"Las fuerzas naturales que se encuentran dentro de cada individuo son armas cruciales para edificar con solidez los buenos augurios..."
No
quiero risas con escarcha ni lamentos de lo que podía haber sido. De nuevo, el
invierno muestra su desnudez y el quebranto de las hojas marchitas.
La
luz pierde la fuerza de lo visible y los tentáculos del dios Eros atrapan las
guirnaldas que un día florecieron. Pisadas errantes de caminos infructuosos se
ciernen sobre el horizonte y el aleteo de las mariposas se pierde en noches de
desencanto. Solo espero la llegada de esa primavera que alumbre a los corazones
atormentados para que formule un nuevo pacto de sueños reales, que conversen
sin desdicha y sin ocaso. No habrá pérdida ni añoranza, solo la alegría de la
entrega.
Será
un pacto generoso, ajeno a intereses. “Como no tenemos nada más precioso que el
tiempo, refiere Marcel Jouhandeau, no hay mayor generosidad que realizar un
pacto con él”. Los besos enamorados permanecerán intactos y un viento favorable
seducirá nuestros sentidos.
Cervantes,
Renoir, Shakespeare, Séneca, Sorolla, Debussy, Tiziano y un largo etcétera
sellaron ese pacto, aunque un profundo frío anidó en muchas ocasiones en su
corazón y en su alma, respectivamente.
Las
fuerzas naturales que se encuentran dentro de cada individuo son armas
cruciales para edificar con solidez los buenos augurios. La hipocresía y la
mezquindad tienen su muerte asegurada. Edificar con firmeza no es tarea fácil,
requiere de amplio bagaje y tesón. Filippo Juvara, Andrea Tirali, Fernando de
Casas Novoa, Jean de Chelles… nos dieron buena muestra de ello al hacer posible
que sus obras rocen, por un lado, lo sublime y, por otro lado, la eternidad.
El
gran Leonardo Da Vinci nos dejaría esta cierta y perenne frase: “La belleza
perece en la vida pero es inmortal en el arte”. Nuestra vida es exageradamente
efímera. Apenas tenemos noción de nuestra existencia. ¿Y qué es el arte, sino
la espiritualidad? ¿Y qué es la espiritualidad, sino la inmortalidad?
Dejemos
que la vida nos seduzca para que esa inmortalidad del arte, a la que otros
supieron llegar, nos embriague y nos conduzca por vericuetos radiantes de
prosperidad. Pretender otra cosa es una falacia, un deseo de alcanzar la gloria
en la necedad.
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