Muchos cubanos, antes de dejar
la Isla, recibieron el mismo consejo: “cuando llegues allá no te vayas a meter
en política”
Por, Alexis Jardines Chacón
La razón mayor de muchos para
no meterse en política sean los deseos de volver temporalmente a la Isla
ESTADOS UNIDOS.- Cuando
trabajaba en la Universidad de La Habana solía escuchar este reproche, dirigido
a los colegas que abandonaban el país y hacían alguna que otra incursión en los
medios extranjeros: “¿para qué se mete en política?”. El mismo comentario
tomaba la forma de consejo filial si el individuo en cuestión no había
materializado aun su proyecto de fuga: “cuando llegues allá no te vayas a meter
en política, olvídate de toda esta basura y haz tu vida”. Tanto en la UH como
en la UNEAC (Unión Nacional de Escritores y Artistas Cubanos) se podían
escuchar frecuentemente cosas semejantes. Naturalmente, por aquellos años no
imaginaba que a nadie más que a los hermanos Castro le convenía aquél modo tan
sutil de neutralizar a los potencialmente hostiles. ¡Qué buen servicio se les
prestaba con aquél razonamiento erróneo! ¿O es que acaso se trataba de un
pensamiento inducido por ellos mismos en todos los niveles a través de su
inmortal Partido?
Probablemente, la razón mayor
para no meterse en política sean los deseos de los emigrantes ―incontenibles,
por las razones que sean― de volver temporalmente a la Isla. De modo que el que
se deja llevar por tal consejo/reproche cede al soberano chantaje de negarle al
ciudadano el ingreso a su país de origen. Estamos hablando de humillación,
estamos hablando de bajar la cabeza aun cuando no se vive bajo ese régimen
político.
Hay otra razón,
complementaria, relacionada con la náusea (el asco, se dice las más de las
veces) que siente la casi totalidad de la población por la política. Esta es
una de las jugadas más efectivas del ajedrez totalitario, a saber: confundir la
política con la función, prerrogativas y estilo de trabajo del Partido
Comunista (único). Parece claro que esa oscura actividad no puede menos que
generar aversión, pero es justo ese rechazo el que va comprometiendo el futuro
del país a medida que lo va dejando en manos de la selecta cúpula que lo dirige
de forma autoritaria.
Fidel es un individuo mediocre
en el más amplio sentido, de mente obtusa, megalómano y asesino. Solo quien es
tan o más mediocre que él lo puede considerar un genio. ¿Cuál fue su éxito?
¿Retrotraer a Cuba al siglo XIX y causarle al cubano un daño antropológico
difícil de reparar en décadas? ¿O es que será un genio del mal, como dicen
otros? Veamos: a su enemigo histórico no le propinó siquiera un rasguño y
terminó capitulando. Por otra parte, su obra, que es la llamada Revolución, se
destruye a sí misma. ¿Que lleva 60 años en el poder? No creo que se deba a sus
habilidades personales, sino al sistema de Partido único y al aislamiento que
este genera. ¿Puede haber alguien más gris que Brézhniev, Chernienko y
Andrópov? Sin embargo, el comunismo ruso duró 70 años.
En su hora postrera el
Comandante gasta su tiempo en “investigaciones alimentarias” en busca de una
panacea que pueda salvar al país de la hambruna crónica que él mismo provocó y
cultivó con esmero por medio siglo. ¿Acaso, no está más cerca del loco que del
genio? Si no fuera Fidel Castro, inspiraría lástima.
El hermano Raúl lo supera en
muchos aspectos: es la grisura par excellence, el paradigma de la
mediocridad revolucionaria y el asesino más despiadado. Un hombre de voz y de
gestos repulsivos, experto en concentrar poder bajo su único mando. Cuando lo
necesitó creo campos de concentración para homosexuales y hostiles al régimen
(UMAPs). Y también cuando lo creyó necesario para sus propósitos expansionistas
creó un movimiento gay, a través de su hija Mariela, a la manera de barricada
de género revolucionaria. Este individuo no conoce los límites, por eso es
capaz de decir, tranquilamente, que la Revolución tiene su propio concepto de
derechos humanos, de sociedad civil, de socialismo, etc., pasando por encima de
cualquier regla, acuerdo, ley o razón argumental. Ha llegado al punto de crear
comisiones para redefinir estos conceptos, o de diluir ministerios enteros en
su entramado de poder.
Y como dicen que lo que se
hereda no se hurta, su hija Mariela exhibe la misma inconsecuencia: lucha por
los derechos de los homosexuales en un país donde los ciudadanos (homosexuales,
incluidos) carecen de los más elementales derechos y libertades, que son de
orden político. La labor de Mariela, su trabajo y ocupación son falsos,
ilegítimos, hipócritas y oportunistas. Lo que ella hace no tiene validez, por
la simple razón que ese homosexual que ella aparentemente defiende también es
un individuo, también es un ciudadano, también es un cubano y también es un ser
humano, cuyas libertades y derechos más básicos han de estar por encima de sus
demandas gremiales.
Los Castro usan a la gente,
usan al pueblo y, por supuesto, también a homosexuales y religiosos que otrora
encarcelaban y hoy pujan por un carné del Partido Comunista de Cuba. Eso no es
libertad, no es tolerancia, sino oportunismo y el más alto grado de cinismo
concebible.
Yo sí me meto en política
porque mi país y su gente se han malogrado; porque Cuba ha naufragado junto a
sus hijos; porque nos vamos quedado sin presente y sin futuro; porque no hay
una sola razón para que dos comunistas, de probada escases moral, mental,
espiritual y neuronal destruyan la esperanza de millones de seres que se
resisten a compartir su credo.
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