Esperando por los malos El destacamento asignado a Nueva York, no me cabe dudas, sería bien recibido por el gobernador Cuomo. Pero Hialeah… ¡La bronca de Hialeah! Norberto Fuentes, Miami
Me refiero a Raúl y a su
cohorte. Claro, ellos a su vez deben estar esperando a que se lo pidan. Como
quiera que ya no es el gobierno de Fidel Castro, van a ponerse en la pujita
habitual. En definitiva, pueden alegar que los atorrantes de la administración
Bush los humillaron cuando el huracán Katrina. Fidel sin pensarlo dos veces les
había ofrecido el envío de la “Henry Reeve”. Un respetable contingente de 1.586
médicos y 34 toneladas de medicinas Estoy esperando que hagan la oferta —que
salga de ellos. estuvieron a la disposición. Ellos, reportando presente,
paraditos frente al Comandante en el Palacio de las Convenciones, con sus
largas batas blancas y sus mochilas verde olivo repletas de instrumental, a la
espera de un oká de los gringos, uno que nunca llegó. Y nada de niñitos bien
egresados de las universidades americanas. Es una organización sin precedentes
en el mundo: El Contingente Internacional de Médicos Especializados en Situaciones
de Desastres y Graves Epidemias, o, de forma abreviada y uso común: Brigada
Emergente “Henry Reeve”, organizada por Fidel en el 2005, cuando envió un
centenar de médicos cubanos en misión humanitaria a Angola. Excelente
dislocación por escalones de cubanos en el extranjero. Primero las tropas de
combate. Después médicos.
Más allá, seguro, los maestros. Y todos cujeados —o
por cujearse— en selvas, montañas, guerras, huracanes (fuera del territorio
nacional), lucha contra el ébola y la malaria en media África, terremotos en
Armenia y en Haití, operaciones de catarata en cuanto rescoldo latinoamericano
hubiese un cegato (incluido el asesino del Che) y hasta receptores de miles de
niños de Chernóbil que ponían los contadores Geiger a punto de reventarse.
¿Ustedes se imaginan esas muchachas cubanas destacadas en lo último de Laos y a
las que sus pacientes les daban de merienda unas repulsivas arañas mal
hervidas? ¿Ustedes saben dónde queda Laos? ¿Ustedes se han zampado alguna vez
una viuda negra laosiana? Se pueden figurar los anticuerpos que tiene en
circulación ese personal. Veneno de las serpientes Charlie Two-Steps (la
Carlitos Dos Pasos) en vena, como decíamos. Cuando el terremoto de Haití, en
enero del 2010, la misión médica americana se permitió un alucinante despliegue
de tecnología desde el portaviones U.S.S. Carl Vinson que anclaron frente a
Port-Au-Prince, o lo que quedaba de esa ciudad. Entonces los médicos gringos
desplegaron una notable pandemia de flojera de rodillas. Solo los cubanos se aventuraban
en aquellas callejuelas abiertas entre las ruinas, sin electricidad, sin agua,
sin comida, y con el mohoso machete de un asesino esperándote a la vuelta de
cada escombro. Y asesinos con hambre que son los menos dispuestos a entender
que tú eres un médico proveniente del policlínico de Marianao que estás
cumpliendo misión internacionalista como parte del gesto solidario del pueblo
cubano con sus hermanos de Haití. Y qué… ¿Comida? ¿Qué rayos comida, compadre?
Diazepam y duralgina, si te cuadra…
Recreen esta imagen
posible: la oleada de médicos cubanos enfundados en sus batas y enarbolando la
bandera cubana siempre con esa mirada de kamikazes en su última picada sobre el
portaviones americano mientras descienden por la escalerilla del Túpolev o del
Ilyushin hasta que pisan la losa del John F. Kennedy que es cuando comienzan a
cantar el Himno Nacional (uno pensaría que los van a fusilar) aunque al final
terminen con una conguita burlona sobre el coronavirus. Una semana más tarde es
la bronca por desembarcar otra brigada en Hialeah. El destacamento asignado a
Nueva York, no me cabe dudas, sería bien recibido por el gobernador Cuomo, un
tipo pragmático, sólido y con un humor socarrón y latente. Pero Hialeah… ¡La
bronca de Hialeah! Por nada del mundo me perdería la inauguración del
Policlínico “Comandante René Vallejo” en la segunda ciudad con mayor densidad
de población cubana del mundo. ¡Ah, la emoción del caos! ¡Ah, la gloria del
revoltillo! Aquí, sin embargo, es donde entra en colisión la sed insaciable de
aventura de una generación con el pragmatismo sin banderas de Raúl Castro y los
obesos funcionarios que constituyen su gobierno. Dos visiones, por cierto, en
absoluta disolución.
Raúl estará hasta el cuello
de la política de confrontación y de avanzar a base de provocaciones y de
golpes de muerde y huye. Y enfrascado ahora mismo como se haya, en salir del
atolladero económico, a lo que se le suma el coronavirus, que clava sus picas
en Flandes en cualquiera de los cuadrantes del territorio nacional, verá ese
tipo de jugada como un salto en el vacío. Aprovechar esta oportunidad solo por
ver la pataleta que armarían los Marcos Rubio y los Díaz Balart, y hasta el
presidente Trump, resultaría seguramente divertido. ¿Pero vale la pena ponerse
a jugar a los soldaditos a estas alturas? Si los yanquis quieren médicos
cubanos, hagan como el resto del mundo: produzcan una oferta y paguen. Tal
explicaría la posición de Raúl. Prefiere pasar facturas a la pendencia. Y suele
ser muy testarudo. Por ganar distancia con el legado de su hermano, se resiste
a aceptar que las oportunidades políticas son como oasis en el desierto.
El alzamiento del 20 de
abril de 1960 del exgeneral Jesús María Castro León inducido en Venezuela desde
la frontera colombiana provocó la primera oferta de Fidel de tropas cubanas a
un país extranjero. Ni la maniobra sediciosa ni el gobierno del presidente
Rómulo Betancourt eran algo a tomar en cuenta, pero lo que Fidel no pasaba por
alto era la coyuntura. Ya los tenía en Campo Managua, al sureste de La Habana,
un batallón de veteranos acabados de bajar de la Sierra Maestra preparados para
abordar los camiones rumbo al aeropuerto. Calculaba unos 5 vuelos del par de
Lockheed L-1049 Super G Constellation de la ruta Habana-Nueva York que le
quedaban de la flota de Cubana de Aviación y los nuevos y briosos Bristol
Britannia 318 (¡las máquinas ya comenzaban a dar guerra!) Mil hombres
apertrechados con el nuevo fusil orgánico de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias: el todo poderoso FAL belga. Así pues, y antes de que las cosas
se les fueran de las manos, el mismo Betancourt y los americanos diluyeron la
situación. Fue la razón de que este primer contingente de combatientes
internacionalistas cubanos —todavía no se les denominaba “internacionalistas”—
se viera reciclado en otras tareas, especialmente en la construcción de la
ciudad escolar “Camilo Cienfuegos” al pie de la Sierra Maestra. “Muchacho”,
recuerdo que me decía Aldo Álvarez, que desde mediados de los 60 estuviera al
frente de la construcción del Partido Comunista en el Ministerio del Interior,
“si Betancourt nada más que hubiera pestañeado ante la propuesta de Fidel, esos
guajiros no hubieran parado hasta Buenos Aires.”
El terremoto de Chile de mayo de 1960
fue la segunda coyuntura de la secuencia. Descubrió la otra posibilidad. Era un
momento en que los 6.000 médicos del país hacían sus maletas para refugiarse en
Miami. Fidel les puso algunas trabas a los más recalcitrantes y a otros los
persuadió con automóviles, cátedras universitarias, jefaturas de hospitales,
salarios astronómicos y mantenimiento de sus consultas privadas. Llegaría a
graduar tantos médicos que se saturó, muy por encima de sus necesidades. Atrás
quedaba el terremoto de Chile y la fuga de sus médicos. Pero la memoria del
aquel sismo remoto y su asombro de que un primer barquito no alcanzara y
hubiera que buscar otro de mayor porte para atiborrarlo con las donaciones de
la gente, sirvieron para una nueva iluminación, algo que solo se obtendría
despertando las emociones. Porque el verdadero motor de su revolución era el
entusiasmo.
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