"Son muchos los ciudadanos confundidos, envilecidos y temerosos que actúan como una herramienta eficaz para la Seguridad del Estado..."
Mayo 9, 2019 | Ana León
LA
HABANA, Cuba. – El incidente ocurrido hace
algunos días al escritor y periodista independiente Jorge Ángel Pérez, es otro síntoma de la escalada represiva que se ha ido
intensificando en proporción al empeoramiento de la situación económica y
social del país. Opositores, activistas y periodistas independientes son la
prioridad número uno para el aparato represivo estatal, que debería estar muy
preocupado por el aumento de la delincuencia juvenil y la cantidad de asaltos
con robo que se han verificado en los últimos meses, sin que los culpables
hayan sido encontrados.
Quizás
no pueda hablarse aún de una reedición de la “Primavera Negra” que en 2003
envió a prisión a casi un centenar de ciudadanos pacíficos no afines al
régimen; pero otros métodos son aplicados para atormentar y desgastar a quienes
persisten en defender su derecho a la libertad de expresión y prensa. El
arresto arbitrario del que fue objeto Jorge Ángel, a quien se llevaron de su
casa esposado ante los ojos de su aterrada y anciana madre, es parte del
extenso catálogo de torturas psicológicas que aplica la Seguridad del Estado
con el propósito de humillar a los periodistas, rebajándolos al nivel de
canallas comunes.
También
se incluyen en dicho repertorio las citaciones y amenazas a familiares
cercanos, bullying a los hijos en edad escolar, predisposición
negativa entre los vecinos, allanamientos, decomisos y un largo etcétera para
que la persona de interés tenga presente que frente a la policía política el
desamparo es absoluto. El daño agregado de tales acciones es que con ellas se
pretende además culpar a la víctima, haciéndole creer que el impacto sobre sus
seres queridos se debe a su insistencia en escribir para la prensa
independiente.
Las
diversas variantes de represión que se implementan en Cuba parecen males
menores cuando se las analiza de cara al contexto latinoamericano, donde los periodistas
suelen ser encarcelados y asesinados. Por ello resulta tan difícil para quien
viene de fuera comprender cómo funciona la coacción a la prensa libre. Nadie
sospecha que aquí la presión es pan de cada día, y no solo es ejercida por la
policía regular o los agentes de la Seguridad del Estado.
Los
que antagonizan con el régimen son a menudo difamados en su vecindario,
acusados de contrarrevolucionarios y apátridas. Uno de los recursos más
empleados por la policía política es esparcir el rumor de que la CIA paga miles
de dólares a los periodistas independientes, bajo el concepto de “trabajo
mercenario”. La insidia se abre paso entre la frustración e ignorancia de buena
parte del pueblo cubano, embrutecido a fuerza de retórica y sacrificio, sin
poder satisfacer las necesidades básicas.
Esta
práctica busca provocar envidia más que fervor patriótico entre vecinos mejor
dispuestos a agredir al prójimo que a cuestionar al gobierno, especialmente si
el rol de verdugo viene acompañado por algún incentivo en dinero o especies.
Tantos ciudadanos confundidos, envilecidos y temerosos son una herramienta
eficaz para la Seguridad del Estado, que no tiene escrúpulos a la hora de
pactar con vagos y delincuentes para disfrazar de “respuesta popular” la más
burda represión.
Es
lógico que Jorge Ángel se sienta ofendido, sabiendo que un ebrio pusilánime lo
hizo arrestar y se vanaglorió en público de su proceder, seguro de que nadie
repararía en la injusticia de los hechos. Solo en este sistema aberrante la
escoria puede agredir impunemente a un hombre pacífico, intelectual reconocido,
y ser premiada por ello, ante el silencio cómplice y cobarde de un pueblo que
es apenas la sombra de sí mismo.
Pero
la miseria humana suele cavar su propio vertedero. Dentro de unos años ese vecino
“seguroso” será otro borracho inservible tirado en un portal cualquiera, y los
transeúntes pasarán sin siquiera notarlo; sin sospechar que es la peor clase de
persona.
Jorge
Ángel nunca olvidará el rostro de su madre crispado de terror cuando a él se lo
llevaban esposado, ni la callada tristeza de su perro. Tampoco dejará de
culparse un poco por haberlos puesto en ese trance involuntariamente. Pero
seguirá siendo escritor y periodista, dominará su miedo y pondrá manos a la
obra. Si esos salvajes individuos que describe en su amarga crónica son los
“verdaderos revolucionarios”, entonces no hay más alternativa que hacer camino
en sentido contrario.
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