"Las pasadas elecciones en Brasil generaron posiblemente mas expectación en el hemisferio que ninguna otra, incluyendo las recientes de Mexico y Colombia..."
Hace una
veintena de años se inauguró en Venezuela el primero de los regímenes populista
inspirados en el marxismo cesariano. Cuba queda fuera de esa
ecuación, el castrismo siempre se caracterizó por aplicar los procedimientos
más extremos del estalinismo.
Hugo
Chávez, un centurión de las huestes desestabilizadoras de Fidel Castro, fue el
punto de partida de una fórmula política en la que se fundían el crimen
organizado con elementales propuestas ideológicas en el único objetivo de un
apresurado enriquecimiento ilícito a la vez que asumían el poder político con
todo lo que deriva de esa condición.
Estos individuos no son políticos, son
forajidos que usan la política para conquistar el poder y contar con impunidad
para sus múltiples depredaciones y abusos. Cualquier ideología para sus
propósitos es útil, en definitiva no se adhieran a ninguna y en su gestión
aplican recetas del fascismo como del marxismo ultra ortodoxo.
En esa mescolanza los Castro fueron los
pioneros en América Latina. Vincularon el nacionalismo más extremo con la lucha
de clase sosteniendo todo ese entramado sobre un control absoluto de la gestión
económica y la práctica de un expansionismo político militar similar
al de una nación imperialista de principios del siglo XX.
Como
consecuencia de la elección de Hugo Chávez en Venezuela, en las que el
totalitarismo cubano jugó un rol importante, los comicios en
cualquier país del hemisferio generan muchas expectativas porque los
resultados, cualesquiera que sean, tienden a repercutir con intensidad variable
en toda la región debido a la asociación existente entre los grupos emergentes
del poder y los establecidos.
Las
pasadas elecciones en Brasil generaron posiblemente más expectación en el
hemisferio que ninguna otra, incluyendo las recientes de México y Colombia,
porque es evidente que la victoria de Luis Inacio “Lula” da Silva en el 2002,
favoreció radicalmente el proyecto expansionista del
castrochavismo, porque el líder del Partido de los Trabajadores,
actualmente en prisión por corrupto, aunque nunca confesó públicamente formar
parte de ese embrollo, fue un promotor fundamental de las propuestas
antidemocráticas porque había fundado junto a los Castro el Foro de
Sao Paulo, poniendo, cuando llegó a la presidencia de Brasil, toda
su influencia al servicio de la agenda autocrática que
habían acordado.
La
decisión del pueblo brasileño de elegir un dirigente político radicalmente
opuesto a sus preferencias de los últimos 16 años, obliga a preguntarse si es
consecuencia que el electorado de ese país se ha volteado ideológicamente o a
qué la personalidad del presidente electo, Jair Bolsonaro, fue el
factor que determinó la derrota del Partido de los Trabajadores.
Si el
pensamiento de la mayoría del pueblo brasileño cambió, sería un indicativo de
que la población ha decidido rechazar a los iluminados que arropados en
propuestas de justicia y equidad social procuran acceder al poder para imponer
gobiernos antidemocráticos, además, de que podría mostrar que los
latinoamericanos están en el rumbo de repudiar a los políticos que imitan a las
sirenas con falsas promesas de redención.
En
cambio, si el resultado electoral fue fruto de que una personalidad primó sobre
otra, las perspectivas de que el electorado se haya concientizado serían nulas,
y en consecuencia, es de suponer persistirán las condiciones para que nuevos
encantadores hagan de las suyas.
Sin
embargo un tercer factor a tener en cuenta en el caso particular de Brasil son
los gigantescos escándalos de corrupción en los que se ha visto envuelto el PT
y su líder emblemático “Lula” da Silva. La corrupción de quienes se
ofrecieron como los salvadores de los pobres puede haber sido la chispa que
incineró, al menos de inmediato, las posibilidades de esa agrupación
izquierdista de regresar al gobierno.
Pero con
independencia de qué motivó la derrota del PT, es de esperar que el peso
específico de Brasil en la política latinoamericana, si Bolsonaro asume el
liderazgo que le corresponde, podría destruir en gran medida la
influencia y el poder que resta del populismo marxista que Lula
promovió con éxito, prestando así un flaco servicio a la democracia en América
Latina.
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