domingo, 20 de noviembre de 2016

CANEK SANCHEZ GUEVARA, EL NIETO APATRIDA DEL CHE

Próximamente –en enero del 2017– se cumplirá dos años de la muerte, a los 40 años, Canek Sánchez Guevara, nieto del Che Guevara

LATINEWS/M3

 «Siempre he sido extranjero», dijo de sí mismo Canek Sánchez Guevara, nieto del Che, cuyos diarios de viaje por medio mundo se «comen» sus relatos y novelas breves.

En el primer volumen de «Diario sin motocicleta», Canek Sánchez Guevara relata su paso, cámara en mano, por Italia, Portugal, España y Francia. En la imagen, una de sus fotografías: «Pensamiento crítico» (Marsella, 2008) EDUARDO JORDÁ.
 En la Cuba de los primeros años de la Revolución, Hilda Guevara, la hija del Che Guevara, tenía que escuchar los discos de los Beatles con el volumen muy bajo, por miedo a que algún vecino la oyera y la denunciara por contrarrevolucionaria. En ese ambiente asfixiante, en 1974, nació Canek Sánchez Guevara. Su padre era un guerrillero mexicano que había secuestrado un avión. Su madre era la hija del Che.
Contra lo que pudiera parecer, el nieto del Che Guevara no heredó el fervor revolucionario de sus antepasados. Lo que sí heredó, fue el instinto aventurero y una inextinguible curiosidad, aparte de una rebeldía innata que le impulsó a amar todo lo que estaba mal visto en la Cuba revolucionaria: el «rock», las drogas, la música de vanguardia o los ensayos de Montaigne y Camus. Pero lo más importante de todo fue el rechazo instintivo hacia todo fanatismo. El ideario de Canek Sánchez Guevara se resumía en amar: «cualquier cosa que no me sea impuesta y que yo no pueda imponer a los demás».

 El único hogar
Ahí está el secreto de todo: Canek era un liberal, en el más noble y más revolucionario sentido de la palabra. Pero un liberal, claro, que había aprendido a vivir sin ataduras de ninguna clase. Canek se sentía como en su casa en el magma extraterritorial de internet y no concebía la vida sin deambular de un lado a otro –Cuba, México, Barcelona, Perú, Francia, Italia, Panamá, Nicaragua–, porque sabía instalarse en cualquier sitio donde pudiera dejar su mochila y su ordenador (esa mochila y ese ordenador fueron en realidad su único hogar permanente).
 
                     El nieto del Che Guevara no heredó el fervor revolucionario de sus antepasados
       Canek Sánchez Guevara hizo muchas cosas en su corta vida (murió a los 40 años, en 2015, en México, mientras era sometido a una operación cardíaca). Fue músico, programador informático, documentalista, escritor y paseante callejero («flâneur», prefería decir él). Pero sobre todo fue un hedonista que sentía curiosidad por todos los aspectos de la vida. Sufría de insomnio y escribía sin parar mientras cogía trenes y aviones o escuchaba a Sonic Youth. Canek se sentía a gusto en cualquier parte donde hubiera inmigrantes llegados de muchos sitios y una playa cercana y un “barucho” lleno de cervezas y cigarrillos. El espectáculo de la vida jamás le decepcionaba. Todo le llamaba la atención y todo se lo pensaba desapasionadamente, porque nunca se dejó engañar por ideología alguna. Era un lector omnívoro, igual que Cervantes, capaz de leerse enteras las instrucciones de los cereales para el desayuno. Su mejor definición de sí mismo era esta: «Yo siempre he sido extranjero». En Marsella se alojó en el apartamento de un amigo, «como tantos otros que he conocido: se desayuna cerveza, se come vino, la merienda es un “güisqui” y la cena, la suma de todo lo anterior. El baño es de película "gore"». Esta descripción podría ser la de un personaje de Roberto Bolaño, quien también había conocido esos apartamentos en su juventud, y que en el fondo, viviese donde viviese, siempre fue un extranjero.
   El extranjero que fue Canek Sánchez Guevara llevó una existencia en la sombra. No le gustaba demasiado hablar de su abuelo y tampoco le interesaba discutir la problemática de Cuba. Lo que le gustaba de verdad era la literatura y la música. Pero de repente, tras su muerte prematura –igual que su madre y su abuelo, que no llegaron a cumplir los 40 años–, Canek Sánchez Guevara ha pasado a convertirse en un personaje legendario. El volumen de relatos y novelas breves «33 revoluciones» (Alfaguara) ha sido lanzado simultáneamente en Europa y Estados Unidos. Y al mismo tiempo, Pepitas de Calabaza ha sacado el diario que Canek fue publicando por entregas, entre 2008 y 2011, en un periódico mexicano con el título de «Diario sin motocicleta». La editorial de Logroño tiene previsto publicar todos los diarios de Canek a razón de un volumen por año.
Verdadero talento
      Canek pasó su juventud en Cuba y sabía qué clase de estafa se escondía detrás de los términos «socialismo de Estado». Eso lo diferenciaba de todos esos rebeldes de pacotilla que en España conocemos tan bien. «33 revoluciones» no es la obra maestra que se nos está queriendo vender, aunque es un relato lleno de vida que cuenta muy bien cómo era La Habana en la época de los balseros, a mediados de los 90, cuando casi todos los cubanos soñaban con huir a Estados Unidos. Para mí, sin embargo, el verdadero talento de Canek se halla en sus diarios. Canek era un rebelde camusiano –es decir, un rebelde de verdad–, y por eso se lo cuestionaba todo y quería conocerlo todo. Las páginas dedicadas a su madre son hermosísimas, igual que sus apuntes de viaje o sus reflexiones sobre los barrios de inmigrantes de la Europa mediterránea donde Canek se sentía como en su casa. Leer estos diarios es lo más parecido a pasar una larga noche de charla, entre cervezas y cigarrillos, con Canek Sánchez Guevara.
     Durante la Guerra Civil, en Barcelona, George Orwell se encontró con un voluntario anarquista en un cuartel. Aquel miliciano tenía «el rostro de un hombre capaz de matar y de dar su vida por un amigo», pero Orwell se dio cuenta de que muy pocas veces «había conocido a alguien que despertara una simpatía tan inmediata». Pues bien, Canek Sánchez Guevara es un escritor así: alguien que despierta en nosotros, sus lectores, una simpatía inmediata. Salvo que él no hubiera matado nunca a nadie. Y siempre habría estado dispuesto a dar la vida por un amigo.

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