"No éramos internacionalistas, sino mercenarios.."
llleon@diariolasamericas.com
MIAMI. - Carlos E. Pedre Pentón es un cubano al que, como a tantos, le tocó
pasar una parte importante de su vida bajo la égida de un régimen donde la
decisión personal sobre tus acciones y tu futuro no cuentan y por eso fue uno
de los miles que fueron enviados como carne de cañón a servir a las órdenes de
un ejército del que nunca se obtuvo, ni siquiera, una real aprobación.
Cooperante
internacionalista fue el eufemismo escogido por Fidel Castro para identificar a
los desafortunados que no tenían opción de negarse a esa encomienda, el
destino, la guerra de Angola, que tenía lugar en un remoto paraje en el que la
sangre cubana se derramó mientras para los nativos del país estaban siendo
enviados allí como mercenarios.
“A los cubanos no
nos obligaron a ir a esa guerra con una pistola en la cabeza, pero sí nos
forzaron de otras formas”, dijo Pentón en entrevista con DIARIO LAS AMÉRICAS, a
propósito de la presentación de su libro: Angola, la guerra innecesaria.
“Si decías que no
ibas, eras un paria de la sociedad. Negarse era comprometer a la familia y
nadie quería arriesgarse a que le colgaran un San Benito así de por vida”,
recordó.
“Todo el mundo
tenía que ir. Para empezar, cuando los oficiales de reclutamiento del Servicio
Militar Obligatorio o en la universidad o en el trabajo te preguntaban si
estabas dispuesto a cumplir una misión internacionalista, todos decíamos que
sí, sólo contados casos dijeron lo contrario. Nunca había pasado, pero de
pronto nos dimos cuenta de que ya estábamos bajo las balas. Y fue tremendo,
muchísimo más de lo que se puede contar”, evocó durante la presentación del
compendio, en el Interamerican Institute for Democracy, en Miami.
El primer barco de la guerra
Pedre Pentón desembarcó
en Luanda con el primer envío de soldados cubanos en noviembre de 1975, un
regimiento de artillería de más de 2.000 hombres. Regresó a Cuba en junio de
1976 con una historia que ha guardado en la memoria por 40 años. “Era un barco
que transportaba harina de pescado. Las moscas nos caminaban por los ojos. Ese
fue el comienzo de algo que no podíamos imaginar”, subrayó.
El libro narra los
avatares de una batería de seis cañones de 85mm. Aunque describe una serie de
combates. Lo que más le interesa a su autor es la interacción de los hombres de
la contienda, “la dimensión humana del relato, los sentimientos ante la
posibilidad de una muerte inminente o ante la estupidez. La guerra de Angola es
una herida que no cerrará jamás, por el sacrificio de nuestras familias y por
los que quedaron para siempre en un campo desconocido”.
No éramos internacionalistas
sino mercenarios
Según su
testimonio, la propaganda castrista “le vendió la idea a los cubanos y al mundo
de que éramos internacionalistas, pero para muchos angoleños y otros africanos
éramos un ejército racista de ocupación, éramos conquistadores como mismo veían
a los sudafricanos. Esa era la verdad”.
Para este autor,
que vivió la experiencia, la ayuda internacionalista desinteresada “fue otra de
las grandes mentiras de Fidel Castro. He consultado fuentes conocedoras de los
secretos de esa guerra, personas que aún están en Cuba y por eso no puedo
develar sus nombres, que tenían acceso directo a la intendencia del ejército
angoleño, y me han confirmado que Angola pagaba 2.000 dólares mensuales por
hombre a Cuba. No éramos internacionalistas sino un ejército mercenario que
ayudaba a una de las facciones en pugna”.
“Perdimos y
ganamos combates, avanzamos, retrocedimos y corrimos bastante. No éramos
héroes. Estuvimos sometidos a tensiones extremas y a contradicciones éticas.
Vimos cosas horribles en todos los bandos. Tengo que decir que la UNITA [Unión
Nacional para la Independencia Total de Angola] y Jonas Savimbi [político
angoleño, fundador de UNITA, que luchó primero contra el colonialismo portugués
y luego contra el gobierno de partido único del Movimiento Popular de
Liberación de Angola] tenían un gran arraigo popular”.
“La realidad es
compleja y siempre la cuentan los vencedores, pero después que nosotros nos
fuimos Savimbi conquistó una buena parte de lo que dejamos y lo hizo con el
apoyo del pueblo, de lo contrario hubiera sido imposible”.
¿Una guerra sin mutilados?
“Una pregunta que
le hago a mucha gente es ¿cuántos mutilados cubanos de la guerra de Angola
conocen? Teniendo en cuenta que fue una guerra de 16 años, librada a cañonazos
y minas, ¿no resulta muy extraño que no haya mutilados? ¿Dónde están, qué pasó
con ellos? No pocos asumen que los hayan matado para impedir que los mutilados
se pasearan por Cuba con sus horribles huellas de la guerra”.
Le preocupa que
siendo un tema “tan importante y terrible en la historia del castrismo, se
hable tan poco de Angola. Las vidas que costó esta odisea es uno de los
secretos mejor guardados de la tiranía castrista. Un día nos enteramos de que
la orden era no enviar los muertos a Cuba. Le ponían la chapilla de
identificación y lo enterraban supuestamente marcando el lugar para en algún
momento regresar sus restos”.
Recuerda que el 7
de diciembre de 1989, en un entierro al unísono en todo el país, Cuba daba
sepultura a sus muertos, que según cifras gubernamentales, fueron 2,889.
“Años después, el
escritor Michel Porcheron, en una nota sobre el documental Cuba, una odisea africana, publicada en el diario Granma, dijo que 2.000 cubanos ofrendaron sus
vidas en aquel continente. Sin embargo, en ese mismo documental se plantea que
los historiadores estiman los caídos en unos 10.000 muertos. Una contradicción
propia de la clásica manipulación del régimen”, recalcó el veterano.
“Es increíble cómo
con el paso del tiempo, en vez de develarse la cifra real de fallecidos, el
régimen y sus periodistas oficialistas reducen el número. No me sorprendería si
los excelsos defensores del comunismo a ultranza un día afirman que sólo perecieron
unas pocas decenas. Lo que no podrán es borrar el estigma de una guerra que no
fue necesaria, a no ser para el propósito maligno de Fidel Castro de expandir
su supuesta revolución”.
El instinto de supervivencia
nos mantuvo vivos
Antes de ser
enviado a Angola, “nunca había visto un cañón en mi vida, pero tuve que
utilizarlo para sobrevivir. Allí había también mucha improvisación, muchos
miles de muertos se debieron a ello.
La madrugada que
me fueron a buscar a mi casa le dije a mi mujer ‘vengo pronto, esta gente están
jugando a la guerrita’, y no la vi más en siete meses. Mi hijo menor nació
estando yo en Angola. Cuando llegué estuve 45 días echado en un sofá, sin ganas
de nada. Hoy le llaman síndrome de estrés postraumático. Mi mujer me decía que
me le estaba yendo entre las manos. Al final sobreviví. Todos tuvimos que
firmar un documento que nos impedía hablar de lo ocurrido en Angola. Yo hice lo
que creí necesario, escribir este libro”.
Carlos Alberto Montaner’
“Descubrí a un
magnífico escritor perdido en el mundo de la ingeniería, al que además habían
convertido en soldado en contra de su voluntad”, dijo Carlos Alberto Montaner,
a propósito de la presentación.
“El libro interesa
al lector desde la primera página, está bien escrito, y cuenta un fragmento
central de la historia contemporánea cubana. Me refiero a esas guerras
africanas tan deseadas por Fidel Castro y rechazadas por la mayor parte de los
cubanos, incluido el autor de la obra, un cubano al que una noche de 1975
sacaron de su lecho y pocos días después amaneció en Angola como combatiente en
una guerra ajena y lejana por designio de un señor que se creía Napoleón y, sin
duda, cada vez que pudo se comportó como el corso”.
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