"Cervantes logra esto al darle a su novela un tratamiento burlesco..."
Carlos Benítez Villodres Málaga (España)
La primera parte de la inmortal novela Don Quijote de la Mancha, de Miguel de
Cervantes Saavedra (Alcalá de Henares, 29 de septiembre de 1547-Madrid, 22 de
abril de 1616, aunque fue enterrado el 23 de abril, y se conoce esa fecha como
la de su muerte), fue impresa en Madrid en casa de Juan de la Cuesta,
publicándose en dicha ciudad el 15 de enero de 1605. Esta primera parte, que
consta de 52 capítulos, apareció con el título El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Sin embargo, la
segunda parte, que consta de 74 capítulos, se publicó en 1615 con el título El ingenioso cavallero don Quijote de la
Mancha.
Con
el paso del tiempo, la importancia de esta novela, entre otros aspectos, radica
en que fue la primera obra europea que desmitificó la tradición caballeresca y
comedida de siglos anteriores. Cervantes logra esto al darle a su novela un
tratamiento burlesco, ya que, con anterioridad, esta temática se basaba en un
modelo o canon con unas reglas literarias sólidas, adherido a la figura de
héroes fantásticos, que poco o nada tenían que ver con el mundo real. Obviamente,
esta desmitificación la lleva a cabo Cervantes a través de sus personajes, ya
que éstos son seres humanos reales con sus defectos, pasiones y vicisitudes, lo
cual es imposible de asignar a cualquier personaje caballeresco. Por
consiguiente, se puede afirmar que Don
Quijote de la Mancha representa la primera obra literaria que abre camino a
la novela moderna. Además, está considerada como la primera novela o
composición literaria armónica, es decir, su autor ofrece al lector múltiples
representaciones de la realidad, por lo que esta obra siempre ejerció y ejerce,
a partir del siglo XVII, un influjo esencial y decisivo en la evolución
progresiva de toda la narrativa ulterior preferentemente la occidental.
Cuando
se publicaron las dos partes de Don Quijote, Cervantes ya estaba casado con
Catalina de Salazar y de Palacios. La boda se celebró el 15 de diciembre de
1584 en la localidad de Esquivias (Toledo), un pueblo de la comarca de La Sagra
y rico en viñedos y olivares. Unión esta que fracasaría por los continuos
viajes de Miguel, así como por el hastío del escritor respecto a su vida
conyugal, aunque la pareja mantuvo la unión sacramental hasta el fallecimiento
de Cervantes. Anteriormente a su matrimonio, Miguel tuvo por amante a Ana
Franca de Rojas (Ana de Villafranca), de la familia judía de Fernando de Rojas,
y esposa del tabernero Alonso Rodríguez. Con Ana tuvo Cervantes su única hija:
Isabel de Saavedra, nacida un par de meses antes de su casamiento con Catalina.
Tras el nacimiento de Isabel, Cervantes se desentiende de la madre y de la
recién nacida, reconociendo a la niña cuando ya tenía 14 años y reclamándola a
través de su hermana Magdalena. Así, pues, Cervantes puso a su hija a su
servicio y le dio su segundo apellido, Saavedra, lo que Isabel nunca le perdonó
a su padre. Ello explica el tenso vínculo, que siempre lo hubo, entre padre e
hija. Quizá Cervantes actuó así por temor a que su esposa Catalina se enterase
de la existencia de esa hija. En cuanto a otro supuesto hijo de Cervantes, de existencia muy
incierta, habría nacido en Nápoles en 1575 y muy poco se sabe de él, salvo que
se llamaba Promontorio y se menciona en el capítulo VIII de su Viaje del
Parnaso junto con su madre, a la que Cervantes llamaba Silena. De este niño
por datos sueltos de diferentes documentos parece ser que alcanzó la edad
adulta y fue hombre de armas.
En los primeros días de junio de 1587, a
los dos años y medio de casado, Cervantes deja Esquivias y Madrid y se marcha a
Sevilla al conseguir un empleo de comisario real de abastos, bajo las órdenes
del comisario general Antonio de Guevara. Este comisariado consistió en
suministrar trigo y aceite y recaudar impuestos para los preparativos de la
expedición naval contra Inglaterra, decretada por Felipe II.
Recién
llegado a Andalucía, estuvo por primera vez en Écija el 20 de septiembre de
1587 con la intención de requisar todo el cereal disponible, pero el trigo ya
se encontraba en los graneros del deán del cabildo de la catedral de Sevilla.
Cuando procedió a requisar el cereal el clero hispalense lo excomulgó por vez
primera. En 1588 volvió a Écija para requisar aceite, consiguiendo sólo la
mitad de este alimento, lo cual le ocasionó la segunda excomunión. Ese mismo
año apodera a Fernando de Silva Ayala y Monroy, VI conde de Cifuentes, quien
solicita en su representación la absolución de dichas excomuniones, lo cual
consigue. Otras localidades andaluzas visitadas por Cervantes, en calidad de
comisario real de abastos, fueron Marchena, Carmona, Castro del Río, Teba, etc.
En 1594, tras la desaparición de dicho sistema de requisas, Cervantes dejó este
cargo público, aunque continuó en tierras andaluzas hasta 1597.
Durante
los años que Miguel estuvo en Sevilla, vivió fascinado por esta ciudad, lo cual
le permitió acumular un rico bagaje de experiencias, base de sus obras de
ambiente sevillano, como la comedia El
rufián dichoso o, entre las Novelas
ejemplares, El celoso extremeño, Rinconete y Cortadillo y El coloquio de los perros.
Concluida
su etapa como comisario, Cervantes es requerido para recaudar, en distintos
municipios de Andalucía (Guadix, Baza, Motril, Vélez Málaga, Ronda, etc.), dos
millones y medio de maravedíes que debían estas localidades a las arcas reales.
Tras múltiples peripecias, Cervantes depositó lo recaudado en la banca del
comerciante Simón Freire, de Sevilla, la cual quebró y Miguel no pudo entregar
los maravedíes recaudados en la Tesorería del reino. Este desaguisado llevó al
escritor manchego, en septiembre de 1597, a la Prisión Real por orden de la
Audiencia de Sevilla, obteniendo, a finales de ese mismo año, la libertad bajo
fianza. Con la salida de la cárcel acabaron los servicios de Miguel a la
Hacienda de Felipe II, aunque, según algunos estudiosos de Miguel de Cervantes,
éste no abandonó Andalucía hasta el verano de 1600, dos años después de la
muerte del Rey Prudente (13 de septiembre) en San Lorenzo de El Escorial. Tras
el fallecimiento del monarca, se erigió en Sevilla un monumento dedicado al rey
fallecido.
Durante las últimas correrías por
determinadas poblaciones del último reino de Granada, Cervantes visitó Granada
capital y, posiblemente también, la ciudad de Málaga. Pero fue Granada la urbe
que más lo cautivó, que más lo impactó, dejando posteriormente esa atracción en
al capítulo LXXII de la Segunda parte de
El ingenioso cavallero don Quijote de la Mancha. Dicho capítulo lo tituló
su autor De cómo don Quijote y Sancho
llegaron a su aldea. En este capítulo Cervantes escribió que hallándose en
la posada de su aldea, es decir, En un
lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, (Esquivias), no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo…,
tras su tercera y última visita a Barcelona y con el deseo de retirarse un año
del oficio de caballero andante después de la derrota sufrida ante el Caballero
de la Blanca Luna, se toparon con Álvaro Tarfe y con varios de sus criados en
la puerta del mesón cercano a la aldea de don Quijote. Éste al verlo le dice a
Sancho que cree haber reconocido a dicho señor, pues afirma que es el mismo que
aparece en la Segunda parte de su historia, es decir, en el Quijote apócrifo de
Avellaneda. Tras estas palabras, Sancho le responde que después, cuando se apee
del caballo, se lo preguntarán, pero el caballero recién llegado le cuestiona a
don Quijote: “¿Adónde bueno camina vuestra merced, señor gentilhombre?”. Y don
Quijote respondió: “A una aldea que está aquí cerca, de donde soy natural. Y
vuestra merced ¿dónde camina?”. Y el caballero le contestó: “Yo, señor, voy a
Granada, que es mi patria”. “¡Y buena patria!”, replicó don Quijote.
Seguidamente, éste le pregunta a dicho caballero si él es “…aquel don Álvaro
Tarfe que anda impreso en la segunda parte de la Historia de don Quijote, recién impresa y dada a la luz del mundo
por un autor moderno”, y el señor respondió: “El mismo soy…, y el tal don
Quijote, sujeto principal de tal historia, fue grandísimo amigo mío, y yo fui
el que le sacó de su tierra o, al menos, le moví a que viniese a unas justas
que se hacían en Zaragoza, adonde yo iba…”.
Ciertamente, don Quijote conocía Granada desde hacía tiempo. Y el recuerdo
de la Ciudad de la Alhambra quedó, como una gratísima impronta, en su memoria.
Este diálogo entre don Quijote y Álvaro Tarfe me anima a decir que quien
verdaderamente me conoce, desde hace más o menos tiempo,
sabe que mi vida entera amamanta y acrecienta cada día el profundo e inmenso
amor que siento por Granada, soberana de la felicidad, de claridades únicas y
apasionadas, desde que la besé por vez primera, cuando la vida de un número
significativo de personas es toda deseo y el deseo todo vida. Es esa etapa en
nuestro continuo caminar, en la cual aún llevamos el alma virgen, el corazón
rebosante de amor, anhelos y esperanza, y la mente se halla, con más o menos
tesón, con más o menos interés, en la fase primera de la escalada hacia las
cimas de las siempre abruptas sierras del conocimiento. Por cierto, nunca jamás
coronadas por el ser humano, porque nadie ha logrado alcanzar en vida la
sabiduría absoluta.
Concluyo ya incrustando en el corazón de la humanidad estas palabras,
flores de la Vega granadina y de Sierra Nevada: “El cuadro más maravilloso por
Dios creado es Un atardecer en Granada”
Un atardecer que hoy y siempre nos va a proporcionar la dicha más grandiosa
para los que amamos a Granada: “Contemplar la Alhambra mientras se viste de
luna”. Tengamos, pues, siempre presente aquellas palabras de Álvaro Tarfe y don
Quijote: “Yo, señor, voy a Granada, que es mi patria”. “¡Y buena patria!”,
replicó Don Quijote.
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