"La diferencia entre los Castro y Diaz-Canel es que el segundo jamas será el dueño de todos los poderes..."
Por
Luis Leonel León.
Mientras su sistema se mantenga, la
familia Castro no precisa estar en el centro del plató: seguirá gobernando como
intocable y temible régisseur. Esta es la esencia del neocastrismo, de la
posmonarquía que acaban de instituir
En el comunismo no se elige, se hereda el poder como
mismo han de cumplirse las órdenes del dictador de turno, ya sea por miedo,
adoctrinamiento o contubernio. De lo contrario no hablaríamos de totalitarismo.
Y en el caso de Cuba, como le gusta recordar a mi colega Pedro Corzo, impera el
más perfecto de los totalitarismos: el marxismo. Seis décadas afectando no sólo
a los cubanos.
La más antigua, desvergonzada y deprimente dictadura de
la región, estrenó con Miguel Díaz-Canel el sainete de la sucesión dinástica,
publicitada por Raúl Castro y apoyada por la jefa de la diplomacia europea,
Federica Mogherini, bajo la consigna de que “Cuba es una democracia de partido
único”. Etiqueta tan falsa como criminal, construida para garantizar la
continuidad del comunismo caribeño. El segundo Castro hizo casi lo mismo que
hiciera con él su hermano mayor, Fidel Castro, cuando obligado por el deterioro
de su salud le nombró de un dedazo como nuevo “presidente”.
La diferencia entre los Castro y Díaz-Canel es que el
segundo jamás será el dueño de todos los poderes, por un pequeño gran detalle:
no se apellida Castro. Lo cual le obliga a ser, en buena medida, un títere de
la funesta familia, aún comandada desde la sombra por el dictador en jefe, Raúl
Castro, y regentada por los jóvenes Castro, globalizados y posmodernos,
apuntalados desde hace rato al frente de los más poderosos organismos y las
empresas más ventajosas del país, desde donde les conviene seguir administrando
tranquilamente esa finca nacional que es Cuba, hoy en una fase superior, cada
vez más lubricada y desvergonzada, del capitalismo de Estado.
Ya no hace falta, ni es oportuno en estos tiempos,
designar “presidente” a uno de los herederos sanguíneos de la corona para que
no caiga el imperio Castro. ¿Cuánto puede cambiar, o poner en peligro, la
aceitada maquinaria del camuflado capitalismo de Estado que impera en la isla
desde hace tantas décadas? ¿Se necesita un Castro en la presidencia para
mantener o perfeccionar el castrismo? Mientras su sistema se mantenga, la
familia Castro no precisa estar en el centro del plató: seguirá gobernando como
intocable y temible régisseur. Esta es la esencia del neocastrismo,
de la posmonarquía que acaban de instituir, y que el mundo aplaude con vanas
esperanzas, palmas o silencios.
La nueva figura o figurín del castrismo no actuará jamás
como árbitro y defensor de las libertades y derechos de la gente, sino como
juez y parte del macabro juego totalitario que no se basa en otras reglas que
en prohibiciones y carnadas, en falsas ilusiones y en migas para la obediencia.
Y donde a los de a pie les es imposible crear riquezas, tan sólo malvivir de la
igualitaria repartición de miserias económicas y espirituales lanzadas al cubo
de cangrejos de una sociedad gravemente enferma. En el mantenimiento de esta
ecuación ruinosa radica la riqueza del régimen.
La cúpula, como siempre, se ha repartido fríamente una
nación cada vez más destrozada, maniatada, formalmente adoctrinada y
esclavizada por la familia Castro, y por sus cómplices, como Díaz-Canel, lacayo
en jefe del zarismo neomarxista. La triste realidad es que los cubanos llevan
más de seis décadas sin poder elegir a un presidente, ni elegir nada que no sea
entre una y otra imposición, una y otra farsa. Lo espantoso, en tiempos de
democracia, es que la democracia como herramienta, incluidas sus elecciones, es
insuficiente en una dictadura.
Venezuela lo demuestra cada año con su récord de
elecciones en las que el castrochavismo (versión venezolana del castrismo) ha
ganado a la corta o a la larga. No vernos los cubanos en ese espejo terrible es
un acto de inocencia, fanatismo, desenfreno o confabulación.
Si en Cuba, al igual que en la intervenida Venezuela, no
se desencadena una verdadera y urgente intervención humanitaria contra la
dictadura, los ciudadanos seguirán sufriendo, escapando los que puedan, y
muriendo, en lo que llega el cambio ilusorio por la vía democrática. Los
llamados socialismos del siglo XXI han confirmado que la vía democrática es su
entrada al poder, pero no su salida.
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