"Felipe Gonzalez tenia con Fidel Castro una afinidad muy particular..."
Por Pedro Corzo
Los dictadores siempre cuentan con servidores leales, sicarios que
cumplen con fervor sus órdenes y aliados internacionales, a veces gobiernos,
que trascienden los tratados y se comportan como amigos, en cuyos casos
corresponde a los oprimidos nunca olvidar quienes ayudaron a sus verdugos a
hacer más pesadas las cadenas.
Es difícil comprender la actitud de personalidades que han trabajado a
favor de la democracia en sus países y hasta en organismos internacionales,
individuos que
han demostrado ser tenaces defensores de los derechos humanos, amantes de
las libertades y promotores de la economía libre, que sin explicación
alguna se transforman en devotos defensores de tiranos y respaldan dictaduras.
Esta situación la ejemplifican en la actualidad dos ex jefes del
gobierno de España, Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero, dos
dirigentes políticos de firmes credenciales democráticas en su país y Europa
que han demostrado padecer una atracción fatal hacia dictadores
latinoamericanos identificados con alguna forma de marxismo, como si admitieran
que ciertas ideologías conceden patente a los gobernantes para
abusar de sus gobernados, aunque en ocasiones parece que funciona más la
empatía, como ocurrió en los casos de Francisco Franco y Manuel Fraga con Fidel
Castro.
Franco aunque ideológicamente era enemigo del régimen de La
Habana nunca rompió relaciones con Cuba, tampoco cedió a gestiones
de Washington para que se sumara al embargo, lo que evidencia que a veces la
identidad de propósitos es más fuerte que las convicciones cualesquiera que
estas sean, al menos es lo que se aprecia en un comentario del tirano
cubano a Nicolás Franco, sobrino del dictador gallego, cuando le dijo que
admiraba al caudillo "No por su ideología, sino por lo que dura", en
alusión al tiempo que llevaba Franco gobernando.
Manuel Fraga y Adolfo Suarez, este último el primer jefe de estado de
Europa Occidental que viajó a Cuba como observador para la Sexta Cumbre de los
No alineados, sostuvieron con los Castro, en particular Fidel, unas excelentes
relaciones.
Felipe González tenía con Fidel Castro una afinidad muy
particular, mientras que hacia Nicolás Maduro siente un fuerte rechazo, no
obstante, su socio de partido, José Luis Rodríguez Zapatero, se inclina con
devoción digna de mejor causa a favor de que Maduro continúe conculcando los
derechos de los venezolanos.
Cuando los hermanos Castro, apoyados por Ernesto Guevara y Ramiro Valdés, expropiaban,
encarcelaban y fusilaban sin respetar las más elementales normas del derecho,
además, subvertían los gobiernos de América Latina y enviaban mercenarios a
África para sostener el proyecto imperial castro soviético, Felipe González
estableció amistad con el dictador cubano pasando por alto que Cuba era
un santuario de los terroristas de ETA.
González y Castro compartieron más de una copa en el cabaret Tropicana
en un ambiente muy distendido e íntimo, relación que confirma el comentario que
el ex jefe de gobierno de España dirigió a Raúl cuando supo de la
muerte del autócrata insular, "Quiero expresarle mi pesar por la muerte de
Fidel Castro. Usted sabe que me unía con él una relación franca y directa de
varias décadas".
Por su parte
Rodríguez Zapatero asumió durante sus
gobiernos hacia Hugo Chávez y el boliviano Evo Morales una política de franco
acercamiento, actitud que también mantuvo con el régimen de La Habana,
aunque sin duda alguna ha demostrado un particular celo en la defensa de
Maduro, como se aprecia en las numerosas gestiones que ha protagonizado para
reducir la profunda crisis que padece Venezuela por culpa del corrupto e
ineficiente heredero de Hugo Chávez.
Por supuesto que esta conducta cómplice no es potestativa de políticos.
Conocida es la fascinación que Fidel Castro ejerció sobre varios intelectuales,
entre ellos los laureados Gabriel García Márquez y Oliver Stone quien
dijo, “Puedo decir
que me gustaba su personalidad fuerte, su poder”, y otro nobel, Pablo
Neruda, tuvo la crueldad de escribirle una oda a José Stalin, reafirmándose
aquello de que el mayor ciego es el que no quiere ver.
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