sábado, 27 de enero de 2018

AZORIN, VIVIR ES VOLVER

"Durante la guerra civil vivió en Francia, pero tras ella pudo regresar a sus origenes..."



Lola Benítez Molina  Málaga (España)

Un 8 de junio naciste, año1873, en Monóvar, Alicante. Allí se halla tu Casa-Museo para deleite de tus seguidores. Entrar en ella es sentir que uno puede viajar al pasado y que tu presencia intacta permanece. Traías el fulgor de la primavera asido a ti. Tu voz se hizo eterna, sellada en un papel, y tu recuerdo aún se venera por todos aquellos que aman las Letras. Tal vez lo hiciste como evasión o, quizá, fue tu manera más acertada de plasmar lo cotidiano y las injusticias, dotándolo de un gran impresionismo descriptivo.
      Novelista, ensayista, dramaturgo y crítico literario, tradujo al francés obras teatrales de otros autores, máximo representante de la Generación del 98.
      Si mencionamos a José Augusto Trinidad Martínez Ruiz puede que a muchos no le diga nada, pero Azorín, seudónimo empleado por él, sobrevuela en la cima de los sempiternos escritores.

      Como todo aquel que evoluciona, motivado por las circunstancias, pasó de transmitir ideas anarquistas, prueba de ello su libro “Notas sociales” (1896), a un carácter conservador. Junto a Ramiro de Maeztu y Pío Baroja compartió una gran admiración por la obra de Nietzsche.
      Gran amante de la tierra de Castilla, entre sus obras destacan: “Don Juan, Doña Inés”, “La ruta de D. Quijote”…
      Durante la Guerra Civil vivió en Francia, pero tras ella pudo regresar a sus orígenes.
      Gran innovador. Su trilogía compuesta por “La voluntad” (1902), “Antonio Azorín” (1903) y “Las confesiones de un pequeño filósofo” (1904), en las que realiza una gran reflexión personal y evoluciona hacia su estilo característico, con una gran claridad y precisión en la exposición, destaca hasta el más mínimo detalle con frases breves, concisas, y riqueza de léxico, lo que le confirió a su obra una auténtica revolución estética. Es el llamado impresionismo descriptivo, que ya mencioné.
      Se le otorgó la Gran Cruz de Isabel la Católica (1946) y la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio (1956), entre otros muchos premios.
      Poseedor de una obra prolífica como pocos, es de esas personas que consiguen que su espíritu subsista incólume, pues el hombre como tal se va, pero su esencia perdura intacta para deleite de aquellos que saben apreciar el compromiso social y el buen hacer para la posteridad. Azorín, como tantos otros, permanece, aunque no sea tangible.
      Para terminar, recordar las sabias palabras de Goethe: “Qué insensato es el hombre que deja transcurrir el tiempo estérilmente”.



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