"De La Habana llegaría a decir que sentía necesidad de ella, que era tan necesaria como puede ser la palabra..."
Lola Benítez Molina Málaga (España)
María Zambrano, filósofa, pensadora,
ensayista y poeta española nacida en Vélez Málaga (1904), y alumna de Ortega y
Gasset, se vio obligada a vivir en el exilio. Casi medio siglo después diría a
su regreso: “Yo no concibo mi vida sin el exilio que he vivido”. En su andadura conoció diferentes países de
Sudamérica, pero sería La Habana una de esas ciudades que dejó una huella
imborrable en ella. Quien conoció Cuba en aquella época de esplendor la lleva
grabada en lo más hondo de su ser no sólo por su inigualable belleza, sino por
la calidez de sus gentes. Aquél que se vio obligado a dejarla sabe que la vida
no sigue igual, que un pedacito de su alma se quedó allá. Sin embargo, son
personas admirables que, desde la distancia, la han defendido a ultranza con
honor y gallardía. Cuando uno poseyó la belleza entre sus manos, tuvo profundas
raíces arraigadas en lo más recóndito de su esencia. Esa sensación es eterna e
irá inherente a su ser.
María
Zambrano dejó sus raíces en España, pero sus frutos geniales y enriquecedores
adquirieron la magnificencia de lo eterno, pues los convirtió en imperecederos
al comprobar la divinidad de aquellas tierras que la acogieron. De La Habana
llegaría a decir que sentía necesidad de ella, que era tan necesaria como lo
puede ser la palabra. Fueron años muy intensos para ella, en los que se
relacionó con jóvenes intelectuales, escritores y poetas de la isla y otros
españoles. Uno de ellos fue Juan Ramón Jiménez.
María escribe artículos y da
conferencias. En ese preciso momento, Cuba ocupaba un lugar destacado en la
vida cultural americana y caribeña. Eran años de resurgir económico. Fue
precisamente en La Habana, ciudad en la que residió desde 1948 a 1953, donde
conoció a José Lezama Lima, poeta, novelista, cuentista y ensayista cubano, uno
de los autores más importantes de su país. Antes pasaría por ciudades como
París y Nueva York. En México conoció a Octavio Paz y León Felipe. Previamente,
a su exilio entabló amistad con los miembros de la “Generación del 27”: Luis
Cernuda, Emilio Prados, Miguel Hernández, Jorge Guillén… Y en las filas de los
que huían coincidió varios kilómetros con Antonio Machado.
Entre sus libros destacan:
“Filosofía y poesía”, “El hombre y lo divino” y “La tumba de Antígona”. María
intentaba ahondar en la relación entre filosofía y poesía en un intento de comprender
al mundo, tras sucumbir ante ese exilio al que se vio abocada.
De su notable admiración por
Ortega y Gasset llegaría a decir: “Bajo la hermosa distinción entre ideas y
creencias de Ortega y Gasset descubrí la esperanza”. Y sobre el oficio de escribir expresará que:
“es defender la soledad en que se está; es una acción que sólo brota de un
aislamiento comunicable, en que, precisamente, por la lejanía de toda cosa
concreta se hace posible un descubrimiento de relaciones entre ellas”.
En 1981 se le otorga el Premio Príncipe de Asturias y en 1988 su
reconocimiento se hace notorio al concederle el Premio Miguel de Cervantes de
Literatura.
Indiscutiblemente, su exilio, con el desgarro emocional que ello supone,
y su estancia en La Habana, que la hizo resurgir, contribuyeron a sus altos
reconocimientos, y que aún hoy se la recuerde con fervor.
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