" Estos fueron precisamente los que llegaron al poder en la Rusia de 1917 y comenzaron su desbastadora persecución social..."
Por Santiago Cárdenas M.D.
“Denme primero el reino de la libertad y su justicia; y el capitalismo se
os dará por añadidura”
Cuando el papa León XIII escribió en
1891 la tardía respuesta de nuestra
iglesia a los problemas sociales de su época, el liberalismo económico (de ahora en adelante:
el capitalismo) ya había enseñado al unísono su eficiencia y sus horrores. La
revolución industrial había
mostrado desde 1750, una vez más, la
capacidad evolutiva de ese “bicho” llamado capital que cambia y
cambia desde sus tenues inicios
agrícolas en el siglo XIII hasta el
capitalismo post industrial y compasivo de nuestros días. Es paradójico y
proteiforme.
Pero, León y su principal asesor, el alemán socialista Monseñor Emmanuel Von
Ketteler, solamente conocían en teoría los muchos socialismos que en el siglo XIX, el de la borrachera
social, se proponían. No obstante, la
atención, la primacía, se dirigía a Karl Marx que en 1848 había lanzado su
Manifiesto Comunista, que aglutinó a la
corriente más organizada y a los partidos más fervientes de la izquierda carnívora de aquella época.
Éstos fueron precisamente los que llegaron al poder en la
Rusia de 1917 y comenzaron su desbastadora
persecución social. Lástima que los ideólogos de la Rerum Novarum no
conocieran los frutos del
bolcheviquismo, como conocieron de cerca los del capitalismo “salvaje” (este término no
existe. Fue acuñado posteriormente, por
Juan Pablo II. Es una pésima traducción del latín al inglés del término
“abridged”).
El capitalismo, todo lo contrario del socialismo, no tiene padres; no se
construye; no necesita de ideólogos, nace espontáneamente en el devenir histórico
y no tiene principios morales. Es
imperfecto desde sus orígenes,
como lo es el ser humano con ese egoísmo consustancial
que bien lo define la
iglesia como el pecado original.
Pero, el capitalismo requiere una
condición sine qua non para desarrollarse:
es fruto y necesita de la LIBERTAD; la más
absoluta libertad para sobrevivir. La
iglesia católica, lo sabe muy bien porque la libertad proviene de Dios y forma
parte consustancial del mensaje evangélico.
El capitalismo no tiene ética. No
existe el capitalismo bueno o el capitalismo malo. Existen capitalistas buenos y malos. Cada empresario le pone a su negocio las normas
morales que estima pertinente. Juzgar la
ética del capitalismo como sistema es un error. Grave error.
El capitalismo contemporáneo, tan compasivo, al cual asistimos en los EEUU
es la evidencia diaria
a la que León XIII y Von Ketteler, lamentablemente, no pudieron asistir.
El capitalismo es actualmente lo más cercano a la Doctrina Social de la Iglesia,
la Sociología Católica, como summun y culmen: con
sus leyes anti monopolios; el respeto a los sindicatos; la
primacía propiedad privada; su salario familiar; su práctica de principio de
subordinación (llamado también subsidiariedad)
.Pero, sobre todo, con el
rédito social a la propiedad privada – que ya no es un valor absolute– con su excelente sistema de taxes. Y esto es
la mejor respuesta, la solución al
debate que está en el corazón, el
meollo, el centro mismo de la cuestión social.
Por supuesto, que no es perfecto; falta mucho para eso. Pero sí es
perfectible. Y eso lo va
entendiendo la Madre y Maestra que sabe muy poco o nada de economía, pero sí
de amor. Por tanto debe seguir tocando
al corazón de cada empresario, de cada capitalista, como hasta ahora, para su conversión.
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