viernes, 8 de noviembre de 2019

UN TRANVIA LLAMADO TEATRO "NOVIEMBRE"


"Creo que todos somos actors en la vida real y cotidiana..."

Por karla Barro.

¡Hola!..., es un placer volver con ustedes, estimados y asiduos lectores de  ‘ENFOQUE 3’,  en este otoñal mes de Noviembre,  temporada que me encanta, porque también celebro felizmente, el día 20, un nuevo cumpleaños. 
 Como de costumbre, amigos,  viajaremos todos  en nuestro  mágico Tranvía amarillo,  aunque como ya hemos dado suficientes vueltas al mundo en los meses pasados visitando 80 Teatros,  ahora vamos a dar un paseíto divertido por Miami, y así también  aprovecho  para contarles cosas que ustedes desconocen de mi vida aventurera y teatrera.
 Creo que todos somos actores en la vida real y cotidiana, ¿no?  Aunque a menudo las circunstancias dadas limitan y canalizan los recursos intelectuales de una persona.  En realidad  esto será mi ‘De Profundis’ o  ‘Secretas Confesiones’.   Les cuento: yo, desde muy  pequeña,  quería ser payasa, pero mi madre ponía el grito en el cielo para que yo olvidara esa divina afición, pues a ella le parecía algo descabellado. Por ello, me compró un piano, que yo aporreaba cada día…, horas y horas…, así, durante ocho años. Todo lo que estudié en un Conservatorio de Música en La Habana, no sólo hizo, que al crecer, amara la música con fervor, sino también me fue útil más tarde para  musicalizar mis propios montajes de escena y poder valorar,  discretamente, los Musicales y el trabajo junto a los Directores de Orquesta.  También, aún muy joven, pero ya precozmente casada y con dos hijos, a los 20 años, obtuve una beca de Arte Dramático, donde estudié Interpretación y todas las asignaturas que conciernen a la Formación Actoral: Caracterización y Maquillaje, Historia del Traje, Teoría Literaria, Historia del Teatro, Expresión Corporal, Historia del Arte, Dramaturgia, Voz y Dicción, Crítica Teatral, etc.

Llegada ahí, ocurrió la inevitable catástrofe, al descubrir con auténtico dolor que, a pesar de mi frenética vocación actoral y adorar la historia de dos monstruos sagrados: las icónicas actrices Sarah  Bernhardt  y Eleonora  Duse,  mis ídolos de entonces, yo carecía del talento necesario para ser actriz, sin duda, la profesión más difícil y hermosa que existe.
Desolada, vagabundeé  un tiempo por mi entorno, viviendo sin vivir en mí, en un estado de completa inestabilidad y apatía. No comía, no dormía, ni jugaba con mis hijos pequeños, ni tenía el cuerpo para hacer el amor. ¡Una total calamidad de difícil explicación! ¡Tremendo trance! ¡Cómo si se acabara el mundo! Entonces, sin poder tampoco vivir lejos del Teatro, con una buena  dosis  de determinación, pensé  en trabajar allí en lo que fuera necesario: taquillera, acomodadora, telonera, señora de la limpieza, utilera, sonidista, tramoyista, apuntadora, portera…. Y comencé a hacer trabajos voluntarios en el Grupo de Teatro de Aficionados del Banco Nacional de Cuba, que estaba en La Habana Vieja.  Me gustaba el ambiente, me hacía sentir mejor persona, me divertían las pequeñas obras, pero sobre todo los ensayos, algo torpes, en los que yo intentaba aprenderlo  todo, convirtiéndome  en  una esponja, e intentando ser útil, tomar parte en lo que hiciera falta: copiando a máquina los textos para actores y técnicos, haciendo de apuntadora y también aprendiendo a hacer los efectos de sonido (los truenos, la lluvia, los relinchos, ladridos, cacareos, el chirrido de  las bisagras de las puertas…),  también  consiguiendo o inventando cosas para el decorado, las utilerías, el vestuario y algunas veces, a pesar del miedo escénico, hasta actuando malamente si había que sustituir alguno de los actores que faltara a los ensayos.
 Representábamos en los parques, o haciendo Teatro de Calle y muchas veces, en tiempos de la zafra, íbamos a lugares lejanos, en el campo, donde se cortaba la caña de azúcar y muchos de los pobladores en su vida, jamás habían visto una obra de teatro en vivo.  Al finalizar las funciones, cuando ya nos íbamos,  los niños y hasta los viejos campesinos,  corrían detrás de nuestro viejo camión, diciéndonos adiós, felices, riéndose de lo lindo y gritándonos por el nombre de los personajes de unos divertidos entremeses de Cervantes, que les habíamos representado con  gran satisfacción: ¡Repollo…, Panduro…, Pedro Estornudo…, Rana…, Jarrete…!   Creo que ese maravilloso público nos recordaría por largo tiempo. Nosotros a ellos también…, toda la vida! Yo jamás los he olvidado, pues fue sin duda, una inolvidable y gratificante experiencia, un orgullo total. ¡Ahhhh!...
 Y fue entonces, cuando ocurrió el milagro: me enteré por casualidad, del comienzo de un curso de Dirección de Escena, que ofrecían en la Casa del Teatro del Vedado.  Me presenté al casting, pasé las pruebas de ingreso, me aceptaron y allí mismo, al poco tiempo, reviví, estudiando a fondo teorías y prácticas del Método Brechtiano, que ni imaginaba, pues en la escuela de Arte Dramático sólo nos habían enseñado  el Método de Constantin Stanislavsky.  En el curso tuvimos  dos estupendos profesores de Dramaturgia y Dirección de Escena: Virginia Gruter y Néstor Raimondi, antiguos alumnos del Berliner Ensemble, el teatro del genial Bertolt Brecht, en Alemania. Al terminar el magistral curso,  me di cuenta de pronto de algo.  Fue como un resplandor interno, un relámpago,  una ‘anagnorisis’ o descubrimiento:¡yo era un ‘animal’ de teatro y podía llegar a ser Directora de Teatro….y no muy mala!   Esto fue como cuando descubrí de pequeña, que los niños no venían de París,  ni los traían las cigueñas;  o que había una extraña ‘regla’  al mes,  sólo para las hembritas; o el miedo, al conocer la triste fugacidad de la vida, siendo  aún adolescente, al quedarme huérfana de padre y madre,  ambos en la misma semana, por causa de enfermedades  incurables. Ese terrible hecho me curtió para siempre. ¡Fue un desafío de la vida misma!
 Entonces,  luego, fue allí, en la Casa del Teatro, representando en mi examen final, la primera escena de la pieza “Arroz para el Octavo Ejército” de B.Brecht, cuando los exigentes profesores quedaron sor-prendidos y muy satisfechos con la ‘mini-puesta en escena’- que presenté bajo el nuevo  conocimiento del Método de Dirección de Bertolt Brecht. Sus críticas fueron tan excelentes que después,  los compa-ñeros del curso me miraban con otros ojos y me felicitaban efusivamente, como si me hubiera nomi-nado para un Oscar en Hollywood.
Fue algo así como cuando los toreros, por primera vez en el ruedo, vencen a su toro bravío y el público saca sus pañuelos blancos, para que el jurado les otorgue el rabo y las dos orejas.  ¡No podía creérmelo!   Sentí un hormigueo  - como de hormigas locas- desde el occipucio hasta las choquezuelas, atravesando el ‘huesito de la alegría’. Entonces, aquella calurosa y ventosa  mañana de 1962, sencillamente decidí, sin vuelta atrás, que sería Directora de Teatro, durante el resto de mi vida. ¡Y amén! Bueno, queridos asiduos  lectores de ‘Enfoque 3’, esa ya es otra historia, que huele un poco a chamusquina, pero  que les contaré en el próximo  número con todo placer. Y de estas ‘Confesiones’, por favor, ni una palabra a nadie, ¿eh? Sólo  podrán enterarse  los que lean  cada mes  nuestro  “ENCUENTRO 3”, que es un privilegio y  un regalo  literario  ¡fuera de serie!




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