"Una facción que sembró la violencia..."
Por Pedro Corzo
El próximo año son las elecciones
en Colombia, el triunfalismo del gobierno del presidente Juan Manuel Santos ha
forjado la percepción de que su tolda política será la triunfadora y que los
acuerdos suscritos con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia
están garantizados, así como los que están en proceso de desarrollo con el
Ejercito de Liberación Nacional, ELN, otra facción narcoterrorista que no es de
esperar se conforme con menos beneficios que los que recibieron las FARC.
En virtud a los acuerdo y la
confianza en el continuismo santista las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia afirman que han entregado la casi totalidad de sus armas, el
alma no es posible que la cedan porque nunca la tuvieron."
Una facción que sembró la
violencia extrema, recurrió al secuestro, practicó el terrorismo más
despiadado y como colofón se vinculó al narcotráfico, no
puede inspirar confianza sobre su conducta futura si la situación no se
desenvuelve a la medida de sus deseos, porque aunque la entrega de armas es un
aspecto importante de la negociación, las FARC no están impedidas de volver a
tener un más moderno arsenal bélico.
Las FARC cuentan con vastos
recursos económicos porque como declaró el Fiscal Néstor Humberto Martínez, esa
agrupación cuenta con varios billones de pesos colombianos presentes
en miles de inmuebles urbanos y rurales, de automotores, de dinero,
de ganado, de empresas, y establecimientos de comercio.
La guerrilla están en vía de
reinventarse como partido político, organizar su base y dirigentes en base a
ese proyecto y desarrollar y divulgar sus propuestas de gobierno aunque en la
confianza de que contara con suficiente respaldo popular para acercarse al
poder, pero no es de dudar que dejen una rendija si en los comicios en los
cuales podrán presentarse gracias a la impunidad que le conceden los acuerdos,
no les resulta satisfactorio, y entonces retomar los lanzacohetes y fusiles
Barret calibre 50, así como lanza granadas, fusiles y pistolas de amplia gama,
porque los recursos los tienen según el fiscal Martínez, para hacer la paz o
continuar la guerra.
En todo este entramado el
presidente Álvaro Uribe tiene una gran responsabilidad, porque para un sector
importante de la sociedad colombiana él es una especie del fiel de la balanza,
la persona con capacidad y juicio para orientar una política de neutralización
de las fuerzas irregulares que operan en el país y también, algo nefasto para
una democracia, como una especie de gran elector en la selección del candidato
de la oposición.
Un número importante de
colombianos tienen presente que Uribe interpretó hábilmente las
necesidades que encaraba su país en momentos que asumió el poder. Honró su
compromiso de neutralizar o destruir las guerrillas y las agrupaciones
paramilitares que habían perdido sus objetivos originales cuando se asociaron
al narcotráfico. Demoler esos grupos terroristas ocupó la mayor parte de su
tiempo, pero también tuvo la habilidad de mejorar la economía y cambiar la
imagen que muchos en el extranjero tenían de Colombia.
Durante su gestión presidencial obtuvo éxitos indiscutibles. Cierto
que se pueden encontrar sombras en su legado, pero traspasó el poder después de
ocho años con una popularidad del 80 por ciento, cifras sin precedentes en el
país, lo que significaba que una amplia mayoría de sus conciudadanos
tienen en alta estima su gestión y consideran que cumplió en gran medida las
promesas.
Procuró de todas las maneras posibles resolver el conflicto interno y
fortalecer la democracia colombiana para lo que no dudó recurrir al apoyo de
Washington y bombardear territorio ecuatoriano donde acampaban grupos
terroristas de las FARC. No dudó en demandar el apoyo internacional para que
los falsos insurgentes fueran calificados de terroristas y exigió el cese de la
impunidad con la que operaban en varios países. Además asumió la responsabilidad
de enfrentar a Hugo Chávez cuando se percató que este era un aliado de las
guerrillas y no un mediador en el conflicto.
Por lo anterior, a pesar de su desacierto en seleccionar a Juan Manuel
Santos como su sucesor, Uribe y su partido Centro Democrático sigue contando
con un amplio apoyo popular lo que le otorga la capacidad de influenciar en
gran medida en la decisión de quien podría ser el mejor candidato para darle un
nuevo rumbo al país, situación que le confiere una gran responsabilidad, quizás
mayor que cuando fue Presidente, porque en esa época se conocía el enemigo, en
el presente esta agazapado y encubierto, escondido en las filas más preclaras
de la democracia.
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