Son muchos los que consideran que los
compromisos ciudadanos están en quiebra, que en las nuevas generaciones la
tendencia es la frivolidad y la evasión de los problemas sociales y
hasta personales, pero hay atisbos de una reserva invalorable de
civismo en el rescate que el "Chavo" Samuel, un joven de
Medellín, hizo de esta frase de Mahatma Gandhi "Un NO pronunciado
desde la más profunda convicción es mejor que un “sí” pronunciado meramente
para complacer, o peor, para evitar problemas".
Samuel, a
quien es de suponer por su comentario es partidario de la Paz pero basada en la
justicia, obliga a pensar que muchos de los que votaron por el Sí lo hicieron
porque llegaron a la conclusión que un mal acuerdo es mejor que una buena
pelea, un craso error, porque los problemas sociales son como los
volcanes, acumulan energía hasta que un día eructan toda su furia.
Cierto que
hubo una gran abstención y se puede especular ampliamente sobre las
consecuencias de una mayor participación popular, sin embargo, el resultado del
plebiscito deja espacios para pensar que una participación mayor habría
posibilitado un NO más rotundo, porque el resultado del conteo confirma que la
mayoría ciudadana comparte la visión de Gandhi. Considera que hay que actuar
por convicción por encima de las formalidades, incluidas las corrientes de
opinión por poderosas que estas sean.
El
presidente Juan Manuel Santos, la gran prensa nacional, y la mayoría de los que
tenían la posibilidad de hacer públicas sus opiniones criticaron con extrema
severidad a los partidarios del NO que prácticamente contaron solo con las
redes sociales para promover su posición.
Por su parte
Santo amenazó con el recrudecimiento de la guerra y un país sumido en la violencia
urbana extrema. Advirtió que no habría una segunda oportunidad. La paz a su
manera, o la guerra total.
La
prepotencia de Santos le condujo a convocar el encuentro de Cartagena. Dio por
sentado que su voluntad sería acatada. Suscribió los acuerdos con las FARC sin
conocer la opinión ciudadana, enredando en su aquelarre a numerosos
líderes internacionales que participaron en el conclave sin preguntarse
cuál era la opinión del electorado colombiano, una práctica común de
muchas de las familias presidenciales que esconden bajo la alfombra suciedades
propias y ajenas, porque prefieren ignorar lo que padecen la gente de cada
país, como consecuencia de los excesos de sus respectivos gobiernos.
Después del
fracaso plebiscitario la soberbia presidencial se esfumó. Santo quien afirmó
que no había otra alternativa que los acuerdos que había suscrito con las FARC,
que hizo campaña advirtiendo de una guerra más cruenta que la padecida,
ha dispuesto que sus negociadores viajen a La Habana - incompresible sede de
los diálogos de Paz porque fueron los Castro los que nutrieron por décadas la
guerra fratricida colombiana- para discutir con los jerarcas de la
narcoguerrilla el resultado del plebiscito.
Como va a
reaccionar la FARC a largo plazo es una gran interrogante. Fueron vencidos en
la guerra y estuvieron a punto de tener todos los laureles de la paz. Las
condiciones de los convenios le otorgaban la victoria que no habían
conquistado.
Con independencia
a la impunidad por sus crímenes, incluido el narcotráfico, se le
concedieron posiciones congresionales por decreto, una condición contraria a la
democracia.
Durante
décadas las FARC han pretendido representar la voluntad popular, pero la
decisión del electorado lo ha desmentido rotundamente. Este plebiscito no solo
refleja la derrota de los acuerdos, también el repudio de la población a la
narco guerrillas y a que se le concedan privilegios.
Si realmente
las FARC están a favor del fin del conflicto como afirma Rodrigo Londoño, es de
suponer que aceptaran renegociar. Cierto que los beneficios serán menores, pero
podrán reincorporarse a la vida civil aunque quizás tengan que pagar algunos de
sus crímenes.
Los
partidarios del No también tendrán que ceder terreno. El blanco y negro de los
acuerdos tendrá que ser menos rutilante. Todos tendrán que hacer concesiones,
no hay alternativas, la paz no va a transitar por la impunidad de Santos,
pero tampoco por una justicia absolutamente ciega capaz de decidir en base a
los actos y no a la conveniencia.
Los
colombianos nos han dado un buen ejemplo. Contrario a lo que ocurre la mayoría
de las veces, la derrota de lo políticamente correcto no fue para favorecer una
corriente política excluyente, voluntarista y depredadora de derechos, sino
para procurar un nuevo acuerdo en el que los verdugos no sean tratados como
héroes.
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