"Se dan casos curiosos; Einstein abogaba por el socialismo democrático, a lo sionista..."
¿Nueva izquierda? No la del libertario Wright Mills.
Léase izquierda postmoderna del siglo XXI, del postcomunismo y el globalismo,
muy chic, sin la hoz y el martillo, cambia casaca, a veces izquierda de
derechas, o arrebatada ultraizquierda traumada y nostálgica. Una izquierda que,
tras la caída del muro de Berlín, perdió el puesto de mando, pero no su peso y
su platea.
Al izquierdista se le llama “progre” (progresista), y en
Estados Unidos son los “liberales”, en su mayoría afiliados al partido
demócrata, el filósofo Noam Chomsky es su gurú ilustrado. Pero un teólogo de la
liberación, que no mata ni una mosca, puede autocalificarse de izquierda (el
cura Frei Betto, un enamorado de Fidel Castro). Se dan casos curiosos: Einstein
abogaba por el socialismo democrático, a lo sionista. Tenemos a Obama,
presidente del llamado “imperio norteamericano”, con un curriculum de
izquierda, en este momento criticado por los dos bandos, liberales de categoría
como David Rieff, y por Thomas Sowell, reconocido economista afroamericano de
derecha. Bernie Sanders, amigo del castrismo, es el socialismo personificado en
Estados Unidos. Un caso siquiátrico es el Hollywood “políticamente correcto”,
con sus millonarios adictos a los dictadores: Sean Penn, Danny Glover, Michael
Moore. ¿Analfabetismo político, narcisismo, reality show, negocio? Ya todo
vale.
La amalgama heterogénea, pero consanguínea, de
antiglobalistas y de globalistas pro Soros, de anarquistas, de “indignados
contra Wall Street”, neocomunistas, marxistas culturales, ambientalistas,
foquistas guevaristas y socialistas del siglo XXI (chavistas) es con frecuencia
identificada con el ala radical de la izquierda, no es del todo cierto, no existe
una Izquierda estandarizada anticapitalista y pro-totalitaria, hay matices como
en todo, hay izquierdistas demócratas, como Bobbio. Filosóficamente y de facto
un alto cúmulo de militantes sí son fans antisistema y contraculturales: todos
comparten ideales sectarios y nihilistas, anticapitalistas, antifascistas,
chovinistas, socialistas, maoístas y comunistas.
La izquierda como tal se considera la depositaria innata
del bien social y de la salvación de los pobres, heraldo de lo nuevo (“Nouveau
régime”, como acuñaron los revolucionarios franceses de 1789) y de los cambios
positivos hacia la modernidad, es la contra derecha. En este sentido, la
derecha equivale a la opción conservadora, retardo, “ancien régime”,
obsolescencia, desigualdad, fuente del mal, de la explotación del hombre por el
hombre. Eso suena romántico, hasta que la historia defraudó a la teoría.
Saint-Simon, Owens, Proudhon, Bakunin, Hegel, y los sueños de Marx y Engels (le
llamaron comunismo científico) desembocaron en la ingeniería social marxista-leninista
y el nacionalsocialismo fascista (Mussolini y Hitler), el mundo fue un campo de
batalla, de odios irracionales y sofismas. Sigue siéndolo, pero con nuevos
desafíos y métodos. La izquierda política actual es más consciente, dicen sus
proclamas, de que no es la única palanca de los cambios históricos, por tanto,
han pasado a la fase de camaleón postmoderno, con nuevas tácticas,
entremezclándose en el mainstream con las grandes élites
políticas.
La “utopía desarmada”: no se lo crea.
Tampoco la Izquierda es un “fósil de pensamiento” ni una
“utopía desarmada”, debido al naufragio soviético, como se ha dicho. Los
martillazos del 1989 no fueron en su cabeza, sino en la Guerra Fría. Mucho
antes, el abrazo de Mao y Nixon había iniciado una nueva era de convergencia y
“praxis” que significó un canto de cisne del viejo orden, pero no el fin de los
contrarios que desde el caso Dreyfus, con Zola, dominaron la escena ideológica,
izquierda versus derecha, eurocomunismo versus comunismo ortodoxo. Las antípodas,
los periecos, siempre van a existir; idealismos y antítesis; pregunten a Zenón,
a Kant y Hegel, a Martí y Spencer, a Marx, al fantasma de la revolución
francesa, a Sartre (estalinista) y Camus (antiestalinista), a Revel
(centrista), a Ortega y Gasset (liberal social), al revisionista Bernstein, a
los cementerios de la guerra y las ilusiones.
Claro que no es lo mismo un jacobino que un
revolucionario de estos tiempos. Algo ha cambiado en el arte de la dominación y
el disfraz. La tentación de las ideas en Occidente pasa por el libre mercado,
los paraísos fiscales, los derechos humanos, por el filtro de la democracia, y
por los requerimientos del victorioso Nuevo Orden. ¿Qué es eso? Que manda el
capitalismo tecnocrático global, la ideología del patrón y el “mundo feliz”
hedonista (cirenaicos, epicúreos y los espectros liberales), en lugar de la
utopía guerrillera y las máculas sistémicas totalitarias (fascismo, nazismo,
comunismo, maoísmo). Sería una locura resucitar el programa de Gotha y al Che
Guevara (violencia), cuando es más atractivo disfrutar del nuevo ethos: el
utilitarismo y el consumo, el seguro de desempleo, la “sociedad abierta” de
George Soros, ser académico bien pagado, la civilización del espectáculo, la
crematística de la imagen y el juego del poder, basado en el arte de ganar la
votación de los televidentes ilusos.
Izquierda Light, tercera vía y caballo de Troya
Las nuevas reglas proscriben los excesos. En gran parte
de la Unión Europea nadie querría demoler el llamado “capitalismo popular” o “sociedad
del bienestar”, por ejemplo el modelo socialista sueco. En muchos países
europeos gobierna la izquierda, pero ¿qué izquierda? Una socialdemocracia
funcional anti dogmática que ve normal la alternancia de poder, la propiedad
privada y la coexistencia de clases. La poderosa Alemania es centrista, con
inclinación a la derecha debido a la crisis de la emigración musulmana. En
Inglaterra se dio el caso de Tony Blair, laborista de izquierda, que gobernó
con patrones de derecha. Europa es sin duda el reinado de la izquierda Light,
cualitativa, benefactora, neutral, no hostil al capitalismo (euro izquierda de
terciopelo). Casos aparte son Italia, España, Grecia, Portugal, con sus
izquierdas atrofiadas y demagogas, que parecen estar perdiendo la competencia
ante el auge de la derecha nacionalista anti inmigración. En los expaíses el
bloque soviético, especialmente Polonia, Hungría y la República Checa el
capitalismo se ve con buenos ojos. Rusia capitalizada y autoritaria prefiere a
Putin que a Alexander Solzhenitsyn. América Latina mantiene los anacronismos de
la mentalidad anticapitalista clásica, plagada de castrismo, neo maoísmo,
autoritarismo y politiquería y, excepto Chile, repele el liberalismo que
encarnan Vargas Llosa y Carlos Alberto Montaner, seguidores de Hayek, Friedman
y Popper. Venezuela contextualiza un caso de rebelión popular constante contra
el socialismo chavista, desacreditado por la corrupción de estado y la pobreza,
bajo el presidente autoritario Maduro, actualmente confrontado por un presidente
paralelo, de ideología socialdemócrata, Juan Guaidó, reconocido por la mayoría
de las democracias del mundo.
En España, la izquierda como la derecha respetan la
alternancia de poder, pero ¿qué pasa cuando el mal gobierno y la corrupción
deprimen la economía y golpean al ciudadano? Surgen los promotores de milagros.
Actualmente una tercera vía, de pretensiones socialistas radicales y propensión
separatista, entró al juego. Enarbola soluciones visionarias comparables al
despatarrado chavismo venezolano. En un contexto político tan complejo como el
español, la discordancia sería anómala si la ambición de poder y el populismo
ultra reformista (con dosis marxista) echara por tierra el consenso
pluripartidista. ¿Qué significa esto? Que en política sigue vigente el manejo
de cualquier mensaje ideológico en la búsqueda del poder.
No obstante, es inimaginable que los españoles se dejen
implantar un tipo de chavismo catalán (caballo de Troya). Aquí llama la
atención que dos izquierdas se enfrentan, una tradicionalista decadente
(Zapatero, Sánchez) y otra radical, anticapitalista, símbolo oportunista de la
innovación progre: Pablo Iglesias-Podemos. Hoy día el socialismo gobierna, al
sustituir electoralmente al Partido Popular (PP), y parece claro que ninguna persona
razonable quiere la vuelta al franquismo, ni la confrontación, menos desmembrar
a España, a pesar del latente conflicto separatista catalán. El partido
socialista español (PSOE), que le ha sacado sus buenas lascas a la democracia,
sería el primero en bloquear las aspiraciones de un falso redentor futurista,
estilo tercer mundo. Hay que añadir que dado el caso que gobierne la derecha
centrista en España, no significa que España sea un país democrático de
derecha. Pareciera que es una democracia institucional abierta, pero lo cierto
es que el socialismo, esté o no en el poder, controla las riendas de una
monstruosa burocracia, así como la cultura, la educación y los medios de
comunicación masivos (el llamado “cuarto poder”, la prensa y la TV), a la vez que
intenta controlar el “quinto poder”, el Internet. La novedad española ha sido
la irrupción del partido VOX, calificado impropiamente de ultraderecha. Esta
nueva opción parece ganar cada vez mas votos e influencia en la política
ibérica, con una programática conservadora y anti inmigración algo coincidente
con Marine Le Pen, en Francia, Orbán, en Hungría, y Salvini, en Italia. La
opción VOX, parece modeladora del renuevo político español.
Decadencia en el bastión de las
luces
En muchos países europeos, principalmente en Francia,
actualmente gobernada por el socialista Emmanuel Macron, sucesor de Francois
Hollande, la izquierda es una fuerza política imponente. Desde la revolución
francesa proyectó una identidad intelectual, republicana y antiburguesa, entronizada
hasta los huesos en la sociedad francesa. La cultura francesa, irradiada desde
el siglo de las luces, izquierdisada en la Bastilla y grandiosamente
representada: Diderot, Voltaire, Rousseau, Descartes, Tocqueville, culmina en
plena Guerra Fría con la promoción de una élite especialista, la “divine
gauche”, antifascista, existencialista y marxista, que generó el paradigma del
“intelectual comprometido”: Sartre, Camus, Simone de Beauvoir, Picasso, Paul
Eluard, Althusser, Jacques Lacan, Marcuse, Foucault, muchos otros.
Los acontecimientos del Mayo francés (1968) y la era del
presidente izquierdista Miterrand (1981-1995) expandió su mística e influencia,
paralelo al revisionismo y a una implosión de desilusiones y deserciones, como
la de Camus y Furet; surgieron nuevas voces, la “nueva filosofía” con Marx
ausente o criticado (Bernard-Henry Lévy, Andre Glucksman, Alain Finkielkraut,
Onfray). Los procesos estalinistas, las intervenciones militares sovieticas en
Hungría, Checoslovakia y Afganistán y el fin de la URSS cuestionaron el
izquierdismo, al igual que hoy se le descalifica por su silencio en el tema de
las agresiones islámicas. El desencanto y las deserciones en varios países
fueron un escándalo desmoralizador para la izquierda internacional (Se les fue
Orwell, Camus, Unamuno, Koestler, Ignazio Silone, Costa Gavras, André Gide,
David Mamet, Mario Vargas Llosa, Octavio Paz, Semprún, Ravines, León Blum,
Hitchens, Amis, E. P. Thompson, Gorvachov, y muchos otros.)
También la intelectualidad francesa de derecha (digamos
mejor, de pensamiento alternativo y pragmático) tiene sus vacas sagradas:
Raymond Aron, Jean-Francois Revel, Francois Mauriac, André Malraux, Simone
Weil, Alain Touraine. (Ver nuestro ensayo El vuelo de la derecha, en
preparación).
Un caso conflictivo en la izquierda es el intelectual
Régis Debray. Este exguerrillero de las filas de Che es ahora un opositor del
sistema cultural francés regido por el “poder oculto” de la izquierda política,
además de pronosticar “el fin de los intelectuales”, por estar más preocupados
en figurar (venta de imagen, y regalías) que en pensar.
Italia, la meca del marxismo a lo Gramsci
Precisamente Debray, en su libro El poder
intelectual en Francia, editado en 1979, revela la maquinaria que rige
los interiores de la cultura francesa, el “poder oculto” de la izquierda, desde
la imprenta a la acción mediática y política, el control educativo y de las
universidades y la infiltración en el aparato estatal y los sindicatos. Esta
preponderancia en cotos de influencia de la sociedad civil mantiene viva su
solvencia ideológica, contra viento y marea.
El marxismo, por estos canales, también respira en las
universidades y centros de la inteligencia (think tanks) de los Estados Unidos,
influyendo de manera sistemática y corrosiva en las bases del establishmen y
domina la cultura. En la actualidad un socialista, el senador
Bernie Sanders, ¡de mas de 70 años!, precandidato demócrata para las elecciones
presidenciales del 2016, es todo un ídolo de parte de la juventud
norteamericana. En este país, el socialismo libertario y la nueva izquierda de
Wright Mills no son del todo concordantes con el marxismo original, pero
manejan muy bien esa tenaza sarcástica de lo políticamente correcto, que tanto
recuerda la represión verbal comunista y los mítines de repudio, en Cuba. El
presidente Barack Omaba le dio bastantes alas a una izquierda pro globalista
que pretende mutar a Estados Unidos hacia un tipo de socialismo europeo. Sin
embargo, con la derrota de Hilary Clinton ante Donald Trump, en las elecciones
de 2016, el republicanismo conservador y el nacionalismo, se han mantenido como
rectores y como nunca antes están desmontando el sistema clintoniano y el
obamismo y modelando la nueva doctrina política y económica de Estados Unidos,
basada en el trumpismo anti globalista y su new deal de
comercio internacionalista disuasivo. De hecho, la presidencia de Trump ha
despertado el ánimo de la izquierda estadounidense, pero los excesos de
radicalismo y revanchismo ultra que ha protagonizado le ha restado créditos.
La influencia de Trump y el ejemplo del Brexit
británico, más la crisis de la inmigración y la corrupción de la clase estatal,
han impactado la trayectoria política en varios países, donde el retroceso de
la izquierda populista se hace patente, destronada por una nueva derecha
nacionalista, como en Italia, Hungría, Polonia, Austria, República checa,
Brasil, Chile, Argentina, Colombia, Perú, Guatemala. La derecha sigue ganando
terreno en Alemania, Francia, España, Países Bajos. Una victoria notable de la
izquierda se produjo con la victoria de López Obrador, en México, pero la
escena mexicana sigue marcada por la violencia, la corrupción y un nacionalismo
disparatado. En resumen, estamos viendo un mundo que se derechiza y una
izquierda demagoga y descentrada que no acierta frente a los nuevos retos del
postmodernismo y la globalización.
Italia es la mejor prueba del triunfo del socialismo
evolutivo, mediático, viral, de sutil escalada en los mandos de gobierno, la
mentalidad de las masas y la sociedad civil, gracias al influjo del filósofo
Antonio Gramsci (1891-1937), uno de los fundadores del Partido Comunista
Italiano, en 1921, llamado el “marxista de las superestructuras”. Sin descartar
la propuesta marxista-leninista de la toma del poder a la fuerza, la opción
revolución de Octubre, Gramsci plantea la importancia de la “hegemonía”
cultural y del dominio de las instituciones de la sociedad civil como fuente de
poder. Este aporte presupone controlar las instituciones civiles, religiosas,
el sistema educativo y los medios de comunicación, hasta conseguir el
predominio de todo el sistema (la dirección intelectual y política de la
sociedad, la hiper politización de la cultura). No sé por qué el filósofo
italiano Norberto Bobbio ve estos conceptos distantes de Marx, si son más bien
la continuación. El gramscismo, su versión autoritaria, es hoy un fenómeno en
expansión dondequiera que la izquierda marxista impera como conciencia cultural
y tribuna crítica. Es el momento de Gramsci, no de Marx (1). Este tipo de poder
omnisciente, de virulenta parcialidad, te puede fusilar sin balas, si no eres
“políticamente correcto”, como bien expone el escritor Armando de Armas en
sendos escritos: “Del totalitarismo marxista al autoritarismo gramsciano” (2) y
“La dictadura del fusilamiento virtual”(3).
Pero, ¿de dónde sale este recurso de pensamiento? Antes
que Gramsci, existía la Sociedad Fabiana, fundada en 1884, matriz del laborismo
británico, donde se destacaron Bernard Shaw y H.G. Wells, su plan era alcanzar
el socialismo mediante el sufragio y reformas graduales, sin transformación
revolucionaria a lo Marx. Desde la década de 1890, habían surgido variantes
ideológicas, apartadas del marxismo puro, que ofrecían alcanzar el socialismo
mediante la “evolución” pacífica y el activismo político, sin necesidad de la
revolución violenta. Estas ideas, llamadas revisionistas y atacadas por el
comunismo ortodoxo, se debieron a dos pensadores, el alemán Eduard Bernstein y
el socialista internacionalista francés Jean Jaurés, fundador del
periódico L’ Humanité, en 1904, el primero de ellos considerado el
teórico de la moderna socialdemocracia europea. Estos reformistas y sus epٕígonos fueron sin duda una barrera a la expansión del
totalitarismo intelectual. No sé hasta qué fueron nutrientes del virus Gramsci.
Tampoco es atrevido decir que la Italia intelectual ha copiado los males de la
izquierda francesa, la tesis eurocomunista de Enrico Berlinguer y el estilo del
editor y conspirador Feltrinelli.
¿Cómo se manifiesta Gramsci en la sociedad italiana, qué
pasa si profesas una ideología alternativa, no socialista? El escritor Carlos
Carralero, radicado en ese país, habla de su experiencia:
“Finalizada la segunda guerra mundial, al devenir Italia
en república, se crearon a mi juicio dos poderes, uno horizontal y otro
vertical. El menos visible, el horizontal extendió sus raíces burocráticas en
la base. El poder vertical por muchos años estuvo en manos de la Democracia
Cristiana. Los comunistas también son una fuerza electoral considerable. El
horizontal, aunque nominalmente con menos poder aparente, ha marcado la
sociedad italiana: Ayuntamiento, Prefectura, sistema público de instrucción,
correo, transporte público y otras instituciones, este es el territorio de la
izquierda parasitaria, controlan con arrogancia la cultura, muchas parcelas de
la sociedad civil, como si copiaran el pensamiento de Gramsci, revolución desde
abajo, sociedad de funcionarios culturales y corrupción, comunismo vulgar… Este
poder de las instituciones paralelas ha sido grande. Ha podido hacer y deshacer
a su antojo… En Italia las cosas van peor porque no existe una pura
socialdemocracia, ni tampoco una verdadera derecha; una derecha con pasión
política. Igual que en muchas partes del mundo, industriales, banqueros,
artistas de cine, que no renunciarían ni compartirían jamás su riqueza, se
declaran de izquierda y arremeten contra quien se declare de derecha, una
contradicción enorme, su lógica es de inquisición revolucionaria, autoritaria,
se opusieron a la cultura alternativa propugnada por el movimiento Segundo
Renacimiento creado por Verdiglione”. (Entrevista a Carlos Carralero,
parcialmente publicada) (4).
El
aterrizaje forzoso
El vuelo de la izquierda ha sido azaroso, pero
revolucionario, utópico y perifrástico, larga y batalladora marcha para “tomar
el cielo por asalto” y cambiar la historia. El vuelo del cambio prepotente, de
Marat a Zola, de Marx a Lenin y Mao, pasando por la revolución bolchevique de
1917, la larga marcha de Yenán y la mística del poder proletario; el vuelo del
pathos y el logos, sin Dios, sin lágrimas, razón y muerte, hasta alcanzar “las
moscas” de Sastre, las purgas de Stalin, el vanguardismo totalitario castrista
y la guerrilla del Che Guevara; cultura del compromiso y la subversión, del poder
eterno, de la guerra justificada; el vuelo con versos comunales, teorías
obligatorias y falsos cantos de sirena, políticamente correctos. Ese vuelo
hasta el culmen del giro inesperado, en la renovación del tiempo, en la
Perestroika sorprendente y la caída del muro berlinés; vuelo con sus viajeros
fieles, sus disidentes y antihéroes, con sus idealistas y tiranos, con su opio
rojo promisorio y su entretenimiento ideológico exhausto. Un aterrizaje forzoso
con la nave de los locos rota y sus tripulantes amotinados. El pensamiento
viejo fulminado por la industria, la tecnología, la ciencia, la apoplejía
teórica, la libertad, la despolarización, los errores de cálculo, las nuevas
realidades y filosofías. Un aterrizaje en medio del nuevo espectáculo capitalista.
Una parada, no el fin de la historia.
No todo es pasado imperfecto. Hay una izquierda empática
gobernante que convive con reyes: el capitalismo social nórdico, Suecia,
Dinamarca, Noruega, Islandia, Finlandia, países del bienestar y la providencia,
con los más altos índices mundiales de calidad de vida, transparencia y
libertad; de Noruega se dice que es el único verdadero socialismo del siglo
XXI. E zoon politikón no se detiene. La nueva izquierda se
capitaliza como los comunistas chinos, por si acaso fuma la pipa de la paz,
todavía le queda Gramsci y Maquiavelo.
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