"Esto seria, como diria el propio Marx, un ajuste de cuentas"
El pasado 5 de
mayo se conmemoró el bicentenario del natalicio de Karl Marx, una celebración
extrañamente global. Su pensamiento ostenta la hegemonía en Latinoamérica desde
el Río Bravo hasta la Tierra del Fuego y lo más sorprendente es que su ascenso
coincide con el derrumbe del socialismo real como movimiento político e
ideológico en Europa.
Sería extraordinariamente
arduo y probablemente imposible hacer una lista país por país de todos los
partidos políticos, sindicatos, movimientos sociales y otras organizaciones,
incluso guerrilleras, cuya base ideológica es el marxismo, en sus incontables
variantes: castristas, guevaristas, sandinistas, camilistas, senderistas,
maoístas, trotskistas, estalinistas, leninistas, socialdemócratas en general.
Numerosos
gobiernos son de esa tendencia: Cuba, Nicaragua, El Salvador, Bolivia, Ecuador,
Uruguay, Venezuela, alternativamente Chile, Perú; son oposición principal en
México, Colombia, Honduras y en todos los demás países, desde la minúscula
Grenada hasta el gigantesco Brasil, tienen influencia determinante.
Si hubiera un
debate ideológico realmente importante para el siglo XXI en Latinoamérica éste
tendría que librarse contra el marxismo, que acapara el ámbito de la cultura y
el lenguaje, no sólo en universidades y espacios académicos sino en los medios
de comunicación impresos y audiovisuales, en novelas, poemas, canciones,
películas, teatro, en fin, todas las artes.
Esta situación es
producto de la actividad consciente y deliberada de los intelectuales
comunistas y aliados que han luchado tenazmente por conquistar esa hegemonía
cultural como paso previo a la conquista del poder político, inspirados en la
concepción estratégica de Antonio Gramsci.
Así que es
conveniente identificar algunos de los tópicos del marxismo que hoy pasan como
moneda corriente en el lenguaje cotidiano como si fueran verdades indiscutibles,
para intentar una crítica sistemática, lo que exige algunos capítulos
sucesivos.
Esto sería, como
diría el propio Marx, “un ajuste de cuentas” con el marxismo cotidiano que nos
ha acompañado toda la vida, desde que tenemos uso de razón y entramos en el
mundo del lenguaje y la comunicación en el ámbito latinoamericano o
hispanohablante, que trasciende los límites de este subcontinente.
CLASISMO Y
RACISMO.
Racismo y clasismo
no son lo mismo, uno pone su fe en la potencia impulsora de la Naturaleza, el otro
en la Historia; ambos diluyen al individuo realmente existente en categorías
generales y abstractas, sea la raza o la clase, que en realidad no existen.
La sociedad no se
divide en clases, como proclama Marx en su Manifiesto Comunista, ni tampoco en
razas y hay algo inhumano en pretenderlo; pero mientras el racismo es
repudiado, al menos en público, y las supuestas ciencias raciales rebajadas a
la categoría de pseudociencias, no ocurre lo mismo con el clasismo, que
ventilan con orgullo quienes lo profesan y no ha sido proscrito en ninguna
parte aunque es tanto o más destructivo.
La observación de
clases en los estudios sociales, como ocurre en la aún más ostensible
observación de razas, es un típico ejemplo de hipostatización, esto es, la
proyección en la realidad de ideas preconcebidas.
Marx puede
disculparse alegando que no descubrió la división de la sociedad en clases, ni
siquiera el hecho de que lucharan entre sí; el descubrimiento que se arroga es
que esta lucha culminaría con el triunfo definitivo del proletariado, el
establecimiento de su dictadura y el fin de la sociedad de clases, algo que no
pocos interpretan como el Fin de la Historia.
Si el motor que
mueve el desenvolvimiento de la sociedad por las diversas etapas de su
desarrollo es la lucha de clases, no se ve cómo podría ésta moverse una vez
abolidas las clases y el Estado se haya extinguido para ser sustituido por una
suerte de administrador de los bienes comunes de toda la humanidad. El
resultado sería de un fatal estancamiento.
Pero las
inconsistencias de esta concepción de la sociedad, la haya o no inventado Marx,
son muy anteriores al triunfo del proletariado y la autoabolición de su razón
de ser, lo cual es de por sí contradictorio, y se encuentran en su definición
misma, de qué sea una clase social, cómo se entra en ella, si se puede salir y
las características que se le atribuyen.
No en balde Marx
nunca hizo una teoría de las clases sociales sino que las dio por descontadas
esbozando generalidades como ser propietario o no de medios de producción y
vivir del trabajo propio o ajeno.
No se sabe cómo se
ingresa en una clase social, que no debe ser sólo en virtud de un contrato de
trabajo, que le daría un carácter estrictamente jurídico a la condición de
clase y podría romperse con el contrato mismo, ni otorgaría las características
intrínsecas atribuidas a la condición de clase del trabajador asalariado, como
la conciencia de clase, por ejemplo.
Tampoco puede ser
por matrimonio o nacimiento, vínculos jurídico y natural, aunque la condición
de “proletario” abarca al trabajador asalariado y a su familia, de hecho, el
mismo adjetivo es desafortunado porque habrá trabajadores solteros, sin hijos,
así que la prole no tiene ningún carácter definidor, como el no tener nada que
perder “salvo las cadenas” no es otra cosa que una metáfora exagerada.
En Venezuela la
condición de “obrero” no cambia aunque quien la tiene sea parlamentario,
canciller o presidente de la república, de manera que no tiene nada que ver con
las relaciones de producción ni con el hecho de devengar un “salario”
sino que es inmanente a la persona, como la raza.
“El nivel mínimo
de salario, y el único necesario, es lo requerido para mantener al obrero
durante el trabajo y para que él pueda alimentar a su familia y no se extinga
la raza de los obreros”, dice Marx en los Manuscritos Económico-filosóficos de
1844.
Los seres humanos
no se dejan clasificar pasivamente, no son elementos químicos o físicos
inconscientes, sino que pueden darse cuenta de donde los han puesto y tratar de
cambiar esa posición, no solo en sentido positivo, de superación, sino al
contrario: la mayoría de los adalides del proletariado son en realidad nobles,
“buenos burgueses”, profesionales universitarios, que no se sabe el porqué
traicionarían a su clase de origen.
Ningún partido
comunista es ni ha sido nunca “obrero” más allá de la autodefinición
programática, no son partidos de clase, ni la clase organizada en partido.
Lo más chocante de
esta teoría es la consideración de las clases como potencias históricas,
antropomórficas, con voluntad, consciencia e intereses propios, diferentes y
superiores a cualquiera de los de sus miembros individualmente considerados.
Esta sola observación convierte esta teoría en una mistificación, en una
creencia en fuerzas incontrolables que trascienden la capacidad de los hombres
y son independientes de su voluntad, propósitos e intenciones.
Quizás en el siglo
XX fue una oposición plausible a las teorías racistas del nacional socialismo
que les disputaban el terreno político e ideológico; pero aunque el PSD Alemán
repudió la lucha de clases como táctica política desde sus primeras décadas, al
contrario, los PC aún la siguen utilizando y ciertos PSD de Latinoamérica echan
mano de ella con deliberado oportunismo político.
La Carta de la ONU
en sus artículos 1-3; 13 b); 55 c) y 76 c) consagra los Derechos Humanos y
Libertades Fundamentales de todos, sin distinciones de raza, sexo, idioma y
religión, sin mencionar la clase o condición social. Esto se explicaría porque al
menos dos potencias de su Consejo de Seguridad se organizaban a partir de una
concepción clasista; pero ahora que la URSS desapareció y China abandonó la
dictadura del proletariado, sería su oportunidad de ponerse al día con la
Humanidad.
Considerando que
la teoría de clases es filosóficamente inconsistente, lógicamente falsa,
políticamente manipuladora, históricamente destructiva y moralmente repugnante,
debería ser también jurídicamente punible.
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