habernos negociado a cambio de algún interés
estratégico al otro lado del mundo.)
Anna Politkovskaya
fue una periodista rusa que se hizo popular por su libro “La Rusia de Putin”,
como por sus artículos sobre las guerras en Chechenia, en los que denunciaba
los abusos y criminalidad del aparato militar, la judicatura y los oligarcas,
que son los actores principales del sistema reinante.
Cualquiera que
recorra sus páginas no podrá evitar la sensación de que le están hablando de
Venezuela, cambiando apenas algunos nombres de personas, direcciones,
localidades, sitios geográficos, todo es exactamente lo mismo: impunidad,
cinismo, rapacidad, falta de escrúpulos; del otro lado, las víctimas de
siempre, la misma apatía y desesperanza.
AP fue asesinada
en el edificio de su residencia por un pistolero de cualquiera de aquellos
generales, jueces, oligarcas, en un crimen nunca esclarecido, el 06 de octubre
de 2006, precisamente el día del 54 cumpleaños de Putin.
Este guiño un
tanto macabro dirigido al autor en última instancia de éste y tantos otros
crímenes le dejó sin proponérselo una huella imborrable en su carcasa blindada,
que habrá de perseguirlo mientras viva e incluso después que deje de hacerlo,
para siempre.
Es una de esas
ironías de la madre Rusia también familiar en estas tierras.
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