"El palacio que ordenó construir Carlos V, en pleno corazón de la Alhambra..."
Lola Benítez
Molina “ Málaga”
Un lugar de ensueño es sin duda el Palacio de Carlos V que, en las calurosas
noches estivales, acoge para deleite de autóctonos y visitantes el Festival
Internacional de Música y Danza de Granada, ciudad que nunca vive en el olvido.
Una vez más, la música, representada en el patio circular, rodeado de columnas
renacentistas y abierto al cielo, nos hace alcanzar el éxtasis de los sentidos:
vaivén de sueños, de nostalgias de juventud inquebrantables… Ejemplo de paraíso
terrenal, cuna de grandes poetas y amores. La fragancia de los que por allí
pasaron jamás morirá.
Escuchar la Novena
Sinfonía de Mahler o la de Beethoven a
la luz de la luna y bajo las estrellas, que parecen danzar gozosas de tan alta
belleza, es llegar a rozar lo atemporal, uno de esos instantes que daríamos
cualquier cosa por detener.
El palacio, que
ordenó construir Carlos V, en pleno corazón de la Alhambra, da muestras del
gran poder que llegó a alcanzar tan ilustre y venerable emperador, V de
Alemania y I de España. Nieto de los Reyes Católicos, en 1520 se convirtió en
el monarca más poderoso de Europa, al heredar las Coronas de Castilla y Aragón,
con sus respectivas posesiones en América y en el Mar Mediterráneo. Hijo de
Juana, llamada “la loca”, y de Felipe “el hermoso” y, por tanto, nieto del
emperador Maximiliano I de Habsburgo.
Bajo su reinado
España se convirtió en la primera potencia mundial: las artes, la cultura
iniciaron el llamado “Siglo de Oro”. Al mismo tiempo, misioneros y
conquistadores españoles extendían por América y el mundo sus dominios.
Carlos V hubo de
lidiar numerosas batallas para frenar el avance de los turcos, que bajo el
liderazgo de Solimán “el Magnífico”, llegaron a sitiar Viena. Hubo de
enfrentarse también a la reforma Protestante iniciada por Lutero, y a la
animadversión de Francia y de otros países abrumados por su hegemonía.
En los últimos años de su vida, y tras abdicar a favor de su hijo
Felipe II, se retiró al Monasterio de Yuste, ubicado en plena naturaleza de la
provincia española de Cáceres, zona de robles y castaños. Allí se dedicó a la
vida contemplativa y a sus grandes aficiones (las matemáticas y la mecánica, en
especial de relojes). En 1555 padecía terribles dolores a causa de la gota y
sostener su colosal imperio habían terminado por agotarle.
El pintor
veneciano Tiziano lo dejó inmortalizado en los bellos retratos que se conservan
en el Museo del Prado de Madrid en los que, como queda constancia, reflejan:
“su inextinguible tristeza y su pertinaz melancolía”.
Tanto el Palacio
de Carlos V como el Monasterio de Yuste son de esos lugares que, cuando uno los
visita, parece contagiarse del duende y enigma que encierran.
Conocer la
historia es muy importante para, al menos, intentar subsanar errores del
pasado. Existe una frase del poeta y filósofo español Jorge Agustín Nicolás
Ruiz de Santayana muy acertado: “Quien olvida su historia está condenado a
repetirla”.
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