"Por sus “obras” los reconocerás: Padura es otro “figurón de proa” del tardocastrismo"
Por Rolando D. H. Morelli
FILADELFIA.-
Inducido por la curiosidad, y no menos por la necesidad de familiarizarme con
la obra de un autor cubano, que de repente era aupado por algunas de las
editoriales que sientan rumbo en el mundo panhispánico, llegué a leer tres de
las novelas de Leonardo Padura. No podía faltar entre estas, El hombre
que amaba los perros donde el autor presuntamente se acerca, mediante
el personaje de Trotski y su asesinato en México, a temas como el exilio, el
pensamiento trotskista, etc., según nos hacen ver algunos críticos prestos a
cantar las alabanzas de un nuevo Leonardo cortado a su medida. Antes de
continuar con la crítica de Padura y las más recientes declaraciones del autor,
convendría recordar que Trotski fue un asesino del tamaño de Stalin, su
némesis, es decir, su sosías, y que el asesinato del primero por orden directa
del segundo corresponde a los ajustes de cuenta naturales entre mafiosos, de
que el comunismo ha hecho gala desde sus inicios, anteriores incluso al
implacable Lenin.
Digo
esto, porque aunque no se pueda responsabilizar a nuestro Leonardo por los
crímenes de Trotski, no hay dudas de que el narrador se inclina
“románticamente” por este personaje, cuyo imaginario ideológico proyecta
incluso como “salvador” posible de la llamada “revolución cubana”, con
obstinación ideológica insuperable. Todo esto ya de por sí merece una
dilucidación que nos ponga en la verdadera pista del sabueso Leonardo. ¿Qué
busca decirnos el narrador al elegir precisamente las figuras de Trotski y la
de su asesino, como vías para contar la muerte del primero?
Puesto
que Padura demuestra prontamente carecer de las cualidades del verdadero
investigador, es evidente que se quede en la superficie del asunto. El recurso
mismo de que se vale, del escritor que se encuentra en una playa cubana (habría
que precisar) con el asesino de Trotski, a quien llega a tratar y a conocer
bien, y con el cual curiosamente comparte el “amor” o preferencia por los
perros, ya sugiere una inclinación que, según se verá va de la mera curiosidad
al interés mórbido y a cierta complicidad. En alguna medida, Padura (o el
narrador si se prefiere) sufre de idéntico complejo que Stalin frente a
Trotski. A menos que se considere al tirano soviético un perfecto idiota, cosa
que estuvo muy lejos de ser, su obsesión con Trotski y “el trostkismo” revela
una genuina preocupación antes que una paranoia, y traiciona asimismo la
admiración que sentía por su enemigo. Después de Lenin, sólo había dos maneras
de “entender” la llamada “revolución” soviética, la vía trotskista o la vía
estalinista, ambas muy parecidas en la cuestión fundamental de conservar el
poder y solidificarlo cada vez más, a la vez que se expandía el imperio
soviético más allá incluso de las fronteras del antiguo imperio ruso, con la
argucia del “internacionalismo proletario” y demás artilugios ideológicos.
Padura se identifica con Mercader, mediante el cual conoce la historia de su crimen,
pero llega a sentir admiración por Trotski, no por la víctima, sino por el
hombre de pensamiento, y sobre todo de acción, que se le revela.
Al
final, la novela no constituye el simple relato de un asesinato o de una
confesión, tampoco la mera reconstrucción de unos hechos político-policíacos
como habría podido serlo A sangre fría, la novela de Truman Capote,
sino que viene a ser (con esa confusión tan característica de Padura) una embrollada
muestra de la cual se concluye cierta admiración por el pensamiento trotskista.
No es casual que esta novela de Padura se produzca cuando ya la llamada
revolución cubana está de capa caída hace rato, ni mucho menos que entre tantos
escritores cubanos, bien residentes en la isla o en el exilio, una editorial
española escoja la obra de Padura como “nuevo” representante de la novelística
nacional cubana. La figura de Fidel Castro fue desde el comienzo el aglutinante
(por las buenas o las malas) de todas las corrientes “revolucionarias” dentro
de “la Revolución”, pero a partir de su decadencia física y de la ocurrencia de
numerosos descalabros al exterior y al interior del poder, fenómenos como el de
la cuasi disidencia tolerada en las esferas del poder se hicieron permisibles y
hasta sirvieron para configurar una nueva apariencia de “liberalismo” al
exterior. Los casos de Mariela Castro y su “preocupación” por legitimar “el
movimiento gay cubano”, o los de Hilda Guevara, hija del “Che” hablando a
título personal en una cama de hospital donde agonizaba, o los de Hilda Hart,
de sesgo trotskista, además de no representar verdadera amenaza servían para
dar algo de color al espectro homogéneo de la “ideología revolucionaria”
castrista, que resultara atractivo cuando menos a la izquierda renuente a
renunciar a la ficción de la “revolución cubana”. Otro caso, diferente, sería
el representado por el nieto rebelde del “Che”, el novelista, rockero, pintor y
artista gráfico, Canek Sánchez Guevara, quien convenientemente murió muy joven,
(a los cuarenta años) en la ciudad de México donde vivía exiliado, de
complicaciones resultantes de una intervención quirúrgica del corazón. Sánchez
Guevara se tomó a pecho el mito de su abuelo rebelde y trató de reconciliarlo
con su propio sentido de la libertad, la democracia y el comunismo, un coctel que
demostró ser harto explosivo y le estalló en las manos. Revolucionarios
demócratas, marxistas, trotskistas y muchos otros han sufrido en las cárceles
cubanas largas condenas por hacer simple “oposición” verbal desde muy temprano
en el llamado “Proceso”, recordemos aquí, entre otros los nombres de Ariel
Hidalgo, Walterio Carbonell o Carlos Moore, este último en un exilio itinerante
que lo ha llevado por último al Brasil.
El
hecho pues, de que a estas alturas del cuento, se permitan éstas y otras
“disidencias”, no significa verdadera apertura de parte del régimen, sino mero
oportunismo político-propagandístico de cara al exterior. Padura es, pues, otro
conveniente figurón de proa del tardocastrismo, cortado a la medida del régimen
y de ciertos intereses publicitarios españoles a la búsqueda de rapiña. El
hecho de que pueda ser o no un aceptable novelista es, por tanto, secundario al
fenómeno mismo que representa el autor, y por eso mismo, antes que una lectura
literaria de su obra se hace imprescindible precisar de qué se trata. ¿Por qué
hacer de Padura precisamente una estrella, a expensas de tantos otros
escritores cubanos entre quienes se encuentran muchos disidentes residentes en
la isla? Precisamente porque las coordenadas del delirio no han de pasar por la
disidencia verdadera, sino por la domesticada de la que Padura forma parte. Él
mismo lo ha declarado numerosas veces, protestando ser un escritor a quien no
le gusta opinar sobre cuestiones políticas. Como se ve, sin embargo, este
posicionamiento del autor de marras se refiere a las cuestiones domésticas
cubanas. Nada de críticas, ni siquiera comentarios sobre la represión a “las
Damas de Blanco” o cuestiones de esta índole. Ahora bien, según dan cuenta las
noticias más recientes, el autor no tiene a menos hablar hasta por los codos,
sentando cátedra de lo que desconoce acerca del “pecado” que presuntamente
“purgamos” los norteamericanos al haber elegido al presidente Trump. Poniendo
antes el parche, Padura declara a un grupo de periodistas españoles en la
ciudad de Toledo, que “aunque (él) no puede asegurarlo, (…) Trump es presidente
porque frente a él había una candidata que era una mujer”. El pleonasmo sirve
acaso para encubrir la estulticia de semejante declaración. Donald Trump no
sólo se enfrentó a “una candidata”, que por fuerza había de ser mujer, sino a
numerosos otros candidatos “hombres”, a quienes derrotó. Al estalinista Bernie
Sanders, no tuvo que enfrentarse, gracias a que “la candidata mujer” consiguió
con artimañas y trapacerías ningunearlo y excluirlo dentro de su propio
partido. Fue gracias a que Hillary Clinton no consiguió hacerse con la
presidencia de la nación, precisamente, que han podido salir a relucir una
serie en cadenas de hechos conspirativos y de abusos de poder de los que la propia
candidata y sus colaboradores son protagonistas, y por los cuales lleguen acaso
a resultar inculpados. Por lo demás, con la presidencia de Trump la economía y
la política exterior del país han repuntado de manera tangible y en beneficio
de la nación.
Por
otra parte la afirmación de Padura en el sentido de que “en (los) Estados
Unidos (resulte) más fácil elegir a un presidente negro antes que una
presidenta mujer” revela otro prejuicio camuflado del narrador cubano. Como
Padura es hombre de pensamiento muy simplista, él mismo atribuye este aserto
suyo al hecho de que la norteamericana “es una sociedad muy complicada”. Con
más acierto pudo haber dicho “una sociedad muy compleja”. De ahí, a declarar
que la derrota de Hillary se debió al hecho de ser mujer, cuando un número
cualitativo del voto femenino facilitó el camino a la Casa Blanca del
presidente Trump, es simplemente sintomático del conocimiento que de la
sociedad americana y de la política en general posee nuestro Leonardo. Al ex
presidente Obama, por su parte, y a su política de acercamiento a la tiranía
castrista atribuye Padura, por otra parte, todo género de halagos, en
contraposición a los denuestos merecidos por el presidente Trump, quien ha
debido enfrentarse a las agresiones acústicas perpetradas o toleradas en La
Habana contra diplomáticos norteamericanos y canadienses, y que sólo parecerían
explicarse por el interés reiteradamente demostrado por el castrismo de impedir
cualquier acercamiento entre los Estados Unidos y Cuba, que constituiría su
mayor y decisivo desafío. ¿A qué otra cosa podría dedicarse el régimen cubano,
de cesar el gran pretexto del antagonismo entre “Cuba” y los Estados Unidos?
Padura,
que siempre se ha mostrado reacio a pronunciarse respecto a los abusos a los
derechos humanos en Cuba bajo la tiranía castrista, la misma que le permite
viajar a él al exterior y residir en el país cuando así lo desea, en tanto
niega a otros nacionales dicho “privilegio”, alaba a un grupo de cubanos en el
exilio miamense, que dicho sea de paso, en muchos casos no se consideran tal,
aunque de hecho lo son, por causa de la que el autor estima mayor tolerancia de
estos frente a la hostilidad de “esos” otros que, Padura dixit,
“ha(n) quedado para (ser) una clase política para la que la mala relación con
Cuba es parte de su trabajo y es parte también de su negocio”. Lo que tales
declaraciones reflejan, constituyen el típico ejemplo de la propaganda
encargada por el comunismo a sus agentes de interés de siempre. Según ella, los
cubanos que rechazamos el reconocimiento y la complicidad con la tiranía, somos
vividores que chupamos de una ostra inagotable: las malas relaciones entre los
dos países. Por otra parte, los que aquí han venido, en muchos casos con la
encomienda expresa del régimen de constituirse en caballo de Troya o en quinta
columna del castrismo, esos sí son verdaderos patriotas cubanos, incluso
súbitos burgueses emprendedores, interesados en que “las cosas se arreglen” y
podamos llegar a un entendimiento entre los Estados Unidos y el régimen
de la isla. Padura tiene una manera muy suya de encarnar eso que Orwell
llamó acertadamente el “double speak”, o doble lenguaje.
Matándolas calladito, o a la chita donde dije que no dije, dije lo que dije y
no se dieron cuenta, Padura se nos vende de novelista, y la propaganda
editorial en coordinación con la del régimen lo proclama “novelista
imprescindible” cuando en realidad la verdad es mucho más simple que todo eso.
Rolando
D. H. Morelli, Ph.D., docente, narrador, poeta y ensayista cubano exiliado. Ha
sido profesor universitario en prestigiosas universidades norteamericanas.
Pertenece al Pen Club de escritores. Co-fundador y director de las Ediciones La
gota de agua. Reside en Filadelfia. Es miembro de la Junta Directiva de CubaNet
Noticias.
EXCELENTE COMENTARIO DE MI COLEGAMIGO MORELLI, QUIEN SIN CONOCER DIRECTAMENTE A ESTE OFICIALISTA ESCRITOR, LO RETRATA. FELICIDADES, ROLANDO.
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