"El castrismo siempre ambicionó imperar en Venezuela, sentimiento que tal vez fue espoleado por el rechazo del insigne Romulo Betancourt..."
Por
Pedro Corzo.
Este enero Cuba y Venezuela conmemoran
aniversarios de sus respectivas revoluciones, dos procesos políticos
prácticamente simultáneos, solo un año de diferencia, pero
totalmente opuestos en espíritu y obra.
El proceso revolucionario venezolano,
contrario al cubano, derivó en una democracia plural, de libre
mercado y amplia competitividad, mientras la cubana, al transmutarse a
castrismo, sirvió para el establecimiento de un férreo régimen totalitario en
el que todos los derechos y libertades desaparecieron en el altar de la
intolerancia y la represión.
En la república sudamericana se
realizaron elecciones democráticas a la mayor brevedad, no se entronizó ningún
caudillo y se desarrolló una fuerte competencia en el liderazgo político que a
pesar de los inconvenientes e irregularidades su resultado final
favorecía el fortalecimiento de los derechos ciudadanos.
En Cuba, de inmediato se apreciaron
síntomas de autoritarismo, un caciquismo que culminó en un totalitarismo
aberrante y retardatario. Mientras en Venezuela se organizaban partidos
políticos y la oposición actuaba libremente, en la Isla eran prohibidos y a la
oposición no le quedaba otra alternativa que la clandestinidad.
El castrismo siempre ambicionó imperar
en Venezuela, sentimiento que tal vez fue espoleado por el rechazo del insigne
Rómulo Betancourt a las pretensiones imperiales de Fidel cuando éste visitó
Caracas a menos de un mes de su llegada a la capital cubana. Rómulo resistió
todas las pretensiones castrista, una ofensa que el verdugo de Birán no podía
soportar por lo que se aprestó a organizar conspiraciones y guerrillas contra
el dirigente democrático venezolano.
En su intento por torcer el rumbo del
proceso venezolano Castro auspició durante años con armas y recursos,
diferentes facciones subversivas. Varios oficiales del
régimen, entre ellos los generales Arnaldo Ochoa y Raúl
Menéndez Tomasevich desembarcaron en las costas venezolanas, siendo derrotados
por las fuerzas armadas nacionales y su policía política, en la que colaboraron
cubanos como Luis Posada Carriles.
Al fracasar la estrategia de la
subversión directa recurrieron a la infiltración política e
ideológica en distintos sectores de la sociedad, fundamentalmente
los vinculados al arte y a los medios de comunicación, una influencia que se
apreciaba por los argumentos que argüían sus representantes cuando
les eran solicitadas las instalaciones para realizar actividades contrarias al
castrismo, también, durante visitas a periódicos y canales de televisión para
denunciar lo que ocurría en Cuba las respuestas eran similares, una
experiencia compartida con la doctora Silvia Meso de Corcho en más de una
ocasión.
Los topos
del castrismo en Venezuela tal vez habían perdido la esperanza de imponer el
modelo fracasado del castrismo cuando Hugo Chávez propició su
derrotado golpe de estado, situación que revirtieron al convertir
al frustrado golpista en candidato a la presidencia.
Lamentablemente el ejemplo de
Cuba no surtió efecto en un número importante de venezolanos porque a los topos
del castrismo y a los partidarios de los experimentos sociales, se sumaron
sectores de claras credenciales democráticas que insatisfechos por los errores
de los diferentes gobiernos apoyaron al golpista en sus
pretensiones, otros por motivos bastardos como la envidia y los
resentimientos respaldaron a Chávez y sus partidarios con la idea de que en las
aguas revueltas de la política tendrían mejor pesca que en una democracia
imperfecta, además, del número importante de ciudadanos,
incluidos periodistas y representantes de algunos de los segmentos
más favorecidos de la sociedad qué se enceguecieron con la propuesta de un
mundo mejor cuando en realidad eran conducidos a la miseria extrema y a la
pérdida de sus derechos ciudadanos.
La pura
verdad es que el castrismo
siempre ambicionó imperar en Venezuela, conquista que logró gracias a la
sumisión de los traidores Hugo Chávez y Nicolás
Maduro. Fidel nunca olvidó el desaire de Rómulo Betancourt, que
rechazó todas sus pretensiones, pero que desgraciadamente para el pueblo
venezolano, Chávez y Maduro aceptaron con ciega devoción al extremo que el mar
de la felicidad del castrismo, prometido por el oficial golpista, ha sumergido
al país en la miseria extrema, en una corrupción avasalladora y en una
descomposición de las fuerzas sociales que amenazan con destruir la nación, tal
y como está ocurriendo en Cuba, sometida a una profunda crisis de
identidad.
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