Por Pedro Corzo.
No se puede negar la habilidad que ha tenido
el régimen castrista en disfrazar como episodios de solidaridad y humanismo el
arriendo de los profesionales de la salud. Cuba por décadas ha lucrado con médicos
y enfermeras como si fueran automóviles. Los arrienda sin opción a compra
porque hacerlo le restaría capacidad a futuras negociaciones.
Aunque en los últimos meses
este sucio negocio ha sido denunciado por varias organizaciones
internacionales, la pandemia del coronavirus y los amigos del castrismo
alrededor del mundo han hecho posible que la oferta de profesionales cubano
haya cobrado nuevos vuelos, de ahí que es posible que los veamos por Argentina
y México sin obviar los que ya están en varios países europeos.
Otra gran verdad es que Cuba
usa a muchos de estos profesionales de la salud, educación o cualquier otra
disciplina, como agentes información. No pocos de estos individuos están
comprometidos con la dictadura y obligados a cumplir cualquier requerimiento
que le hagan, entre ellos espiar e informar de asuntos que puedan ser de
interés para La Habana. Los espías cubanos tienen oficio al igual que su
policía política, no lo olviden.
Hay testimonios de médicos
cubanos que ejercían en países como Venezuela y Guatemala que recibían
instrucciones de sus superiores de influenciar al electorado de sus distritos a
favor de los candidatos identificados con el castro chavismo. Evidentemente
cumplirán el mismo papel en aquellos países que pagan el servicio médico y que
reciben como regalías, sin costo, la generosidad de ser espiados.
Tratar a seres humanos como
esclavos no es nuevo para un régimen que desde que llego al poder le ha negado
a sus ciudadanos los derechos más elementales, lo que ocurre en este caso es
que en la conculcación de esos derechos han sido cómplices activos
gobiernos, organismos internacionales y funcionarios que
han participado en cada transacción.
La Organización Panamericana de
la Salud, OPS, fue acusada por cuatro galenos cubanos de complicidad con el régimen
de La Habana en las negociaciones de la dictadura con Brasil
para que este último país contratara miles de profesionales cubanos. Según informaciones el negocio generó unos 75
millones de dólares de ganancia para la OPS, para los Castro miles de millones.
Incuestionablemente también han
sido mañosos en vender quimeras. Líderes sociales, políticos, empresariales y
más de un gobierno, han comprado el cuento de los logros de la dictadura en
disciplinas tan importantes como Educación, Medicina y Deporte, aunque la
fábula de la medicina es la que más ha calado, sin negar la importancia que
para este tráfico han tenido las afinidades ideológicas y políticas entre
quienes rentan los servicios y quienes lo ofertan, como dijo recientemente
Celso Sarduy, comunicador radicado en Buenos Aires, “es una gran verdad que la
señora Cristina Fernández simpatiza con el castro chavismo aparte de que su
hija estuvo refugiada en Cuba huyendo de la justicia argentina hasta que retomó
el poder”.
En estos tiempos del
Coronavirus la dictadura cubana está haciendo una buena cosecha, sin importar
que a los enfermos de la Isla les falte atención medica y se acentué la crónica
escases de medicinas de todo tipo. El castrismo ávido de dinero por su persistente
incapacidad para producir riquezas, siempre tiene abierta una especie de feria
de empleo internacional en la que los profesionales de la salud son
incomprensiblemente su oferta más importante, a pesar de los muchos
cuestionamiento hechos a la calidad profesional de las promociones más
recientes de galenos en la Isla.
En las últimas semanas la ley
de la oferta y la demanda, tan negada por el castrismo, ha prendido el bombillo
rojo de la codicia gubernamental. Médicos, enfermeras y técnicos han
arribado a Andorra, Jamaica e Italia.
La pregunta de cómo la
dictadura cubana ha sido tan hábil para encontrar idiotas útiles que paguen sus
cuentas, solo puede ser respondida con la afirmación de que no hay peor ciego y
sordo que aquel que no quiere ni ver ni oír, por lo demás, el castro
chavismo ha demostrado estar siempre dispuesto a servir de refugio a sus amigos
en desgracia, al menos hasta que le conviene. Recuerden a Robert
Vesco.
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