"Les tome la palabra, luego de consultar con una docena de prominentes cubanos del exilio..."
Estaba
bajo intenso interrogatorio en el Castillito de Quinta Avenida, en Miramar. Era
octubre 14 ó 15 de 1994. Las preguntas comenzaron a las siete de la mañana, sin
intervalos, hasta las 2 pm., aproximadamente.
¿Quién
es Armando? ¿Quién es Armando Sosa?
¿Quién es Armando Sosa Fortuny? ¿Qué
relaciones tuviste con él en Miami ?.... Suma y sigue.
Ése
era el ritornello de la investigación… Pero, en realidad: Yo no sabía
quién era. Nunca supe de ese nombre.
Había
llegado legalmente por avión a Cuba, cuatro o cinco días antes. No era un viaje
familiar, ni de negocios, ni de turismo. El propósito del mismo era claro y
sencillo y había sido anunciado por Radio Martí en sus noticieros en mi propia
voz: entrevistarme con Oswaldo Payá y otros opositores en relación con un
entendimiento estratégico entre el exilio y los isleños de la oposición.
En
realidad era un reto, un fuerte reto al gobierno cubano que en la voz de su
canciller Roberto Robaina había autorizado—después del maleconazo—una “amnistía”
para todo cubano, cualquier cubano, que quisiera viajar a la isla con el único
requisito de que hubiera salido legalmente. Así de sencillo y de complejo. Ése
era precisamente mi caso, pues arribe a EEUU. Como refugiado político en1992.
Les
tomé la palabra, luego de consultar con una decena de prominentes cubanos del
exilio. Hubo una opinión en contra, la de Monseñor Agustín Román: “No lo hagas,
hijo mío”; me dijo –Los comunistas te van a enredar–. Pero si insistes… lo que
puedo hacer es hablar extra oficialmente con Cesar Gaviria, entonces en la OEA,
para que monitoree y evalúe los resultados de tu aventura”. Así lo hizo.
Armando
Sosa Fortuny entró clandestinamente en esos días en Cuba con las armas en la
mano a muchos kilómetros de donde yo me encontraba. Puras coincidencias. Los
resultados de su misión son bien conocidos y no vale la pena repetirlos.
La
intención de los interrogadores en el Castillito era buscar una relación entre
mi acción pacífica en la Habana y la del comando militar en Oriente. La cosa se
puso fea cuando me acusaron -sin fundamento alguno- de ser el autor intelectual,
de sincronizar las fechas y de ser yo el jefe político, ya en territorio
cubano, para asumir el mando una vez que triunfara la contrarrevolución.
Me
defendí apelando a la ilógica de las acusaciones; la falta de evidencia y el
permiso legal de entrada que me había dado el mismo gobierno diez días antes.
Dios puso en mi boca los argumentos y mucha serenidad.
Al
final, me dejaron a solas con un alto oficial, recién llegado, o tal vez que
permaneció escondido, tras los cristales y las escuchas secretas hasta ese
momento. Los interrogadores lo trataron con gran respeto y salieron de la
oficina con prontitud. Llegó vestido de civil, voz queda, con un tabaco en la
boca, apacible y en total dominio de la situación.
“Mire
Dr. Cárdenas: Ud. es un contrarrevolucionario violento y destacado. Ahora con
una fachada de pacifismo cristiano; pero Ud. está fichado en nuestros archivos,
como Tony, desde hace muchos años. Desde el MRP y el Escombrad. No obstante, lo
voy a dejar regresar a Miami. Sepa que para nosotros lo mismo da que se
muestren como pacíficos o que actué violentamente. El fin es el mismo; doctor: Ud.
lo sabe muy bien. Destruir nuestra revolución y eso jamás lo van a lograr.
Somos invencibles. Dígale a todos los que allá promueven estos viajecitos y las
agresiones, que aquí nosotros nos cagamos en Robaina y hacemos los que nos da
la gana en el marco de la defensa de la Patria agredida. Por culpa suya y la de
ese hijo ‘e puta que nos invadió…. ha caído muerto un combatiente nuestro. Su
sangre es la de otro mártir que clama justicia revolucionaria.
De
todas maneras Ud. se va ahora para el aeropuerto. Somos generosos. Le advierto
que no vuelva a entrar a nuestro país, ni aún legalmente. Ese otro cabecilla la
va a pagar y bien caro. Se enfrentará a la justicia revolucionaria”.
Así
fue.
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