Todo parece indicar que la globalización
del conocimiento y las actividades han estimulado la multiplicación de un
hombre inteligente pero de convicciones flexibles y de tolerancia tan extrema
que en algún momento pueden llegar a perder su propia identidad e ignorar
conscientemente lo que decían representar.
No obstante, en el mundo moderno
permanecen reductos que para algunos pueden parecer anacrónicos porque
consisten en la defensa numantina de conceptos y valores que un
pragmático calificaría de arcaicos y completamente desenfocados.
Estos reductos no disfrutan de
simpatías porque son una especie de alienados en una sociedad de extrema
laxitud y permisividad; además, porque entre esas “islas del pasado”, no faltan
personalidades patológicas que amparan su maldad con las causas que dicen
defender.
Es evidente que el mundo actual es
infinitamente más complejo que el que cada día que transcurre convierte en
pasado y que en ese pasado al parecer quedaron no solo las utopías sino sus
promotores que muchos de sus seguidores consideraban como héroes.
La historia está repleta de
individuos excepcionales que aunque no siempre el bienestar de la sociedad
fuera su propósito, si eran capaces de enfrentarlo todo sin considerar
las consecuencias, mientras convencían a sus partidarios de que se estaban
sacrificando por el bien común.
Los héroes de antaño ya fuese por su
capacidad de interpretar la realidad o por su aptitud para vender quimeras
junto a la no menos importante cualidad de poder seducir o aniquilar los
inconformes, han marcado la historia con pasos tan firmes que muchos
acontecimientos importantes están sintetizados en un nombre, en una
figura que nadie puede soslayar.
Sin duda los héroes no siempre fueron
justos pero las mas de las veces estaban asistidos por convicciones que le
permitían incursionar en los predios de la muerte. La inteligencia y lucidez
junto a la capacidad de riesgo eran el sostén de su propósito, porque el héroe
poseía tal vocación de sacrificio, disciplina y fe en sus metas, que la
trasmitían a sus seguidores.
Estas reflexiones las motivan la inquietud
que los valores que se heredaron de los paradigmas sobre los que se sostiene
nuestra vida cívica estén en bancarrota, porque se aprecia que las
personalidades excepcionales de las últimas generaciones orientan sus
cualidades a la consecución de propósitos personales sin, o mínima,
preocupación por el bienestar de su comunidad, mientras con su gestión, sin
proponérselos, están cimentando cambios de valores y principios sustancialmente
opuestos a los que han sostenido hasta el presente a la sociedad
La indiferencia, y a veces hasta la
repulsa ante el sacrificio de otros tal vez sea más común en el presente que en
ningún otro periodo anterior de la historia. La última generación que fue capaz
de correr riesgos por una voluntad de cambio sobre expectativas idealistas en
una dimensión mundial, fue la que directa o indirectamente participó en
lo que sintetizó Mayo de 1968.
Aquellos jóvenes en una conjunción de
anhelos y propósitos y como obedeciendo un mandato telúrico que convocaba al
cambio, exigieron reformas, requirieron respeto a su
individualidad y el disfrute sin restricciones de sus derechos, arriesgándose
al enfrentar las autoridades por la meta que se habían propuesto.
Paradójicamente, donde apenas se
expresó la juventud fue en los predios del totalitarismo, en consecuencia
es válido preguntarse: El desarrollo económico, un nivel de vida más
alto, tendrá los mismos resultados de domesticación del hombre que el logrado
por los totalitarismos? .
También es posible que si en la
actualidad no se aprecia motivación por la utopías se deba a que las
generaciones que precedieron a la actual padecieron de un iluminismo mesiánico
tan destructivo - los campos de exterminio nazi, los gulags soviéticos, la
revolución cultural de Mao, los campos de trabajo del Khmer Rough, y los
pueblos cautivos y balseros del Castrismo-, sirven de advertencia a la juventud
que aunque las ideas puedan ser buenas, sus artífices consiguen ser nefastos,
tanto para los que le siguen como para los que le rechaza.
Aunque
también debe preocuparnos que la ausencia de héroes reales, sin embargo
(hoy más que nunca están en las pantallas, en las pistas de espectáculos, en
los estadios, lo que demuestra la necesidad de héroes aunque sean virtuales), y
de utopías redentoras, no sean causante de que un civilismo de
pragmatismo ramplón hayan permeado nuestra existencia a instancias tan
cruciales que se esté generando un hombre nuevo que tiene como único
objetivo la satisfacción exclusiva de sus propósitos y la cancelación total de
sus compromisos con la tribu.
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