"Amigos y enemigos lo señalaban como el mas cruel y sanguinario de la familia..."
Por Pedro Corzo.
Los cubanos tienen mucho en su historia
nacional para sentirse orgullosos, pero realmente es una vergüenza, a pesar de
los grandes sacrificios de un sector de la nación, que una misma
generación haya padecido la muerte en la cama de un dictador al que poco le
faltó para arribar a las cinco décadas en el mando, y seguidamente presenciar
la jubilación de su sucesor dinástico.
Cuentan que Raúl Castro, dictador
designado por el Faraón, su hermano, y acatado por la corte, dejó el
poder nominal el 19 de abril, coincidencia o soberbia, pero en esa fecha se
cumple el aniversario número 57 del fin de los combates que protagonizó la
heroica Brigada Expedicionaria 2506 en Playa Girón, demostrándose una vez mas
que no siempre triunfan las causas justas.
Raúl, a lado de su hermano era una
especie de patito feo. Fue la sombra más fiel de Fidel. El verdadero interprete
y hacedor de los pensamientos del caudillo. El acusador en los procesos más
relevantes del castrismo como fueron los casos de Huber Matos, la
Micro-fracción y el caso Ochoa-La Guardia y la defenestración de dirigentes que
en su opinión podían descarrilar el régimen.
Tan antipático que todos lo escogieron
como el malo de la tragedia cubana. Amigos y enemigos, lo señalaban como el más
cruel y sanguinario de la familia. Hasta sectores de la propia oposición
afirmaban que era el único comunista convencido, que su meta, junto a Ernesto
Guevara, era entregar el país a los soviéticos, repetían, 1959, que Fidel
estaba sometido a su maligna influencia, que era su víctima, una ficción, ambos
formaron una yunta que victimizó al pueblo cubano hasta conducir la nación al
desastre que la embarga hace décadas.
Un sujeto
completamente subordinado a su hermano, como cuenta José Pardo Llada en uno de
sus libros. Un individuo discreto, convencido de hacer lo necesario para que la
“colonia” este bajo control. Nada ingenioso, incapaz de seducir a su
interlocutor, pero si un eficiente burócrata, suficientemente
hábil para asumir la responsabilidad de conducir al país al pos
totalitarismo bajo la egida de la voluntad de su clan.
Pero con independencia de lo que
depare el futuro es indiscutible que en el transito del totalitarismo
carismático, personificado por Fidel Castro, al burocrático encarnado por
Raúl, no se produjeron cambios importantes, solo se
modificó lo que fuera imprescindible para que todo siguiera igual.
No se produjo una
sola medida sustancialmente innovadora al interior del país, sin
embargo, hacia el exterior, si hubo cambios importantes como fue la disminución
de la injerencia castrista en política internacional y
el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Estados Unidos,
aspectos que en alguna medida los moncadistas y la familia real
castrista, al parecer, consideraron necesarios para fortalecer el
blindaje de la dictadura.
La era
épica, la lírica revolucionaria, la personificó Fidel Castro. Inventó para su
provecho una falsa epopeya en la Sierra Maestra, mientras, proyectaba un
proceso basado engañosamente en una equidad social estrechamente asociada
a la soberanía popular. Castro interpretó a cabalidad el fraudulento rol
de hombre justo, produjo para sí mismo una fantasía de caballero
andante que muchos, a pesar de las fallas de la producción, la aceptaron y
defendieron fanáticamente.
Con más
suerte que verdades y justicia, Fidel y Raúl montaron una pieza teatral delante
de un escenario de muerte y represión. Promovieron y defendieron su utopía a
sangre y fuego, a pesar de la certeza de que su propuesta se sostenía sobre una
fina y a la vez ruda carpintería que exigía de sus artífices una crueldad
extrema para no desmoronarse.
Ambos
hermanos construyeron con la asistencia de numerosos sicarios un andamiaje de
cuyo funcionamiento se encargó Raúl. Su responsabilidad primera era
conocer y manejar el mecanismo con precisión para el día que el
caudillo tropezara con su mortalidad, asumir el papel de maquinista
principal.
El día llegó
y el fiscal de mayor confianza del proyecto, el verdugo preferido
del Faraón, agarró el timón, sus años de autoridad suprema demostraron que
aunque distinto a Fidel, tenía el mismo compromiso de que el régimen
sobreviviera. Cumplió su cometido, procura que la maquinaria siga funcionando
en la confianza de que el siervo elegido sea absolutamente fiel a su clan.
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