"No se trataba de un viaje de turismo a Paris; sino de una en la que se jugaba la vida..."
El París que conoció Martí luego de cinco años de ausencia era muy diferente al de la post
Guerra Franco-prusiana y al de la Comuna. La Exposición Mundial de 1878, el año precedente a su arribo, a la
que concurrieron trece millones de personas, le había dado un nuevo rostro a
“la capital del mundo”. En la Avenida de las Naciones, de 800 metros de largo,
se exhibió la cabeza de la estatua de La Libertad antes de ser enviada
a los EEUU.; el teléfono de Bell y
las dinamos que generarían la luz eléctrica, entre otras novedades
sensacionales. En pocas palabras: fue el inicio de la Bella Época Europea.
Martí había refinado el francés, idioma que le gustaba mucho; en el “que
acostumbraba a pensar “, según le decía
a Mercado. Después de la traducción de Mes Fils que le encomendó Víctor Hugo en
el viaje precedente, se había acercado más
a la cultura francesa ocupándose de
la crítica literaria de Flaubert y de Zolá.
No se trataba de un viaje de turismo
a París; sino de una fuga en la que se
jugaba la vida.
El Alfonso XII atracó en Santander
el 11 de octubre de 1879. Martí que
había sido deportado de Cuba por segunda vez, hizo el viaje de quince días custodiado por dos oficiales
españoles de la mas alta seguridad. A su
llegada fue llevado directamente a la cárcel donde se enteró que dos días antes se había
firmado la orden para enviarlo a Ceuta. Por uno de esos
pasajes olvidados y sorprendentes en la
nebulosa de la historia, un español poco
conocido: Ladislao Sitien, “un anciano de mirada ternísima y manso aspecto….
Diputado a cortes por Laredo, un distrito de esta provincia”….; Le consiguió la
libertad bajo fianza y fue su fiador, con la imposición de reportar cada
viernes en la mañana a la Comisaría de Santander.
Más sorprendente resultó que se le
citara para Madrid tres semanas después —en las mismas
condiciones de arresto– para una
entrevista con el Ministro de la Guerra,
don Arsenio Martínez Campos, que había retornado a España, luego del Pacto de
Zanjón.
“El Pacificador” que estaba en el
acmé de su gloria y su poder le ofreció muy educadamente a Martí una cátedra de
importancia en alguna de las mejores
universidades de la Madre Patria si desistía de sus luchas independentistas. Él
no contestó, ni se comprometió. Olfateó el peligro y esperando un tiempo prudencial, partió de regreso por tren a
Santander, y de allí clandestinamente por el paso de Irún en los Pirineos a
Francia, donde penetró en algún momento entre finales de noviembre
o principios de diciembre de
1879.
Sara Bernhard, la excelsa, con 35 años
de edad estaba en la cúspide de
su vida artística. Había interpretando a la Reina de España en el Odeón a teatro lleno, en el
drama “Ruy y Blas” que Víctor Hugo había escrito cincuenta años antes; pero que se había repuesto en escena en 1871.
Sarah, que era católica, nacida
judía, acostumbraba a hacer
presentaciones y galas íntimas para las caridades de su
iglesia. A una de ellas, en el
Hipódromo, asistió Martí en diciembre de
1879 y al conocerla de cerca, –vestida de
Doña Sol, “algo achinada, nariz
fina y frente arrogante”, a decir de Jorge Mañach en su biografía,– quedó
flechado al instante por su
cálida voz de dicción impecable; su láctea piel y su gestualidad histérica. No
hubo romance; pero sí un flirteo público muy intenso —no correspondido— con el
joven cubano de 26 años, que fue la comidilla del gran público de la sociedad parisina por algunos días.
José Martí llegó por segunda vez a New York en los primeros días de enero
de 1880 para hacer de ésa; su ciudad. Pocos
meses después, en octubre, llegaba Sarah, por el mismo puerto de la Gran
Metrópoli para interpretar por dedicó varios comentarios periodísticos a las puestas escénicas de la compañía
Bernhardt, pero no volvió a ver a la artista.
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