– IMAGEN DE LA CUBA DE HOY- Tomada
de Internet.
Elena tiene suerte
pa’ eso. De regreso a la casa o camino al trabajo, sus ojos parecen “antojados”
en tropezar con la misma escena. Sobre el banco de un parque, detrás del poste,
escondido en cualquier arbusto o en alguna vieja construcción, encuentra al
hombre que se masturba, le mira, y abandona la guarida para tentarla.
Ella sufre la “dicha”
de una sociedad donde los acosadores asaltan los espacios públicos, decididos a
resolver, abiertamente, cuanto no logran en el plano personal o en la intimidad
con su pareja. Ha tocado a las puertas varias veces y presume que nunca la
escuchan. Nadie le responde cuando alega sentirse violada, todos los días, en
la calle.
Son las mujeres el
principal blanco de esta agresión sexual si consideramos la intención habitual
del acto o el fundamento cultural de trasfondo: el machismo. Al mostrar sus
genitales y practicar en lugares públicos la masturbación, los hombres ejercen,
de hecho, un poder contra las féminas. Pero, ¿solo se trata de un problema de
género?
Tampoco tienen
elección, amén del sexo, quienes chocan contra los adictos a exhibir el tamaño
del pene y excitarse a plena luz del día. Cuando la persona asume ante la
conducta del acosador una actitud de sorpresa, pánico o simple rechazo —al
punto de desviar casi siempre el rumbo—, es porque siente invadido su derecho
y, como tal, violentado.
Aunque las mujeres
resultan las más afectadas, el problema concierne a toda la ciudadanía y
debiéramos afrontarlo desde ese enfoque. Está en discusión un asunto de
seguridad: ¿quién puede sentirse protegido, seguro, con la presencia de
acosadores sexuales en los espacios que compartimos?
Si antes fue el cine
el sitio predilecto, hoy no pierden el tiempo en distinciones. Elena los halla
en cualquier parte y los ve arrimarse hacia ella, perseguirla, con el miembro
entre manos, conscientes del susto que le provocan. Tiene miedo y ha venido a
verme desesperada. No sabe qué calle tomar para llegar a casa en las noches.
Pocas personas
denuncian el delito a la Policía, es cierto; pero ¿qué consiguen de hacerlo? ¿Sancionan
con fuerza las leyes cubanas estos casos de vejación sexual?
El Decreto Ley 141,
sobre las contravenciones al orden interior, establece multa de 40 pesos al que
“ofenda el pudor o las buenas costumbres con exhibiciones impúdicas”. Ninguna
otra especificidad existe al respecto, ni siquiera para definir el límite o
alcance de lo impúdico. Y de la multa, bueno… es casi como pagar una patente
para masturbarse en la calle.
Sin medidas rigurosas
contra quienes faltan a la convivencia colectiva, al extremo de acosar
sexualmente a las mujeres e irrespetar una elemental norma de civismo, los
esfuerzos por eliminar el fenómeno correrán la misma “suerte” de Elena cuando,
luego de tocar muchas puertas, ella percibe que a nadie le importa su temor.
La masturbación
constituye, sí, una forma legítima de experimentar la sexualidad, pero
visibilizarla en lugares comunes supone un perjuicio a la propia condición
humana. Ni las instituciones ni la sociedad en su conjunto debieran actuar
indiferentes ante este tipo de violencia.
Cuentan que en 1881
Cuba registró la primera denuncia sobre masturbadores en espacios públicos del
país. Es penoso
decirlo: ¿hasta cuándo tendrá que esperar Elena?
No hay comentarios:
Publicar un comentario