sábado, 28 de enero de 2017

LOS RETOS DEL SIGLO XXI

Por Pedro Corzo.

Todo parece indicar que la globalización del conocimiento y las actividades han estimulado la multiplicación de un hombre inteligente pero de convicciones flexibles y de tolerancia tan extrema que en algún momento pueden llegar a perder su propia identidad e ignorar conscientemente lo que decían representar.
 No obstante, en el mundo moderno permanecen reductos que para algunos pueden parecer anacrónicos porque consisten  en la defensa numantina de conceptos y valores que un pragmático calificaría de arcaicos y completamente desenfocados.
 Estos reductos no disfrutan de simpatías porque son una especie de alienados en una sociedad de extrema laxitud y permisividad; además, porque entre esas “islas del pasado”, no faltan personalidades patológicas que amparan su maldad con las causas que dicen defender.
 Es evidente que el mundo actual es infinitamente más complejo que el que cada día que transcurre convierte en pasado y que en ese pasado al parecer quedaron no solo las utopías sino sus promotores que muchos de sus seguidores  consideraban como héroes.
 La historia está repleta de individuos excepcionales que aunque no siempre el bienestar de la sociedad fuera  su propósito, si eran capaces de enfrentarlo todo sin considerar las consecuencias, mientras convencían a sus partidarios de que se estaban sacrificando por el bien común.
 Los héroes de antaño ya fuese por su capacidad de interpretar la realidad o por su aptitud para vender quimeras junto a la no menos importante cualidad de poder seducir o aniquilar los inconformes, han marcado la historia con pasos tan firmes que muchos acontecimientos importantes  están sintetizados en un nombre, en una figura que nadie puede soslayar.
 Sin duda los héroes no siempre fueron justos pero las mas de las veces estaban asistidos por convicciones que le permitían incursionar en los predios de la muerte. La inteligencia y lucidez junto a la capacidad de riesgo eran el sostén de su propósito, porque el héroe poseía tal vocación de sacrificio, disciplina y fe en sus metas, que la trasmitían a sus seguidores.
Estas reflexiones las motivan la inquietud que los valores que se heredaron de los paradigmas sobre los que se sostiene nuestra vida cívica estén en  bancarrota, porque se aprecia que las personalidades excepcionales de las últimas generaciones orientan sus cualidades a la consecución de propósitos personales sin, o mínima, preocupación por el bienestar de su comunidad, mientras con su gestión, sin proponérselos, están cimentando cambios de valores y principios sustancialmente opuestos a los que han sostenido hasta el presente a la sociedad
 La indiferencia, y a veces hasta la repulsa ante el sacrificio de otros tal vez sea más común en el presente que en ningún otro periodo anterior de la historia. La última generación que fue capaz de correr riesgos por una voluntad de cambio sobre expectativas idealistas en una dimensión mundial,  fue la que directa o indirectamente participó en lo que sintetizó Mayo de 1968.
 Aquellos jóvenes en una conjunción de anhelos y propósitos y como obedeciendo un mandato telúrico que convocaba al cambio, exigieron  reformas,  requirieron  respeto a su individualidad y el disfrute sin restricciones de sus derechos, arriesgándose al enfrentar las autoridades por la meta que se habían propuesto.
 Paradójicamente, donde apenas se expresó la juventud fue en los predios del totalitarismo,  en consecuencia es válido preguntarse:  El desarrollo económico, un nivel de vida más alto, tendrá los mismos resultados de domesticación del hombre que el logrado por los totalitarismos? .
 También es posible que si en la actualidad no se aprecia motivación por la utopías se deba a que las generaciones que precedieron a la actual padecieron de un iluminismo mesiánico tan destructivo - los campos de exterminio nazi, los gulags soviéticos, la revolución cultural de Mao, los campos de trabajo del Khmer Rough, y los pueblos cautivos y balseros del Castrismo-, sirven de advertencia a la juventud que aunque las ideas puedan ser buenas, sus artífices consiguen ser nefastos, tanto para los que le siguen como para los que le rechaza.
 Aunque también debe preocuparnos que la  ausencia de héroes reales, sin embargo (hoy más que nunca están en las pantallas, en las pistas de espectáculos, en los estadios, lo que demuestra la necesidad de héroes aunque sean virtuales), y de utopías redentoras, no sean causante de que un civilismo de  pragmatismo ramplón hayan permeado nuestra existencia a instancias tan cruciales que se esté  generando un hombre nuevo que tiene como único objetivo la satisfacción exclusiva de sus propósitos y la cancelación total de sus compromisos con la tribu.
 

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