"Católicos y referendo constitucional. Los valores no negociables..."
Diócesis de Santa Clara
Comienzo
diciendo que no escribo corto, le ruego paciencia.
Todos los cubanos estamos citados a las urnas para el próximo 24 de febrero a un
referendo constitucional. Esta es una experiencia que las generaciones que
tenemos de 40 años hacia abajo no conocemos. No está de más recalcar la
importancia y gravedad de este asunto, que determina los destinos de cualquier
nación.
Quiero
comenzar aclarando que en este artículo, aunque diré cosas que son postura
oficial de la Iglesia sobre algunos temas, me expreso a título personal, como
ciudadano cubano, que además es cristiano y sacerdote. Ej erzo el derecho de
libre expresión que me asiste.
Sobre el
derecho a votar sabemos que hay tres posturas posibles en este caso. Sí, No y
Abstención. Los medios oficiales de comunicación del país llevan a cabo una
fuerte campaña por el Sí. Lo que no puedo aceptar es que se presente esa como
la única posibilidad de voto para quienes amamos sinceramente la patria y
queremos su bien y soberanía, y al mismo tiempo pensamos distinto. El solo
hecho de ir a votar ya es un acto cívico y patriótico. Debería haber en los
medios oficiales solo un llamado a ejercer el derecho que todos tenemos de
decidir conscientemente. Además, tengo entendido que las leyes electorales
actuales no permiten hacer campaña por ninguna opción desde posturas oficiales.
Otros
medios alternativos y grupos en las redes sociales hacen campaña por el No, y
lo hacen con igual derecho. Otros proponen la abstención. Personalmente creo
que la abstención no es una opción viable. Ojo, que no digo errónea. Quien s e
abstenga, siguiendo su conciencia y principios, pensando que el votar en este
caso legitima un sistema que cree desacertado, actúa rectamente. También quien
vote por el no. Pienso que la abstención no es viable por el hecho de que en
una cuestión tan grave valen más los resultados bien decantados, dados los
tiempos que corren.
Sobre
este asunto los obispos cubanos nos han dicho en su carta del pasado 24 de
octubre "queremos invitar a todos nuestros compatriotas a optar por una
participación consciente y responsable".
¿Qué
implica participar de forma consciente y responsable? Esa es la pregunta clave.
Creo que implica saber que hay ciertos valores fundamentales, que ocupan
lugares privilegiados de la escala y que un católico no debería nunca
negociarlos por otros.
El papa
Benedicto XVI, en su exhortación apostólica post-sinodal Sacramentum Caritatis,
punto 83, nos dice respecto de eso: "Es importante notar lo que los Padres
sinodales han denominado coherencia eucar ística, a la cual está llamada
objetivamente nuestra vida. En efecto, el culto agradable a Dios nunca es un
acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales: al
contrario, exige el testimonio público de la propia fe. Obviamente, esto vale
para todos los bautizados, pero tiene una importancia particular para quienes,
por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre:
Los valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana,
desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio
entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del
bien común en todas sus formas. Estos valores no son negociables".
Podemos
hablar de valores no negociables porque hay una jerarquía de valores. Por
ejemplo, el valor de una vida humana es mayor que el de una vida animal. Por lo
tanto, en cierto sentido, el valor de una vida animal es
"negociable"; cede ante otros valores superiore s.
Las posturas políticas tienen autonomía, eso no se puede negar, y la Iglesia
Católica reconoce no tener soluciones y respuestas concretas para todos los
problemas políticos que enfrentan las sociedades humanas. Por ejemplo, no es
competencia de la Iglesia decir si se debe o no cambiar una ley electoral, o
aumentar o disminuir el número de diputados de un parlamento, o cambiar los
estatutos de una empresa. En este terreno tienen la palabra los partidos y las
ideologías políticas.
En
cambio, hay cuestiones políticas que no son opinables para los fieles
católicos. El Magisterio de la Iglesia ha enseñado constantemente esta
doctrina. Véase por ejemplo el número 570 del Compendio de la Doctrina Social
de la Iglesia: "Cuando en ámbitos y realidades que remiten a exigencias
éticas fundamentales se proponen o se toman decisiones legislativas y políticas
contrarias a los principios y valores cristianos, el Magisterio enseña que «la
conciencia cristiana bien formada no permit e a nadie favorecer con el propio
voto la realización de un programa político o la aprobación de una ley
particular que contengan propuestas alternativas o contrarias a los contenidos
fundamentales de la fe y la moral»."
Cuando se
dice "valores no negociables", el adjetivo "no negociables"
expresa que se trata de condiciones necesarias de moralidad, que no pueden ser
abandonadas ("negociadas") a cambio de otros valores, por positivos
que éstos sean. Como establece otro principio fundamental de la moral católica,
no es lícito hacer el mal para obtener un bien; es decir, el fin no justifica
los medios.
Hay otros temas acerca de los cuales la doctrina católica exige a todos los
católicos tener una postura unánime: por ejemplo, el rechazo a la legalización
del aborto, de las uniones concubinarias y de las uniones homosexuales. La
constitución que debe ir a referendo deja la puerta abierta para esas
realidades. De ahí que esos otros valores no negociables nos permitan deci dir
con mejor claridad nuestro voto.
Está
claro que no me está permitido por las leyes de la Iglesia como sacerdote decir
a las personas cómo deben votar. Sería hacer mal uso del ministerio y violentar
la libertad ajena. Mi función es formar las conciencias para que los fieles, en
ejercicio de la libertad de los hijos de Dios, decidan cómo actuar.
Quisiera por último, terminar de forma poco ortodoxa, y pidiendo a cada lector
que busque en su biblia el pasaje de Lc 4, 14 -30 antes de seguir y lo lea con
detenimiento.
Es la
primera visita de Jesús a su pueblo, Nazaret, después de que se fue de la casa
donde se había criado y vivido por 30 años. El sábado en la sinagoga todos
estaban a la expectativa de lo que iba a decir, porque su fama ya se había
extendido por toda la región. Allí están sus familiares, amigos, conocidos, la
gente con la que había convivido. Notemos cómo primero alaban su sabiduría y se
alegran de sus palabras. Pero cuando el Señor toca un tema que a muchos no les
gusta, la actitud cambia drásticamente y la escena termina con una turba
furibunda que quiere despeñar a Jesús por un acantilado. Si Jesús no hubiera
tenido como un valor innegociable la voluntad de Dios, tal vez se hubiera
echado para atrás y cambiado sus palabras. Pero a Jesús no le importaba el
prestigio humano, por el cual nosotros sí relajamos a veces las exigencias de
nuestra fe para no meternos en problemas. Él mismo dijo ante Pilato, en el
proceso que terminaría con su muerte en cruz: "Yo doy testimonio de la
verdad, y para esto he nacido y he venido al mundo. Todo el que está del lado
de la verdad escucha mi voz" (Jn 18, 37)
Que el ejemplo de Jesús nos sirva e ilumine.
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