Lola Benítez Molina Málaga (España)
Según podemos leer
en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, “amor es ese sentimiento
intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y
busca el encuentro y unión con otro ser”. Efectivamente, ese sentimiento
vehemente, vivo y profundo, que posee cada persona, es único, aunque conlleve
distintas connotaciones respecto a quién o a quiénes va dirigido. Asimismo,
dice Santa Teresa de Calcuta que “el amor es el único lenguaje que todos
entendemos”, pero, por desgracia, en todas las épocas, incluida la presente, un
sinnúmero de personas no comprende ni siquiera superficialmente dicho idioma
universal.
Es evidente que mucho se ha escrito sobre el amor,
noble sentimiento, como ya expresé, que nos hace divagar por los entresijos de
lo onírico, para despertar los más sublimes anhelos. Palpitaciones encendidas
que alientan los sentidos y ensalzan la belleza de todo cuanto tocan con su
sutil fragancia. Vehemente fuego de pasiones encendidas, exaltadas, sublime
goce, que con tan solo una mirada alumbra los corazones.
¿Cuántas veces la luna ha sido carabina expectante
de tal alucinación, de amores imposibles, de encuentros furtivos? ¿Por qué los
amores inalcanzables suscitan tanta agonía y servidumbre, donde los ríos de
tinta de los poetas se derraman igual que cascadas de lágrimas?
¿Qué embrujo despliega para que todos los poetas lo ensalcen o giman
ante la innegable pérdida?
Sólo San Valentín conoce la primera palabra secreta, que en los
corazones aviva refulgente. Susurros que el viento lleva a su antojo y, que de
nuevo, vuelve a renacer cuando el alma más desprevenida se halla, para llevarla
al más recóndito infinito.
El sol resplandece en eterna primavera y a hurtadillas las estrellas
contemplan su grandeza.
“El afán constante de todos los
enamorados, refiere Octavio Paz, y el tema de nuestros grandes poetas y
novelistas ha sido siempre el mismo: la búsqueda del reconocimiento de la persona querida. El reconocimiento
aspira a la reciprocidad, pero
es independiente de ella. Es una
apuesta que nadie está seguro de ganar porque es una apuesta que depende de la
libertad del otro. El origen del amor es la búsqueda de la reciprocidad
libremente otorgada. La paradoja del amor único reside en el misterio de
la persona que, sin saber nunca exactamente la razón, se siente
invenciblemente atraída por otra persona, con exclusión de las demás. El amor
es, pues, atracción involuntaria hacia una persona y
voluntaria aceptación de esa atracción”.
Obviamente, el amor es el motor de
la vida, de cada persona, de cada acción, de cada paso... Si este motor dejara
de funcionar, que no lo hará nunca, la raza humana perdería su razón de ser, de
existir, es decir, la vida sin amor no tendría sentido alguno. Por
consiguiente, ésta se marchitaría como cualquier flor. “Un hombre sin amor,
manifiesta Carlos Benítez Villodres, es un cadáver que muere a cada paso”, pues
tengamos siempre presente que el amor es ese manantial de energía vital que nos
permite seguir viviendo. Y, ciertamente, el mundo sin amor caminaría, por la
misma causa, hacia su total desaparición.
Un articulo muy bien escrito de la joven escritora española
ResponderEliminarR. León