domingo, 12 de mayo de 2019

SI ESTOS SON REVOLUCIONARIO HAY QUE IR EN SENTIDO CONTRARIO


"Son muchos los ciudadanos confundidos, envilecidos y temerosos que actúan como una herramienta eficaz para la Seguridad del Estado..."


Mayo 9, 2019 | Ana León

LA HABANA, Cuba. – El incidente ocurrido hace algunos días al escritor y periodista independiente Jorge Ángel Pérez, es otro síntoma de la escalada represiva que se ha ido intensificando en proporción al empeoramiento de la situación económica y social del país. Opositores, activistas y periodistas independientes son la prioridad número uno para el aparato represivo estatal, que debería estar muy preocupado por el aumento de la delincuencia juvenil y la cantidad de asaltos con robo que se han verificado en los últimos meses, sin que los culpables hayan sido encontrados.

Quizás no pueda hablarse aún de una reedición de la “Primavera Negra” que en 2003 envió a prisión a casi un centenar de ciudadanos pacíficos no afines al régimen; pero otros métodos son aplicados para atormentar y desgastar a quienes persisten en defender su derecho a la libertad de expresión y prensa. El arresto arbitrario del que fue objeto Jorge Ángel, a quien se llevaron de su casa esposado ante los ojos de su aterrada y anciana madre, es parte del extenso catálogo de torturas psicológicas que aplica la Seguridad del Estado con el propósito de humillar a los periodistas, rebajándolos al nivel de canallas comunes.
También se incluyen en dicho repertorio las citaciones y amenazas a familiares cercanos, bullying a los hijos en edad escolar, predisposición negativa entre los vecinos, allanamientos, decomisos y un largo etcétera para que la persona de interés tenga presente que frente a la policía política el desamparo es absoluto. El daño agregado de tales acciones es que con ellas se pretende además culpar a la víctima, haciéndole creer que el impacto sobre sus seres queridos se debe a su insistencia en escribir para la prensa independiente.
Las diversas variantes de represión que se implementan en Cuba parecen males menores cuando se las analiza de cara al contexto latinoamericano, donde los periodistas suelen ser encarcelados y asesinados. Por ello resulta tan difícil para quien viene de fuera comprender cómo funciona la coacción a la prensa libre. Nadie sospecha que aquí la presión es pan de cada día, y no solo es ejercida por la policía regular o los agentes de la Seguridad del Estado.
Los que antagonizan con el régimen son a menudo difamados en su vecindario, acusados de contrarrevolucionarios y apátridas. Uno de los recursos más empleados por la policía política es esparcir el rumor de que la CIA paga miles de dólares a los periodistas independientes, bajo el concepto de “trabajo mercenario”. La insidia se abre paso entre la frustración e ignorancia de buena parte del pueblo cubano, embrutecido a fuerza de retórica y sacrificio, sin poder satisfacer las necesidades básicas.
Esta práctica busca provocar envidia más que fervor patriótico entre vecinos mejor dispuestos a agredir al prójimo que a cuestionar al gobierno, especialmente si el rol de verdugo viene acompañado por algún incentivo en dinero o especies. Tantos ciudadanos confundidos, envilecidos y temerosos son una herramienta eficaz para la Seguridad del Estado, que no tiene escrúpulos a la hora de pactar con vagos y delincuentes para disfrazar de “respuesta popular” la más burda represión.
Es lógico que Jorge Ángel se sienta ofendido, sabiendo que un ebrio pusilánime lo hizo arrestar y se vanaglorió en público de su proceder, seguro de que nadie repararía en la injusticia de los hechos. Solo en este sistema aberrante la escoria puede agredir impunemente a un hombre pacífico, intelectual reconocido, y ser premiada por ello, ante el silencio cómplice y cobarde de un pueblo que es apenas la sombra de sí mismo.
Pero la miseria humana suele cavar su propio vertedero. Dentro de unos años ese vecino “seguroso” será otro borracho inservible tirado en un portal cualquiera, y los transeúntes pasarán sin siquiera notarlo; sin sospechar que es la peor clase de persona.
Jorge Ángel nunca olvidará el rostro de su madre crispado de terror cuando a él se lo llevaban esposado, ni la callada tristeza de su perro. Tampoco dejará de culparse un poco por haberlos puesto en ese trance involuntariamente. Pero seguirá siendo escritor y periodista, dominará su miedo y pondrá manos a la obra. Si esos salvajes individuos que describe en su amarga crónica son los “verdaderos revolucionarios”, entonces no hay más alternativa que hacer camino en sentido contrario.


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