"Sin embargo, lo que mas llama la atención dentro del establecimiento resultan las multiplicidad de perchas..."
En Hialeah existen desde hace
años varios negocios concebidos para aplacar las necesidades el pueblo cubano
Marzo , 2019 | Laura Rodríguez Fuentes
MIAMI,
Estados Unidos. – Serafín Blanco emigró de Cuba en 1967 con catorce años.
“Solo, salí solo de Camagüey para España”, recuerda. “A los cinco meses ya
estaba aquí en Miami. Mis padres siguieron allá hasta que pudieron venir cuando
tenía 18”. Con su corta edad, Serafín empezó a trabajar en el negocio de las
telas, “de los trapos”, bromea. “Eso fue lo que llevó a que me dedicara a esto
que hago hoy”.
En
West Hialeah está enclavada “Ño qué barato” una de las tiendas más concurridas
por cubanos, residentes o no, que van busca de todo lo que necesitan para llevar
a la Isla. Serafín la fundó en 1996, cuando los precios eran un poquito más
altos. “Lo hice porque vi la necesidad de sitios más económicos para que
compraran los recién llegados. Estamos en Hialeah, ciudad de progreso, donde
más cubanos hay. ¿Qué cubano no ha dicho Ño? Por eso le puse el nombre”.
Dentro
del caluroso almacén de “Ño qué barato” se pueden encontrar todos o casi todos
los artículos más necesarios en la Isla, desde una pequeña piedra de fosforera,
medicinas, sábanas y toallas, hasta los aditamentos propios de la religión
afrocubana. Sin embargo, lo que más llama la atención dentro del
establecimiento resultan la multiplicidad de perchas que exhiben uniformes
escolares y hasta ropa y zapatos de enfermería.
La
idea de fabricar estos atuendos, dirigidos en su totalidad hacia el consumo del
pueblo cubano, se le ocurrió a Serafín el día que compró un lote gigantesco de
color vino y empezó a fabricar los uniformes de primaria. Cuando vio que la
demanda se acrecentaba supo que debía dirigir su emprendimiento a otra escala:
“mandé a fabricar también de secundaria, preuniversitario y para las escuelas
de medicina. Ahora vamos a sacar una línea para los cuentapropistas cubanos de
la gastronomía con saya, pantalón y chaquetas de color negro”.
Marlen
Rodríguez, vecina hace diez años de la zona de Hialeah, va a la tienda cada año
a surtir de regalos a sus familiares en Cuba. “Se compran las cosas por
cantidad, eso sí”, afirma ella. “Les llevo toallas, vitaminas, sobre todo,
tablets para mis sobrinos. Es una ayuda para allá. Todos los días rezo para que
los dos países se arreglen y no tener que pasar por esto”.
Aunque
Serafín asegura que su negocio resulta económico, hay cubanos que piensan que
no es tan asequible como anuncia el eslogan. Lucía Rodríguez, asistente dental
desde hace 22 años en la Florida se declara clienta fija de “Ño que barato”
cuando comienza el curso escolar, y está bastante enterada de los productos que
más escasean en la Isla.
“No
entiendo cómo le pueden dar a los niños dos juegos de uniformes nada más si la
semana tiene cinco días”, increpa ella. “Si se les ensucia, hasta el detergente
es difícil encontrarlo. Creo que los precios no son tan baratos. Imagínate, una
camisita a siete dólares y tengo que llevar al menos seis junto a cuatro shorts.
Al final no hay otras opciones. Son empresarios que conocen la necesidad y el
que sabe hacer negocio se concentra en eso. La emigración cubana siempre ha
tenido mucho que aportarle a Miami”.
El
dueño de “Ño que barato” se niega a revelar el costo de fabricación de tantos
uniformes por año, pero asegura que han venido cubanos a llevarse grandes pacas
de más de 200 de ellos. El confía en que en algún momento podrá dirigir una
empresa privada así en la Isla, una especie de sucursal de la existente en Estados
Unidos. Hasta hoy, se siente resguardado por el San Lázaro que protege el
negocio desde el portón central, el santo que patrona su buena ventura.
Situada
en la Avenida 20 de Hialeah, el Skanlazo es otra de las tiendas concebidas
exclusivamente para las familias cubanas. Ocupado mayormente por mujeres, el
espacio reducido del local resulta caótico, colorido. Una señora le pide a la
dependiente más de veinte pesetas rojizas de pomada china. “Eso se vende en
Cuba muy bien, porque ya no hay. Se las llevo a mi mamá para que haga negocio”,
dice. “Allá hace falta de todo, jabones, desodorante, perfumes”, responde María
Salomón. A pesar de que la tienda está amablemente surtida, los productos no
tienen una calidad óptima. Los bajos precios generalmente no acompañan a la
excelencia.
Desde
Hialeah también se envían a Cuba los ostentosos vestidos para fiestas de
quince. Francis López es la dueña de un salón de trajes y fotografías conocido
como el Palacio de las quinceañeras. Dejó La Habana en 1962 para establecerse
definitivamente en esta tierra, fértil para los negocios.
“Desde
que vivía allá sabía coser. Primero estuve en New Jersey y hace 30 años que
vivo en Miami. Los tengo de todos los precios, desde 600 dólares hasta 50.
Cuando son para llevar a Cuba los vendo más baratos. Ahora están pidiéndome
muchos de color rosa pálido. Yo no fui allá más nunca, aunque quise poner este
negocio con Fidel y todo. Creo que me voy a quedar con el sueño porque ya tengo
88 años. No soy ciudadana norteamericana porque no nací aquí y porque no me da
la gana”.
Mientras tanto… en Cuba
Además
de las prendas y efectos personales, los cubanos también llevan a la Isla
piezas de Lada y Moskovich para echar a andar estos arcaicos autos soviéticos.
Tanto los residentes como los que visitan la Florida hacen malabares para
entrar a la comarca vecina artículos regulados por la aduana y pagando,
incluso, considerables sumas de dinero por costo de importación.
Yesenia
Lugo, residente desde hace años en Estados Unidos, subsidia generalmente su
pasaje ayudada por las libras que vende antes de salir de territorio
norteamericano. En su equipaje trae consigo mercadería inusitada para
familiares de amigos y compañeros de trabajo.
“La
última vez que vine a Cuba me cargaron la maleta con latas de atún, sardinas,
perro caliente”, enumera ella. “Para nadie es un secreto que no hay casi nada
en las tiendas para comer. Ahora mismo, ¿a qué no adivinas lo que tuve que
traer? Aceite, pomos y pomos de aceite y hasta tres bolsas de harina de pan
para una muchacha que tiene un negocio de hacer pasteles para bodas y quinces.”
Por
su parte, varios negociantes de la conocida candonga de Santa Clara, aseguran
que la ropa o los zapatos que allí se venden provienen de países
latinoamericanos, sobre todo, de Panamá o Brasil. Las piezas traídas de Estados
Unidos alcanzan mayores precios que los importados de dicha región y suelen
exhibirse en casas particulares dedicadas a tales menesteres.
“Es
lógico, porque tiene mayor calidad, no se rompe tan fácil. Cuando las muchachitas
cumplen quince, por ejemplo, vienen buscando algún jean o vestidos de marcas,
que sean originales. Eso se consigue en rebajas en Estados Unidos, apunta
Agustín Moya, uno de estos mercaderes por cuenta propia. “Lo que venga de Miami
siempre va a ser de Miami y le gusta más a la gente para especular, así tenga
una etiqueta de Hecho en China”, concluye.
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